"La poesía consiste en hacer matrimonios y divorcios ilegales entre las cosas"
F. Bacon
Pensar otro concepto de fuerza. Quizás sea esta la nueva poesía. En el fondo, ¿qué es la revuelta social sino un juego generalizado de matrimonios y divorcios ilegales entre las cosas?
La fuerza revolucionaria no es una fuerza igual y contraria a la del poder. Si así fuera estaríamos ya derrotados porque cada cambio sería el eterno retorno de la constricción. Todo se reduciría a un choque militar, a una macabra danza de estandartes. Pero los movimientos reales escapan siempre a la mirada cuantitativa.
El Estado y el capital tienen los más sofisticados sistemas de control y de represión ¿Cómo pararnos frente a este Moloch? El secreto consiste en el arte de descomponer y recomponer. El movimiento de la inteligencia es un juego continuo de descomposiciones y de correspondencias. Lo mismo vale para la práctica subversiva. Criticar la tecnología, por ejemplo, significa componer el cuadro general, mirarla no como un simple conjunto de máquinas, sino antes como una relación social, como sistema; significa comprender que un instrumento tecnológico refleja la sociedad que lo ha producido y que su introducción modifica las relaciones entre los individuos. Criticar la tecnología significa rechazar la subordinación de cada actividad humana a los tiempos de la ganancia. De otro modo nos engañaríamos sobre su alcance, sobre su supuesta neutralidad, sobre la reversibilidad de sus consecuencias. Sin embargo, se necesita luego descomponerla en sus mil ramificaciones, en sus realizaciones concretas que nos mutilan cada día más; se necesita entender que la difusión de las estructuras productivas y de control que ella hace posible simplifican el sabotaje. De otro modo sería imposible atacarla. Lo mismo vale para las escuelas, los cuarteles, las oficinas. Se trata de realidades inseparables de las relaciones jerárquicas generales y mercantiles, pero que se concretizan en lugares y hombres determinados.
¿Cómo volvernos visibles -nosotros, así de pocos- ante los estudiantes, ante los trabajadores, ante los desocupados? Si se piensa en términos de consenso y de imagen (hacerse visible, justamente), la respuesta se da por descontada: sindicatos y especuladores políticos profesionales son más fuertes que nosotros. Una vez más, el defecto radica en la capacidad de componer-descomponer. El reformismo actúa sobre el detalle, y de modo cuantitativo: se mueve con grandes números para cambiar algunos elementos aislados del poder. Una crítica global de la sociedad, en cambio, puede hacer surgir una visión cualitativa de la acción. Justamente porque no existen centros o sujetos revolucionarios a los que subordinar los propios proyectos, toda realidad social reenvía al todo del cual es parte. Ya se trate de contaminación, de cárcel o de urbanística, un discurso realmente subversivo termina por poner todo en cuestión. Hoy más que nunca, un proyecto cuantitativo (juntar a los estudiantes, a los trabajadores a los desocupados en organizaciones permanentes con un programa especifico) no puede hacer más que actuar sobre el detalle, quitándole a las acciones su fuerza principal -la de instalar cuestiones irreductibles a las separaciones categoriales (estudiantes, trabajadores, inmigrantes, homosexuales, etc.). Más aun teniendo en cuenta que el reformismo es cada vez más incapaz de reformar algo (piénsese en la desocupación, falsamente presentada como un desgaste -resoluble- en la racionalidad económica). Alguien decía que hasta el pedido de una comida no envenenada es en sí mismo un proyecto revolucionario, desde el momento en que para satisfacerlo sería necesario cambiar todas las relaciones sociales. Toda reivindicación dirigida a un interlocutor preciso lleva consigo su propia derrota, por la misma razón de que ninguna autoridad puede resolver, ni aun queriéndolo, un problema de alcance general. ¿A quién dirigirse para enfrentar la contaminación del aire?
Aquellos que durante una huelga salvaje llevaban una bandera sobre la cual estaba escrito No pedimos nada, habían comprendido que la derrota está en la reivindicación misma ("contra el enemigo la reivindicación es eterna" rememora una ley de las XII tablas). No le queda a la revuelta otra solución más que tomar todo para sí. Como había dicho Stirner: "Aunque ustedes les concedan a ellos todo lo que piden, ellos les pedirán siempre más, porque lo que quieren es nada menos que esto: el fin de toda concesión". ¿Y entonces? Entonces se puede pensar actuar de a pocos sin actuar aisladamente, con la conciencia de que cualquier buen contacto sirve de más, en situaciones explosivas, que los grandes números. Muy a menudo, ciertas luchas sociales tristemente reivindicativas desarrollan métodos más interesantes que los objetivos (un grupo de desocupados, porejemplo, que pide trabajo y termina por quemar una oficina de empleos). Es verdad que se puede estar en desacuerdo al decir que el trabajo no debe ser buscado, sino destruido. O que se puede tratar de unir la crítica de la economía con aquella oficina quemada apasionadamente, la crítica de los sindicatos con un discurso de sabotaje. Todo objetivo
específico de lucha reúne en sí, pronta a estallar, la violencia de todas las relaciones sociales. La trivialidad de sus causas inmediatas, se sabe, es el ticket de entrada a las revueltas en la
historia.
