II Concurso de Microrrelatos MV 2024

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices en un pequeño pueblo de la costa donde la niebla cubría las calles cada mañana. Clara, una anciana de ojos brillantes, salía a caminar con su perro, Max. Un día, encontró una llave dorada en el camino. Intrigada, la guardó en su bolsillo. Esa noche, soñó con una puerta antigua en el bosque. Al amanecer, decidió buscarla. Tras horas de búsqueda, la encontró, cubierta de hiedra. La llave encajó perfectamente. Al abrirla, un mundo de colores y risas se reveló. Entraron, dejando atrás la niebla. Dejando atrás cualquier evidencia de tristeza terrenal.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Nunca entendí la avaricia que les impedía avanzar, esa falta de empatía y humanidad. Siempre querían más. Siempre quería más. Mismas personas, diferente caparazón. Años de opresión, odio y sangre. Por fin, esta locura ha terminado y podemos empezar de cero.
Un nuevo amanecer lleno de esperanzas se avecina. Se escuchan a los niños por las calles jugar, sin embargo, se siente la atmósfera de rencor y odio en los mayores. Por mucho esfuerzo que haya en dejarlo atrás, algo seguirá latente: el rencor de los muertos y el miedo de que vuelva a empezar.

“Después de seis años, por fin, se permiten ser felices.” La ansiedad había sido su sombra constante, un monstruo invisible que devoraba sus días y noches. Cada latido acelerado, cada pensamiento oscuro, había sido una batalla silenciosa. Pero hoy, sentados en el parque, sintieron el sol en sus rostros y el viento en sus cabellos. Respiraron profundo, dejando que la paz llenara sus pulmones. La tormenta interna se había calmado, y en su lugar, una serenidad desconocida florecía. Se miraron, sonrieron y supieron que, aunque la ansiedad nunca desaparecería del todo, habían aprendido a vivir y a ser felices a pesar de ella.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Esta pareja no lo ha tenido nada fácil, por eso estoy especialmente emocionado al verlos andar hacia el altar. Pocos entendieron su unión al principio. Aunque luego han surgido más, ellos fueron pioneros, y por desgracia ya sabemos cómo de especistas pueden ser algunos. Al especismo le queda aún recorrido, por mucho que nuestro nuevo presidente mundial sea de Calypso 4.0 y llegara en la primera oleada. La verdad es que seis años es poco tiempo, pero nos han demostrado tanto... ¿Quién se casaba antes en una plataforma volante a cuarenta metros de altura sobre el Mediterráneo? Menuda puesta de sol.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Seis años buscándose el uno al otro en la inmensidad de universos que se derrumbaban sobre sí mismos. El experimento fue un fracaso, el portal abrió agujeros en la realidad que no tardaron en ser atravesados por toda clase de aberraciones demenciales, de monstruos y de mundos salidos de sus peores pesadillas. Seis años alejado de quien amas son muchos, demasiados, pero invertirlos saltando de dimensión en dimensión, los hizo parecer una tortuosa eternidad. Sin embargo, por fin, mientras un sol negro se devoraba así mismo, por fin volvían a tenerse el uno al otro, aunque la mismísima realidad se tambalease. No necesitaban más.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices.
Eso se decían mientras estaban en la cama completamente manchada de sangre, tanto que de esta aún caían algunas gotas incluso después de las largas horas que habían transcurrido desde que mataron a aquellos cuyos cuerpos desmembrados yacían en el suelo.
La espera había sido larga, la preparación demasiadas veces alterada y el tiempo de ejecución de su venganza no parecía llegar nunca a su fin.
Hoy había sido el día. Esta noche lo habían hecho y aún continuaban disfrutando de aquel momento mientras retozaban totalmente ensangrentados y extasiados a la vez que jadeantes.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices.
La decisión fue inicialmente recibida con una incredulidad que rápidamente tornó en indignación. ¿Cómo se atrevían a ser felices? Uno no puede volver a ser feliz después de lo que les había ocurrido. De eso nada, no iban a permitírselo.
Les resultó imposible ignorar el descontento general. No hubo evento, acto u ocasión donde no les llegarán las críticas a la desfachatez de su decisión. En apenas unos meses se vieron obligados abandonar la idea.
Sentados en su sofa, pañuelo húmedo en mano, se preguntaban si la muchedumbre estaría feliz ahora.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices.
Salen con Luna del portal en dirección al colegio. Siempre juegan a adivinar la forma de un resquicio de una mancha de sangre en la acera, que es fruto de dos malas gestiones: la de un ayuntamiento despreocupado y la de unos padres sin fuerzas. La lluvia la va haciendo cambiar.
─ ¡Mirad! ─exclama la niña, agitada.─ ¡Hoy tiene forma de bebé!
Sus padres se miran e intercambian una sonrisa triste, pero también acogedora.

«Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Habían sobrevivido.»
Todo empezó a inicios de 2040. La nueva cepa L-A.13/14 era más letal que ninguna otra antes.
Huimos despavoridos a una isla paradisíaca que llevábamos años preparando para el fin del mundo.
Al llegar pusimos la radio y fuimos escuchando cómo caían las ciudades: Tokyo, Nueva York, Londres...
Finalmente hubo un apagón. Teníamos víveres para 10 años, pero un fallo en el búnker nos dejó incomunicados.
Hoy nos despertamos sobresaltados por un ruido enorme en el exterior: una soldadura terminaba por fundir la puerta y nos dejaba libres.

“Después de seis años, por fin, se permiten ser felices.” O de una década, o de apenas unos meses… ojalá todas las historias de amor acabasen así. Afortunadamente, este relato tiene final feliz. A pesar de los obstáculos, conseguí que acabásemos juntos. Sabía que lo del cáncer era mentira. La única enfermedad que podías tener, era la tristeza de no estar conmigo. Por eso hundí el candelabro en el cráneo de tu “marido”. Por farsante. Y por ti tuve que matar al sepulturero y sacarte de ese oscuro hoyo. Por fin te tengo junto a mí, en nuestro lecho. Estás pálida y más delgada… no importa… por fin estamos juntos.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. El acoplamiento de la nave a la estación espacial ha finalizado y los astronautas ya descienden.
Sonrío al otro lado de la ventana al reconocer tus iniciales bordadas en el traje y ver que eres el primero para la ducha de desinfección. Me pregunto si deseas besarme tanto como yo a ti.
No puedo evitar estar nerviosa mientras te espero. Esta noche anunciaremos al mundo que habéis descubierto cepas de cianobacterias en Titán que mañana serán analizadas en el laboratorio.
Por fin entras y abres tu escafandra. Antes de poder siquiera gritar hileras de dientes desgarran mi garganta.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Seis años encerrados; sin ver la luz del sol, salvo quizás a través de algunos rayos que lograban atravesar la única y diminuta ventana que conectaba ese profundo bunker con el exterior. Dos de las mentes mas brillantes de la humanidad. Con provisiones para diez años más si hubiera hecho falta. "La pareja mas importante de la historia", se autoconvencen los dos. Acaban de salvar la Tierra, creen, pero nadie lo sabe. Ellos tan sólo apagan sus equipos y salen del bunker a observar el espectáculo. En breves dará comienzo el apocalipsis nuclear. Dentro de unos años repoblarán la tierra.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Seis años casado con su mujer, que nunca le gustaron los videojuegos, pero a la que él tanto ama.
Esta semana en la fábrica ha salido todo mal, tanto que ni puede dormir por las noches; en casa hay que cambiar el frigorífico; el coche hace un ruido raro al arrancar; y Marta no consigue quedarse embarazada.
En la esquina del despacho de Omar está el viejo PC que ya solo usan por el DNI electrónico. Sin embargo hoy ha instalado aquel juego online de los 90, al que tanto jugó con su amigo Andrés. Sigue teniendo servidores.
/whisper-from-AnDreW90MV ¡Cuánto tiempo! ¿Jugamos?

