#27 estos días he releído Campesinos, Del amor y Casa con mezzanina. Es verdad que Chéjov dista mucho de ser político, pero ningún escritor, y menos uno bueno, puede evitar escribir sobre la sociedad que lo rodea.
Su caso me parece el de una de las miradas más lúcidas al periodo de la historia rusa que va desde la liberación de los siervos hasta la revolución de 1905. En concreto, ilustra como nadie la decadencia económica, moral y psicológica de la aristocracia, así como su correlato entre las clases bajas.
Aún diría más, el apoliticismo de Chéjov es propio de un autor al que le ha tocado vivir en tierra de nadie en lo que a las tendencias históricas se refiere.
En el periodo de mayor agitación entre la intelligentsia rusa (1860-70), donde aún pervive en el imaginario colectivo la humillación tras la guerra de Crimea y la liberación de los siervos enardece el debate público, encontramos obras tan políticas como Padres e hijos, Los demonios de Dostoievski o el ¿Qué hacer? de Chernishevsky. En cambio, cuando Chéjov alcanza la madurez como escritor en los 80, acaba de ser asesinado el zar Alejandro II y la represión se ceba con la opinión pública. Las dos únicas maneras de hacer política real (con real me refiero a no ser un vulgar propagandista del régimen) en los 80 y 90 son el "realismo liberal" de Chéjov y los círculos marxistas clandestinos que empiezan a surgir en ese periodo. En retrospectiva parece evidente quien tuvo más éxito, pero sería ingenuo exigirle a Chéjov que deje de ser Chéjov.
Edit: se me ocurren un par de ideas que, aunque vagas, creo que merece la pena dejar por escrito aunque solo sea para recuperarlas en otro momento:
Durante la crisis del antiguo régimen, la mera existencia de la burguesía ya es un hecho revolucionario porque actúa como disolvente de las viejas relaciones de producción. Esto es todavía más acentuado en Rusia, cuyo atraso económico y social unido al yugo del zarismo auguraba un enfrentamiento especialmente radical entre la burguesía emergente y la vieja clase feudal. Por esta razón, durante casi todo el siglo XIX. la propia literatura moderna es un arma de primer orden en este enfrentamiento: adoptar las formas de la novela social o del realismo francés, de un Balzac o una George Sand, era el mayor gesto de radicalidad política posible en los años 30 y 40 entre la intelectualidad rusa (Pobres gentes de Dostoievski es un buen ejemplo). Este énfasis en la literatura es una muestra palpable de la timidez de la burguesía rusa (todavía débil y sin recursos para plantearse siquiera tomar el poder), que no era capaz de expresar sus intereses como clase en términos nítidamente políticos. Las décadas posteriores, con sus guerras culturales entre europeistas y eslavófilos siguen la misma tónica.
Las cosas empiezan a cambiar lentamente con la liberación de los siervos y la transformación económica que supone. Estos, a la vez que se libran de la opresión de sus señores, se encuentran con graves dificultades económicas, por lo que la emigración a las ciudades en busca de trabajo en la industria se acelera. Son los años en los que se compacta la burguesía rusa como clase: crece la inversión extranjera, la manufactura y se multiplican la vías de ferrocarril.
Todo esto tiene su repercusión en la literatura: ya no toda literatura es revolucionaria, y esta se convierte en terreno en disputa entre distintas fracciones de la intelectualidad radical, desde liberales hasta socialistas pasando por nihilistas.
Para cuando Chéjov aparece en escena, la literatura, y en concreto la novela y el ensayo, ya no son el principal medio para transmitir ideas políticas, sino que la aparición de las masas urbanas trae consigo los panfletos y octavillas. Un escritor puede ser radical, pero por primera vez desde Pushkin tiene otros medios (y otro público más allá del reducido círculo de intelectuales) para expresarse políticamente.