¿Qué podría hacer un grupo de compañeros frente a situaciones similares? No mucho, sino ha pensado ya (por ejemplo) en cómo distribuir un panfletillo o en qué puntos de la ciudad expandir un foco de protesta; quizás algo más, si una inteligencia jovial y facinerosa les hace olvidar los grandes números y las grandes estructuras organizativas. Sin querer renovar por esto la mitología de la huelga general como condición desencadenante de la insurrección, está bastante claro que la interrupción de la actividad social se mantiene como un punto decisivo. Hacia esta parálisis de la normalidad debe dirigirse la acción subversiva, cualquiera sea la causa de un choque insurreccional. Si los estudiantes siguen estudiando, los obreros -los que quedan- y los empleados siguen trabajando, los desocupados siguen preocupándose por la ocupación, ningún cambio es posible. La práctica revolucionaria estará siempre por sobre la gente. Una organización separada de las luchas no sirve ni para desencadenar la revuelta ni para expandir y defender su alcance. Si es verdad que los explotados se acercan a aquellos que saben garantizar, en el curso de las luchas, mayores mejoras económicas -esto es, si es verdad que toda lucha reivindicativa tiene un carácter necesariamente reformista-, son los libertarios quienes pueden, a través de sus métodos (la autonomía individual, la acción directa, la conflictividad permanente), impulsarlos a ir más allá del modelo de la reivindicación, a negar todas las identidades sociales (profesor, empleado, obrero, etcétera). Una organización reivindicativa permanente especifica de los libertarios quedaría al margen de las luchas (sólo pocos explotados podrían elegir formar parte), o perderían su propia peculiaridad libertaria (en el ámbito de las luchas sindicales, los más profesionales son los sindicalistas). Una estructura organizativa formada por revolucionarios y por explotados puede permanecer conflictiva sólo si se encuentra ligada a la duración de una lucha, a un objetivo específico, a la perspectiva del ataque; en fin si es una critica en acto del sindicato y de la colaboración con los patrones.
Por el momento no se puede llamar precisamente "remarcable" a la capacidad de los subversivos de lanzar luchas sociales (antimilitaristas, contra las nocividades ambientales, etcétera). Queda la otra hipótesis (queda, bien entendido, para el que no respeta que "la gente es cómplice y resignada", y buenas noches a los soñadores), la de una intervención autónoma en luchas -o en revueltas más o menos extendidas- que nacen espontáneamente. Si se buscan discursos claros sobre la sociedad por la que los explotados pelean (como ha pretendido algún teórico sutil frente a una reciente ola de huelgas), nos podemos quedar tranquilamente en casa. Si nos limitamos -algo en el fondo no muy distinto- a "adherir críticamente", se agregaran nuestras banderas rojas y negras a las de partidos y sindicatos. Una vez más la crítica del detalle se casa con el modelo cuantitativo. Si se piensa que cuando los desocupados hablan de derecho al trabajo se debe actuar en esa línea (con las deudas distingo a propósito entre salariado y "actividad socialmente útil"), entonces el único lugar de la acción parece ser la plaza poblada de manifestantes. Como sabía el viejo Aristóteles, sin unidad de tiempo y espacio no hay representación posible.
¿Pero quién dijo que a los desocupados no se les puede -practicándolos-, hablar de sabotaje, de abolición del derecho o de negativa a pagar el alquiler? ¿Quién dijo que durante una huelga de plaza la economía no puede ser criticada en otro lugar? Decir aquello que el enemigo no espera y estar donde no nos aguarda. Esta es la nueva poesía.
Extraído de Ai ferri corti, Ediciones Mariposas del Caos.
A mí me parece un rollo muy situacionista y ellos reconocen que les tira mucho. Siempre me ha parecido interesante la simbiosis que esta gente ha hecho entre acción política y acción del pensamiento. Claro que la vanguardia del movimiento se convirtió en eso, una vanguardia cuando precisamente o criticaban a otros grupos, pero los movimientos marginales que aún conservan su esíritu aportan un enfoque bastante interesantes al día a día de la acción antisistema.