En primer lugar, no me parece una novela cómica. Muy al contrario, a pesar de que tenga momentos en los que te arranca una sonrisa por las situaciones tan delirantes que describe. Sin embargo, destila sentimientos y actitudes decadentes a raudales.
Ignatius J. Reilly es, probablemente, el protagonista más odioso con el que me he topado, al menos hasta donde mi memoria alcanza. Un ser flatulento, orgulloso, mentiroso, vago, embaucador, egoísta, infantil, cobarde, etc. Escondido tras las faldas de una madre sin muchas luces que no ha sabido frenar a su hijo a tiempo, se aísla del mundo exterior en su propia órbita de grasa, cuadernos Gran Jefe y pajas mentales, más las físicas pensando en su perro muerto.
Toole escribe estupendamente. La personalidad de Ignatius, su visión del mundo, su prosa y su labia crean un universo único que resulta a la vez brillante y absurdo. Durante gran parte de la novela Ignatius provoca rechazo, pero llega un punto en el que la decadencia que impregna a su madre y a los personajes secundarios de esa Nueva Orleans hace que por momentos la imagen que proyecta sea la de una mente talentosa aislada que no ha sabido adaptarse a un mundo falto de genialidad y sobrado de simpleza. La conexión de Ignatius con la señorita Trixie no es casualidad y aquí aprovecho para decir que los mejores personajes secundarios, en mi opinión, son el señor y la señora Levy. Un matrimonio en el que sobrevuelan las traiciones con una mujer rica que, acostumbrada a hacer nada, se entrega durante un tiempo a causas que no la satisfacen porque no son más que parches en una existencia disoluta; y como aceptar el propio fracaso no es plato de buen gusto, siempre culpabiliza a su marido, al que chantajea utilizando a las hijas de ambos (no presentes en la casa, lo que enfatiza su falta de unión) para así asegurarse la financiación de su próxima ocupación.
La correspondencia entre Myrna Minkoff e Ignatius es muy buena y temo que, tras el atropellado final, la entusiasta Myrna deseará no haber sacado a la válvula andante de su casa pues, aunque el último párrafo desprende cierto optimismo, Ignatius es mucho Ignatius y la lucha de egos con Myrna viene de muy lejos. Estaría bien que adelgazara y afrontara su atracción sexual e intelectual por ella de un modo más normal pero, como él mismo dice, nacer en su siglo es demasiado.