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. La esposa acuna al recién nacido en sus brazos para calmar el llanto. El marido, con lágrimas de emoción, besa la frente del niño. En el recuerdo quedan los infructuosos tratamientos de fertilidad que ahondaron el desánimo en la pareja.
«¿Puedo sostenerlo? Por favor…», balbucea la joven con voz quebradiza. La cadena anclada a la pared le apresa el cuello. Una mancha de color rojo oscuro se extiende sobre el colchón. El marido indica a su mujer que abandone el sótano. La joven ya ha cumplido. Se deshará de su cuerpo y buscarán a otra para ampliar la familia.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Y es que, desde que MediaVida cerró en 2030, perdieron el contacto. Al fin y al cabo, no eran amigos. Solo dos nicks y dos avatares.
Hablaron durante cientos de horas, pero nunca escucharon sus voces. Tenían más cosas en común que con cualquier otro, pero no conocían sus caras. Ambos lo negarían en voz alta, pero no han conseguido llenar su vacío.
Gran Vía de Madrid, 8 de agosto de 2036. Dos personas se cruzan. Uno de ellos reconoce los tatuajes del otro.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Nunca habían sido tan dichosos como cuando ella estaba en sus vidas, mas el ajetreo cotidiano les permitía llenar parte del vacío de sus corazones. Yo también creí estar cada día más cerca de olvidarla, pero llegó un punto en que no pude resistir su atracción por más tiempo. Una noche, cuando todos dormían, me presenté en la estancia en la que la teníamos recluida y le rogué, en un susurro, "Quiero ser tuyo de nuevo", al tiempo que tecleaba. Inmediatamente caí en sus brazos. De nuevo estaba completo, volvía a ser parte de algo más grande. Había vuelto a Mediavida.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Eso piensan al menos, en su triste ingenuidad tras superar la selectividad y haber quemado el verano. Ahora vamos a estudiar lo que nos gusta, se repiten complacientes. Pobres criaturas.
Aquí les tengo, carne fresca para mi primera clase del curso universitario. Detecto dos grupos de gilipollas antes de abrir la boca, qué fácil me lo van a poner. Los recuerdos inundan mi mente. Todavía no me conocen, todavía no saben de lo que soy capaz. Pero pronto todos sabrán lo mucho que me ha costado llegar hasta aquí.
Bienvenidos, la clase va a comenzar. Les esbozo una gran sonrisa.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices.
El eco de su respiración ya no resuena, discordante. Pesado. Guiado mediante un conducto artificial. Ahora, solo pervive el recuerdo del aliento en la nuca.
Las máquinas ya no retumban. Los monitores no parpadean. Y la línea de vida no recorre la pantalla, una y otra vez, persistente. La razón venció, desafiando diagnósticos crueles. Y hoy, absueltos del sentimiento de culpa, se permiten ser felices, sin ataduras ni reveles.
Decidieron desconectarlo de la vida. Pero también del dolor. Del tormento. Del sufrimiento. Después de tanto tiempo, no hay reproches ni remordimientos. Tan solo quedan los recuerdos.
Recuerdos que siempre perdurarán.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Felices, pero sin dejar a un lado la total falta de ganas que se tenían. ¿Cómo era posible ser feliz así? Estaban sumergidos en una situación incierta. Como si no fuera con ellos el hecho de que seguían anclados en el mismo sitio. Todavía recordaba aquel temblor de manos que sintió la primera vez que la vio, la ansiedad atenazándole su corazón; no tenía idea de cuánto tiempo estarían juntos, pero sabía que él no podría sobrevivir sin ella. Y ahí empezarían su cautiverio, hasta que llegó el momento del rescate.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices: abandonan el luto y el color negro, la misa diaria, las visitas al cementerio y llorar a sus seres queridos.
Ahora, que arreen los vivos, que la eternidad son dos días y está para disfrutarla.

“Después de seis años, por fin, se permiten ser felices.”
Tras tanto llanto, heces, dolor, heridas que no sanan…
Superado el accidente, Isabel y Alfonso cruzan miradas de satisfacción y alivio a través de la sala.
La casa de la playa, dos tumbonas y un cubo de cervezas se proyectan en sus ojos.
Pero han de seguir en el papel, así que Isabel solloza y exclama ¡Mi hija!
Alfonso deja el féretro atrás; mientras procura ocultar tras una bufanda a cuadros, dos manchas en el cuello (propias de la exposición al arsénico), se acerca a Isabel para consolarla y le susurra: La próxima vez me pondré condón. Te lo prometo.

