Cuando llegas a una edad y has crecido con los videojuegos, te vas dando cuenta de ciertas cosas y de cómo la tendencia en tus gustos se va moldeando con la vida que surge a tu alrededor: más trabajo, más responsabilidades, pareja, proyectos y menos tiempo para invertir en ocio. O no todo aquel que te gustaría.
Desde bien pequeño he sido usuario de decenas de consolas, desde portátiles, consolas, hasta uno de los primeros PCs sobremesas que hubo en mi ciudad. Vaya, que camino de los 36 años ya las canas y la experiencia en este mundillo son algo visibles. Y es que jugando al The Last of Us 2 me estoy dando cuenta que cada vez más me parecen un soberano coñazo los juegos donde tienes que echar horas y horas y horas para enterarte de una historia que se habría resumido perfectamente en la mitad del tiempo. Y pongo de ejemplo a este juego porque es el último que estoy catando, pero hay decenas más: desde los interminables Assasins Creed hasta el reciente Elden Ring que puede que sea tu hijo quien se lo acabe al 100%.
Y es que la industria se ha mal acostumbrado a querer que sus juegos sean un cliché de sandbox clónicos mal interpretando el concepto de diversión y tratando al público y a la propia finalidad de los videojuegos como imbéciles. ¿Quién podría encontrar diversión en recolectar 100 objetos que lo único que van a hacer es decirte “enhorabuena, has ganado un trofeo”? ¿Quién puede divertirse con decenas de secundarias que son exactamente iguales? Nadie que aprecie su tiempo, sin duda.
No critico que haya juegos largos, critico que quieran hacerlos largos a propósito en base a lo insulso, a extensas caminatas por escenarios repetitivos a más no poder (menudo coñazo el diseño de escenarios del TLOU 2) con misiones que son lo mismo desde el segundo uno del juego y que no aportan nada salvo minutos en un contador que se hace eterno y que tienes que aceptar a regañadientes si quieres enterarte de una historia que te llama la atención pero que ha elegido la peor forma de ser contada.
Que queréis que os diga, pero cada vez me doy más cuenta que cuando acabo un juego y quiero empezar uno nuevo, mi memoria viaja a aquellos juegos antiguos, clásicos, donde invertías horas porque había una finalidad real, un propósito de peso para avanzar en la historia o en la jugabilidad. Ahora siento que somos como un burro al que le han puesto una zanahoria delante y que avanza en los juegos de forma autómata, olvidando que uno enciende su plataforma de juego para divertirse y no para sentir la obligación de recolectar y amasar bits forzosamente si lo que se quiere es llegar al final de la partida.