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“Son nuestras elecciones las que muestran lo que somos, mucho más que nuestras habilidades.” – Harry Potter de JK Rowling.
El «progreso», tema de conversación general, constituye sin duda un caso extremo. Tal como se enuncia en la actualidad, el «progreso» es sencillamente un comparativo del que no hemos establecido el superlativo. Enfrentamos todo ideal de religión, patriotismo, belleza o placer bruto al ideal alternativo del progreso; es decir, comparamos toda propuesta de obtener algo sobre lo que poseemos conocimientos con la propuesta alternativa de obtener mucho más de nadie sabe qué.
El progreso, correctamente entendido, tiene un sentido sin duda serio y legítimo. Pero usado en oposición a unos ideales morales precisos, se convierte en algo absurdo. No es cierto que el ideal de progreso deba oponerse al de finalidad ética o religiosa. Lo cierto es, precisamente, lo contrario. A nadie servirá usar la palabra «progreso» a menos que cuente con una creencia definida y con un código de moral sólido. Nadie puede ser progresista sin ser doctrinal; me atrevería casi a decir que nadie puede ser progresista sin ser infalible; en cualquier caso, no puede serlo sin creer en cierta infalibilidad.
Pues el progreso, tal como se deduce de su mismo nombre, indica una dirección; y en el instante en que sentimos la menor duda acerca de la dirección a seguir, vacilamos también, y en el mismo grado, acerca del progreso mismo. Tal vez nunca como ahora, desde el principio del mundo, se ha vivido una época con menos derecho a pronunciar la palabra «progreso».
En el católico siglo XII, en el filosófico siglo XVIII, la dirección puede haber sido buena o mala, los hombres pueden haber discrepado más o menos sobre lo lejos que querían llegar, y hacia dónde deseaban ir, pero, en general, estaban de acuerdo en la dirección y, por consiguiente, contaban con una sensación genuina de progreso.
Nosotros, en cambio, discrepamos precisamente sobre la dirección; si la excelencia futura pasa por más leyes o menos leyes, por más o menos libertades; si la propiedad acabará por concentrarse o por repartirse; si la pasión sexual alcanzará su mayor desarrollo en un intelectualismo casi virgen o en una libertad animal plena; si debemos amar a todo el mundo, con Tolstói, o si, con Nietzsche, no hemos de salvar a nadie... Estas son las cosas sobre las que en realidad más luchamos. No sólo es cierto que la época que menos ha determinado qué es el progreso sea la más «progresista». Es que la gente que menos ha determinado qué es el progreso es la más «progresista».
A la masa corriente, los hombres que nunca se han preocupado por el progreso, podría encomendársele éste, tal vez. Los individuos particulares que hablan de progreso saldrían disparados en todas direcciones cuando se diera el pistoletazo de salida.
No digo, por tanto, que la palabra «progreso» carezca de significado; lo que digo es que carece de significado sin la definición previa de una doctrina moral, y que sólo puede aplicarse a grupos de personas que comparten dicha doctrina.
«Progreso» no es una palabra ilegítima, pero lógicamente resulta evidente que para nosotros sí lo es. Se trata de una palabra sagrada, de una palabra que sólo debería ser usada por estrictos creyentes, y en épocas de fe.
Dejo algunas citas del último libro que he leído. Los títulos de las citas naturalmente los he escrito yo:
Sobre el amor herido de muerte
Y es que a veces llamamos odio a nuestro amor sangrante, a nuestro amor herido de muerte que sin embargo se resiste a morir y para el que no encontramos bálsamo que lo anestesie ni medicina que lo restaure. Y ese amor malherido que se desangra sin perecer del todo, a diferencia del odio, no tiene cura, porque no es una llaga que cicatrice con el tiempo, sino un estigma recibido misteriosamente del que no nos podemos desprender a nuestra voluntad.
Sobre las etiquetas políticas
La mayoría de la gente no tiene capacidad mental para elaborar ideas complejas y necesita etiquetar de la forma más burda lo que no entiende, para simplificarlo. Y luego está aquello que decía McLuhan: el medio es el mensaje. Si trabajas para un medio como la emisora de Quico Barrientos(1), no puedes aspirar a que te tengan por un espíritu libre.
(1) La emisora de Quico Barrientos en la novela es una emisora de ideología abiertamente liberal.