"Después de seis años, por fin, se permiten ser felices". Corta la radio a mitad del estribillo y el piano se interrumpe. Nadie debería esperar tanto, piensa. Se aparta el pelo largo de la cara y la observa por el retrovisor. Ella permanece ausente, perdida entre los árboles en llamas a ambos lados de la carretera. Están cansados, como sus latidos. La noche se expande en partículas infinitas que buscan enlazarse dentro del coche. Débil y sollozando, un ciervo herido se cruza en su camino. Entonces, hablan:
—Eres la mejor chica que he conocido.
—Haz sonar de nuevo la canción.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Ya era hora, ¿no? La hoja que cae en el porche a las 7 en punto, el ladrido del perro que rompe el silencio matutino, el murmullo rutinario de los vecinos. Todo forma parte de un destino que ya no cuestionan; una monotonía que han aprendido a abrazar con resignación. Ella baja a la cocina, se detiene un instante, y repara en la fecha: 2 de febrero de 2005. Sonríe y mira hacia la ventana, una vez más. Con cada repetición, la ilusión de normalidad se vuelve su única verdad. Mañana todo será igual.

"Después de seis años, por fin, se permiten ser felices". Así debía comenzar aquella historia, pero el escritor se rebeló.
Deseaba escribir sin restricciones, describir entornos imposibles, narrar una historia que atrapase, emocionar con los sentimientos que se pueden crear entre personas, contar cómo con el paso del tiempo el mundo que nos rodea nos parece más sombrío, explicar la importancia de un "te quiero" a tiempo y, por supuesto, finalizar con un giro de guión ingenioso.
No había tiempo ni espacio para todo ello. Se conformó con plantar esas pequeñas semillas que pueden hacer que el lector cree en su mente una gran historia. Al finalizar, sonrió. Estaba satisfecho.

Después de seis años, por fin, se permitieron ser felices.
Años de sufrimiento y derrota golpeaban al unísono a los dos. Cicatrices en el alma que brotaban a la superficie como gas a presión. Habían perdido la juventud antes de tiempo, forzados a abandonar la inocencia en favor de una vida adulta que no codiciaban. No había esperanza en sus vidas.
Se conocían desde pequeños, pero ese dolor les nublaba ser ellos mismos. Ocho de julio. Una canción sonó en el bar donde trabajaban, canción que los unió con un hilo invisible para sanarse y recobrar todo lo que les fue arrebatado. Cambiaron los hasta mañana por las buenas noches.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. O al menos pueden esbozar ese sentimiento.
Que hayan encontrado el cuerpo del pequeño tras todo este tiempo es, en parte, un gran alivio. Un descanso. Un atisbo de tranquilidad para ambos.
Pero ignoran que este instante será fugaz, casi un parpadeo.
Para la identificación forense contrastarán sus ADN con el del cadáver, y lo que todavía no saben es que sólo coincidirá el de ella.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices.
El primer día resultó de lo más extraño: el habitual café fuerte y caliente que tanto le gustaba por la mañana, acompañado de la tostada con jamón y aceite. La charla matutina con la familia mientras desayunaban, discutiendo temas variados. La idea de una jornada de senderismo con su mujer, hijos y mascota, a la orilla del río y sobre piedras blancas. Los suaves rayos del sol de abril acariciaban su piel y rostro. El aroma a savia, pino y agua limpia. El sonido de la cascada resonaba en sus oídos. Era el primer día libre de aquel horroroso cáncer.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Y es que, tanto Kaos como los demás dueños de la nueva web, finalmente han logrado la manera de acabar con las cuentas clon. Han logrado, también, dar un lavado de cara a mediavida.com: eliminando viejos subforos inutilizados, solucionando la problemática de todo lo que rodea a la política en la web, devolviendo a la vida al viejo dominio feda.me y contratando patrocinadores de muy alto caché. Por otro lado, el conocidísimo foro "forocoches" ha desaparecido tras asuntos algo turbios. No se habla de otra cosa, hay nuevo rey en los foros españoles. Internet está de enhorabuena. Vencimos.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices.
Un camión la arrolló cuando salía de recoger su móvil, olvidado en la barra del bar donde había estado minutos antes.
Él, durante todo este tiempo de duelo, no había conseguido levantar cabeza. Se inundaba en una depresión profunda y se refugiaba en el alcohol.
En ese momento no estaban juntos, de hecho, habían dejado su relación años antes de este suceso.
Seis años habían pasado desde que él se suicidó. Y yo, le recordaba que ya podía volver a ser feliz junto a ella, cuando le llevaba las flores al cementerio.

