2 de enero de 1400.
Mi cuerpo mortal me avisa de que llega mi fin. Hago llamar a los médicos, pero no estoy seguro de que viva mucho más...
Finalmente parece que el médico favorece mi situación, y la enfermedad mejora...
Pero tengo que pensar en los que quedan. En apenas un año de vida en razonable salud, debo solucionar unos asuntos.
Reflexiono sobre mis hijos. Por un lado, Werner el bastardo. Ni es el más listo, ni el más guapo, ni el más fuerte. Nunca fué la estrella más brillante del cielo, y su único mérito fué salir primero del coño de su (puta) madre.
Por otro lado, mi buen hijo Jacobo. Adalid de virtudes, inteligente, guapo y razonable. Un buen administrador y un hijo capaz. Y sin ninguna duda de la pureza de su linaje.
Además, le gustan las pollas. Tengo la sensación de que este hecho puede ser relevante a su favor.
La decisión es clara, Jacobo debe ser mi heredero.
Sin embargo, parece que al determinar el futuro de mi dinastía, el destino decide reirse de mí y curar mi enfermedad... ¡Ahora vuelvo a estar sano y fuerte!
Aprovecho mis últimos años en este mundo para disfrutar de algunas juergas. No tanto como mis ancestros, pero algo es algo.
Los años pasan, y tengo un extraño encuentro. Parece que estoy cerca de descubrir algo... Nunca estuve del todo equivocado...
Mi temor en este mundo empieza a ser legendario, y torturo a mis vasallos para que no vivan tranquilos.
En mis últimos años, también me preocupo de propugnar la única fé verdadera (al menos para los demás).
Poco a poco, mi vida se apaga. Lo noto. He intentado ser un buen gobernante, y ser justo con los justos, y cruel con los despiadados.
Hijo mío, te dejo este cuaderno de memorias. Cuando muera, alguien de confianza te lo hará llegar. Espero que con los años entiendas mis decisiones, aunque no las compartas.
Hasta siempre.