Últimas Voluntades de su Majestad Imperial Heinrich V de Habsburgo.
Yo, el Emperador Heinrich V, conocido como el Erudito, del Sacro Imperio Romano, de Italia y de Francia, Rey y Duque de Provenza, señor del condado de Provenza y sus pedanías, hijo de Philipp "el gordo" de la casa Habsburgo, cuyo linaje puede trazarse hasta el de Werner el Breve conde de Argovia. Escribo este documento como testimonio de mi reinado y legado para mi único heredero, mi hijo Philipp.
Mi difunto padre Philipp, que el Señor le permita comer en su mesa, tuvo un reinado corto pero intenso. Tras solo ocho años sucumbió a la gula y a las enfermedades derivadas de esta. Pero aún su vida fue pecaminosa, su corto reinado nos legó un Imperio fuerte y extenso. Con un poderoso ejército profesional y las arcas llenas, lo cuál sería vital para el devenir de nuestro gobierno.
Pero ninguna transición es fácil, la poca diligencia de nuestro padre nos había legado un caos administrativo en el Imperio, nuestros vasallos iban de reyes a simples condes, pasando por duques y príncipes arzobispos. Eso provocó el descontento de una docena de nuestros vasallos que querían reducir nuestra autoridad. Así pues, dilapide mi herencia en crear títulos para tener el apoyo de vasallos poderosos a la vez que reducía el número de estos. En menos de un lustro el complot no tenía partidarios.
Para acabar de afianzar mi gobierno casé a mi dos hijos, ambos hermosos e ilustres muchachos. A mi primogénito Philipp lo casé la reina de Rutenia, apenas una niña, a su hermano con una princesa bizantina. Eso aseguraba poderos aliados y me permitía centrarme en otros asuntos. Primero decidí mediante mi excelente diplomacia convencer al Duque de Cerdeña que me jurara lealtad, así pues lo invite a mi palacio donde lo traté como un rey. Incluso accedí a que pasara una velada con mi esposa, no hace falta decir que se fue encantado y me juró lealtad. Paralelamente yo pasé la noche e inicié una relación con una hermosa joven catalana.
Pero no todas las conquistas son pacíficas, mediante el uso de las armas consolidamos Valencia, después atacamos a los sucios moros de Granada y mediante una argucia legal creamos el Reino de Aragón para así atacar a Francia que poseía el ducado del mismo nombre. Nuestras fuerzas no tenían rival, más con la invención del trabuquete, una poderosa arma de asedio. En un intentó de reducir el poder de Bohemia, que tenían un puesto fijo en el consejo, les apoyamos en sus pretensiones contra Suecia. Así extendimos nuestras fronteras hasta que las desgracias llegaron a nuestra puerta.
Primero, la reina de Rutenia y prometida de mi heredero, murió. Yo enfermé, y mi esposa al poco de tener la velada con el duque de Cerdaña parió a un hijo jorobado, quién obviamente no era mío pues no se parecía a su hercúleo padre ni a sus hermosos hermanos. Por si eso no fuera poco, los electores preferían al desfigurado de mi primo como heredero, no dejándome otro remedio que provocar su prematura muerte. Una vez recuperado, busqué a un esposa joven e inteligente para mi heredero. A mi segundo hijo lo despoje de cualquier herencia pero a cambio le entregué el reino de Aragón y todas las posesiones de mi difunto primo, el conde de Barcelona. Al tercero, ese despojo de una furcia, lo entregué a la orden de los caballeros templarios para que hicieran un hombre de él.
Habiendo superado mi enfermedad me centré nuevamente en las conquistas militares, aseguramos tras argucias y conquistas el reino de Aquitania, feudo de mi heredero. Además llegó a mis oídos que uno de mis vasallos tenía derechos sobre el reino de Francia, así que lo apoyamos a cambió de su lealtad absoluta. El Papa, en su inmensa sabiduría, convocó una cruzada contra la Inglaterra lolarda, excusa que aprovechamos para colocar un Habsburgo en el trono inglés. Para afianzar nuestra posición como gobernantes indiscutibles de Francia, creamos el Imperio francés, acto que provocó que los reductos de resistencia en la zona se arrodillaran ante nosotros. Nuestro legado era inmensamente conocido.
Viejo y gotoso, dejé los asuntos mundanos a mis capaces vasallos, quiénes fueron extendiendo nuestro Imperio en las islas británicas, Hungría y África. Yo solo presté atención a mis conquistas en Dinamarca, la fundación de los caballeros Hospitalarios y en la pasión de mi vida, los estudios. Tras cuatro décadas y varios administradores en el cargo, me informaron que ya era posible fundar una universidad en Siena. Considero que este es el mayor logro de mi vida.
Con 65 años recién cumplidos, veo ya cerca el fin de mi vida. Así pues hijo mío espero que seas un gran gobernante, te lego todas mis posesiones y señoríos. El mayor tesoro que se haya visto y la fuerza militar mejor preparada de Europa. Si estás leyendo esto he muerto, larga vida a Philipp II!