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Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Su problema era el buenismo. El miedo a
decir que no ante cualquier obra social desde que se casaron.
Estaban gobernados por la apariencia y el decoro, hasta que Ana enseñó el pezón en Crónicas
Marcianas. Ya nadie volvería a requerir su aparición en los eventos de las diversas fundaciones. Sus vidas políticas estaban sentenciadas, ¿y qué? Tenían otras personas a su lado más divertidas y, en general, otra forma de vivir por descubrir.
Bernabet está colaborando en un libro con Boris Izaguirre. Ana de portada en portada de revista.
Hacen yoga por las mañanas. Nunca se habían querido tanto.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Seis años que fueron como veinte. Se lo permitieron y aún así, ¿para qué? No merece la pena la felicidad, para nada; es un estado temporal y tremendamente efímero. Sabes que fuiste feliz en el momento en que dejas de serlo. Y aún así, ellos se lo permitieron, el ser felices, ¿por qué? ¿Por qué antes no había sucedido? Las personas parecen disfrutar de un modo sádico del sufrimiento; la ansiedad se convierte en normalidad. Incendio emocional permanente. Somos simios inestables y violentos. Simios que pelean por una pelota, nombrada cómo "Felicidad".

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices.
La mañana de mayo era tan preciosa como las recordaba. El andén estaba abarrotado de figuras famélicas, anhelantes de llegar a su hogar, de ver que es lo que había quedado del pasado. Ya dentro del tren se permitió contagiarse de la alegría de la victoria, de la liberación. Todos compartían una lengua común, una jerga, derivada de seis años compartiendo escudilla, catre, sangre, sudor y muertos. Sólo el terror de que alguno de ellos descubriera que esa ropa mugrienta no era suya, que esos documentos eran falsos, perturbaba ese momento.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. A mis ochenta y cuatro muero mientras duermo. Nuestros hijos ya no tienen que hacerse cargo de mí. Ahora conozco la verdad sobre la vida, lo esencial de tu último instante, de la transición. Por el resto de la eternidad quedamos atrapados aquí. Para siempre. Yo he muerto en sueños, tal es mi suerte. Y tu rostro contrito por el daño no puedo apartarlo de mi mente. Moriste en mis brazos tras siete largas puñaladas. Ahora sé que, reviviendo cada una, sometida por el dolor y la desesperación, nunca descansarás en paz. Y yo, tu asesino, tampoco lo haré jamás.

"Después de seis años, por fin, se permiten ser felices." Hubiera sido un buen final para esta historia de dos hermanos que, separados por la guerra, se reencontraron en su vejez. Jacinto fue un niño de la guerra enviado al exilio. Eusebio, ya adulto, se quedó en España.
Primero fueron sonrisas, largas horas recordando su niñez, mas luego surgieron interrogantes, silencios incómodos, miradas de sospecha...
La gente murmuraba secretos al viento, Jacinto ratificó sus temores. Su amor se tiñó de sombras y la ira encendió su odio. Escopeta en mano buscó a Eusebio: "¡confiesa, bellaco!", le espetó. Mas Eusebio, sin bacilar alzó su brazo y con orgullo le exclamó: "¡Arriba España!", y Jacinto sentenció.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Seis largos y oscuros años sin apenas ver la luz del sol, combatiendo entre tinieblas, segando vidas, alimentándose de carroña en un mundo inhóspito, brutal, capaz de quebrar la voluntad del más virtuoso. Cualquier atisbo de debilidad significaba la muerte. Pero ellos seguían en pie aun cuando se alzaba, ante ellos, la bestia más ruda, la peor de las calamidades.
Alzaron sus armas con determinación y cargaron contra el señor del horror y la devastación:
-¡Ahora! ¡Córtale la cabeza!
+¡Aaaaaahhhhhhh!
-¡Síííííííí! ¡Terminamos todos los juegos! Apaga la Switch y salgamos de aquí:
-Al fin podremos disfrutar de las tres anuales…

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices.
Más de un lustro de susurros, represión y drogas, convenciéndose de estar haciendo lo correcto, siguiendo un perfecto camino de adoquines dorados rumbo a la prometida felicidad de una “vida normal”, un camino que para ellos solamente significaba frío y oscuridad.
Se acabó el compartir cuatro paredes con dementes incapaces de apreciar la belleza. Van a hacerles el favor de entender como espectadores en primera fila, como una pequeña chispa de luz acelera el curso natural, haciendo de cualquier cosa mundana, efímera y mil veces más preciosa.
Los vecinos de la zona siguen preguntándose a día de hoy, cómo pudo suceder.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices.
Todo empezó cuando masacraron su aldea a grito de Al•lahu-àkbar, les robaron y violaron en Dadaab, durmieron en el suelo del Sahel, vieron morir deshidratados a sus compañeros a su paso por el Sahara y perdieron la dignidad cuando vendieron su alma a aquel mafioso por un hueco en un cayuco cerca de Tánger.
Todo aquello cobró sentido al ver una bandera roja y gualda.
Cuando estaban besando la arena del continente prometido pasó un coche, con pegatinas de ardillas, rugiendo una inentendible proclama: "Inmigrantes ilegales fuera de nuestro país".
Se miraron y sonrieron. La fiesta había comenzado.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Resuelven nunca volver a pasarlo mal y levantan un alto muro sin puerta alguna. Creen tener todo lo que necesitan y se dicen que, alcanzada ya la meta, cualquier movimientos los alejará de donde están. Observan sin intervenir y cuchichean desde lo alto, escondidos de la vida. ¿Necios o quizá demasiado conscientes? Realmente eso no importa, porque entre indolencias e inacciones les llega la muerte y el olvido, exactamente y del mismo modo, que a aquellos que afrontaron, disfrutaron y no temieron lo que estaba por llegar.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. La luna se refleja en las siluetas de sus cuerpos entrelazados. Él la toca, con delicadeza, como quien se enfrenta a un espejo roto, temiendo cortarse con los fragmentos afilados del pasado. Ella lo guía, despacio, con la firmeza de quien ha visto su propia herida abierta y ya no teme al sangrado ni a su propia fragilidad. Cada roce es un destello. Cada caricia, un fulgor. Sus labios encuentran la piel marcada por el dolor y, al contacto, vuelven translúcidas las cicatrices. Bajo el eco lunar, la oscuridad se desvanece, pero las sombras del pasado siempre los abrazarán.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. El Lobo, la Bruja y el Hombre del Saco pueden retirarse a descansar, pues el imaginario del niño ha muerto. Ahora se acuesta scrolleando en TikTok.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Aquellos entrenamientos, tan incesantes como arduos, ya son cosa del pasado. La idea de que nunca es suficiente se ha esfumado, y se les dibuja media sonrisa arrepentida cuando recuerdan con qué facilidad dejaron que el sueño se convirtiese en pesadilla. ¿Cómo era aquello posible, si fue la diversión lo que les enamoró del deporte? Qué extraña es la sensación de no entender tus propios actos. Da igual. Ahora solo quieren disfrutar, reír y que jugar vuelva a significar “jugar”, tal y como significaba antes de que la ambición pervirtiese dicha palabra.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Eran palabras del comercial bancario hacia los clientes con una sonrisa blanca como diamantes, que encajaban en una cara de su misma dureza después de haber estado asfixiados por deudas sin ninguna tabla de náufrago por parte de la sucursal. La felicidad sólo se la pueden permitir, decía esa sonrisa, como si fuera una escort de lujo que cobraba diez veces más caro y al terminar la fiesta se volvía a su casa. Y mientras, los pobres insensatos, abandonados, firmaban de nuevo su perdición para volver a estar con ella.
Es el cebo con el que el Diablo pesca desgraciados.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Observaban desde la ventana en riguroso silencio. No realizaron ningún gesto, ya que debían evitar ser detectados. Una sola mirada atrás y el plan podría fracasar. Sin embargo, a ella se le escapó una lagrima. Él reaccionó con preocupación:

—¿Por qué lloras?
—Déjame.
—Es lo que queríamos: están preparados.
—Lo sé, ¿pero no estamos siendo un poco egoístas?
—Después de tanto tiempo, creo que nos lo merecemos.
—¿Seguro que estarán bien?
—No te preocupes. Si pasara algo, tus padres nos llamarán.

Se miraron con complicidad. Sabían que hoy dormirían más de dos horas seguidas.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices.
Aletargados por normas y convencionalismos por fin se atreverán a crecer sin límites.
El suelo se abrirá a su paso y un manto de sol y estrellas iluminará sus cabezas.
Las heridas, aún visibles en su piel, sanarán, dejando atrás sus recuerdos.
La luz, el viento y el agua dibujarán caminos que antes les eran ajenos, caminos que habían sido prohibidos.
La sombra de las cadenas se desvanecerá, y con ella, la idea de lo que debían ser.
Y por fin descubrirán que la verdadera libertad, residía en el desorden.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Stella miraba las gélidas manos de Abraham con los ojos vidriosos. Los altibajos de su matrimonio quedaban olvidados al llegar el fin de todas las cosas. Aunque hacía años que no la reconocía ella tenía fe en que algún día la recordara. Justo antes de suceder, pronunció su nombre. Ahora él está en paz y ella sabe que en el fondo la amó para siempre.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Roscón de nata con fresas, mi padre lo corta y sirve, como es tradición cada Navidad. Mi hermano, que sigue siendo un loco de los dulces, espera con impaciencia al borde de la mesa, sin apartar la vista del delicioso postre. Enfrente, mi madre observa en silencio, sus grandes ojos azules, ahora teñidos de gris, cargan con un enorme vacío desde el accidente. A pesar de la forzada alegría que comparten, les resulta imposible disimular que mi ausencia acosa sus memorias.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices abrazando la ignorancia. La verdad es preciosa cuando arroja luz, pero las tinieblas no son tan fáciles de digerir.
Los médicos dijeron que era “diferente”; “poco común”; “especial”. Que podría llevar una vida “normal”. Y lo intentaron, Dios sabe el esfuerzo que hicieron por educarlo. Pero nada funcionó.
Noche tras noche, Jorgito da rienda suelta a sus pulsiones. Mientras, insomnes en la intimidad de su alcoba, ellos acallan la incertidumbre golpeteando con frenesí el botón de más volumen del televisor.
Saben perfectamente lo que un día ojearán en los periódicos: que su hijo, al menos, siempre saludaba.

Después de seis años, por fin se permiten ser felices. Ellos, deseaban un bebé, mis padres en cambio preferían que su hijo lo tuviera otro. Cuando llegaron, Elena y Carlos depositaron su mirada en mi y no dudaron, todavía me pregunto por qué me eligieron. Mis padres biológicos no querían renunciar a su potestad, pero tampoco tenerme. He pasado seis años viéndoles, obligado por una ley egoísta que deja mi libertad a un lado. Odiándoles y añorando su amor a partes iguales. Hoy por fin, Carlos y Elena me han adoptado, veo el brillo en sus ojos. Me siento aliviado, pero me pregunto si algún dia entenderé como funciona el amor.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. El método era agresivo, pero eficaz. Habían pactado sencillamente cortarse las lenguas y sumirse para siempre en el más absoluto silencio. Era la forma que habían encontrado de vencer el dolor de las palabras afiladas que descosen la felicidad a golpe de desgarros. Ahora se relacionan mudos, saludándose apenas con el suave quejido de un bostezo o rozándose las pieles con intensidad al cruzarse. A veces, de pronto, se miran ansiosos, extrañando decirse algo que pende al filo de un abismo. Atrapado entre el perfume calmo del silencio y ese ruido apabullante que estalla por salir y quebrar la paz.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices.
Los primeros años, su hijo, su creación, su virus, no se había propagado lo suficiente. Los supervivientes aún conservaban la esperanza. Ilusos.
El invierno pasado, el frío intenso detuvo el avance de los infectados. Desolador. La humanidad creyó que podía resistir. Fue en vano.
Observó cómo los asentamientos caían, uno tras otro. La desesperanza, y la muerte se acabaron extendiendo por todas partes. ¡Qué alegría! Lástima no tener palomitas.
Finalmente, no quedó ningún ser humano en el planeta. Soledad y silencio. Décadas de trabajo habían merecido la pena. Sueño cumplido. El hombre muere, la Tierra vive.

—Después de seis años, por fin, se permiten ser felices.
El doctor los miraba orgulloso de su trabajo. Tantas sesiones de terapia. Eran sin duda una de las familias más complicadas que había tenido que tratar. La infidelidad, los celos, el rencor, el abandono. Lo había curado todo. Se abrazaban. Lloraban. Les dolía. Sus cuerpos se retorcían, cosidos en una grotesca amalgama. Huesos rotos. Bocas selladas. Ojos desprovistos de párpados que se hundían unos en otros. Los aullidos de la criatura eran música para sus oídos. Otro trabajo bien hecho.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. No podía creer que, con una guinda tan insípida, se cerraría una historia llena de experiencias a la que las palabras no lograrían hacer justicia. Y no me equivocaba. Esbocé una sonrisa al escuchar como el narrador continuaba y llegaba a lo que se apreciaba como un giro argumental que el autor había sabido dejar para el supuesto final, enganchando al lector, o al oyente como en mi caso. No podía creer lo increíble que estaba siendo la hist…

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Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. La artritis ha menguado progresivamente y es ya la última de sus afecciones. A este lote de Homo Reversus lo esperan casi siete décadas de salud plena. No puedo evitar que se me escape un suspiro de victoria, ya que sus sonrisas marcan el final de su senilidad. Son las primicias de nuestro futuro. El declive genético imposibilita superar las cuatro décadas de vida en individuos de origen natural. Individuos como yo. No viviré el tiempo suficiente para ver el impacto de mi creación, pero sé que nos reemplazarán como especie. Esta noche, yo seré el último.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. Al fin, había llegado el día señalado: era el sexto cumpleaños de Javier, el día que tanto habían esperado. Él había planchado el pequeño uniforme con ilusión, y ella preparaba un pastel con felicidad. Todo lo malo quedó atrás; ahora se enfocaban en dejarlo todo perfecto. En la madrugada, su silencio es irrumpido por una guadaña que llama a su puerta, portando un pastel con sabor a barbitúricos. En la soledad de esa habitación decorada, encuentran la paz eterna, convencidos de que finalmente volverán a ver a su querido Javier.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. El último año había sido especialmente duro. Entre los tres, apenas acumulaban unas semanas de trabajo voluntario. Su cuenta conjunta rozaba peligrosamente los dos dígitos. Afortunadamente, la fecha para renovar la confianza en el líder estaba próxima, lo que trajo consigo una paga extra de lo más conveniente. Por fin iban a poder tomarse las vacaciones soñadas.
Reservaron una habitación con cama triple en un apartamento en segunda línea de playa. Un bloque de edificios moderno y sostenible. Además, contaba con conexión WiFi autorizada. Dejaron a Mila y Sher, sus hijos digitales, al cuidado de sus compañeros de piso. Les esperaban cuatro días inolvidables.

Después de seis años, por fin, se permiten ser felices. La Infinitorre los aleja del suelo, y de la mugre ilusionada de los rostros conocidos.
Aferrados al pilar, que no había parado de crecer desde que Psylem el biomante lo emanara desde sus entrañas, los elegidos atraviesan las copas de las nubes, al igual que solían hacerlo las ofrendas a los difuntos.
Antes de desaparecer, observan el pequeño círculo que aún los mantiene cautivos. Una cárcel de paredes no más altas que un puñado de sal.
Con equipaje para toda una vida, la misión es simple: impedir que regresen los del otro lado.