Sobre la complejidad literaria
Mozart no componía como silbaba el afilador de cuchillos de su barrio, ¿por qué un escritor va a tener que escribir como hablan sus lectores más lerdos? [...] El verdadero escritor es el que considera que el lector está a su altura y, por lo tanto, no se rebaja ni degrada para adularlo, porque si el lector no lo capta a la primera volverá a intentarlo. La literatura, querido Álex, es el arte de escribir algo que se leerá dos veces.
Democracia y éxito personal
Decapitar a quien descuella es el rito central de la misa democrática [...] La religión democrática –como dijo Unamuno– ha convertido en virtud civil el pecado de la envidia.
De Prada, J. M., Mirlo blanco, cisne negro.
"Pesada es la piedra y densa la arena; pero no son nada al lado de la furia de un idiota"
Dune - Frank Herbert
Su vida es breve, pero su número es desmesurado; son ellos, los Muslemänner, los hundidos, los cimientos del campo; ellos, la masa anónima, continuamente renovada y siempre idéntica, de no-hombres que marchan y trabajan en silencio, apagada en ellos la llama divina, demasiado vacíos ya para sufrir verdaderamente. Se duda en llamarlos vivos: se duda en llamar muerte a su muerte, ante la que no temen porque están demasiado cansados para comprenderla.
Es una cita del libro Si esto es un hombre, de Primo Levi, sobre los musulmanes que estaban al borde de la muerte en los campos de concentración.
«Conoces a una chica tímida y sencilla. Si le dices que es hermosa, ella pensará que eres simpático, pero no te creerá. Sabe que esa belleza es obra de tu contemplación. Y a veces basta con eso. Pero existe una manera mejor de hacerlo. Le demuestras que es hermosa. Conviertes tus ojos en espejos, tus manos en plegarias cuando la acaricias. Es difícil, muy difícil, pero cuando ella se convence de que dices la verdad... De pronto la historia que ella se cuenta a sí misma cambia. Se transforma. Ya no la ven hermosa. Es hermosa, y la ven.»
Bast, El nombre del viento, de Patrick Rothfuss. Para mí una de las mejores citas que he leído
Y te libras de ti mismo precisamente porque te pareces demasiado a ti. No te rías, Francisco. Te suicidas porque eres quien eres y no quien quisieras ser, te pegas un tiro porque no te soportas. Por puro odio. Para resistir, para seguir vivo, hace falta una buena dosis de idealismo. Capacidad para mentirse. Sólo sobreviven quienes consiguen creerse que son lo que no son.
La vida humana es el mayor derroche económico de la naturaleza: cuando parece que podrías empezar a sacarle provecho a lo que sabes, te mueres, y los que vienen detrás vuelven a empezar de cero.
Ambas citas pertenecen al libro En la orilla, de Rafael Chirbes.
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.
Inicio de El Aleph, de Jorge Luis Borges.
El viejo George Orwell lo entendió todo al revés.
El Gran Hermano no está mirando. Está cantando y bailando. Está sacando conejos de una chistera. El Gran Hermano está ocupado en reclamar tu atención a cada momento que pasas despierto. En asegurar de que siempre estés distraído. En asegurarse de que permanezcas abstraído. En asegurarse de que se te marchite la imaginación. Hasta que sea tan útil como tu apéndice. En asegurarse de que tu atención siempre está ocupada. Y esta forma de ser alimentado es peor que ser observado. Si el mundo te mantiene siempre ocupado, nadie tiene que preocuparse por lo que tienes en mente.
Si la imaginación de todo el mundo está atrofiada, nadie más será nunca una amenaza para el mundo.
Nana, de Chuck Palahniuk
"Tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar;"
(Eclesiastés)
"El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras".
Roland Barthes: Fragmentos de un discurso amoroso
#14Tressilian:
Siempre me pareció que la primera cita es muy reiterativa con la palabra mucho. Mucho mucho.
Dejo el primer párrafo de "El Cuerpo", relato dentro de "Las Cuatro Estaciones" de Stephen King. Me gustó mucho cuando lo leí.
Las cosas más importantes son siempre las más difíciles de contar. Son cosas de las que uno se avergüenza, porque las palabras las degradan. Al formular de manera verbal algo que mentalmente nos parecía ilimitado, lo reducimos a tamaño natural. Claro que eso no es todo ¿verdad? Todo aquello que consideramos más importante está siempre demasiado cerca de nuestros sentimientos y deseos más recónditos, como marcas hacia un tesoro que los enemigos ansiaran robarnos. Y a veces hacemos revelaciones de este tipo y nos encontramos solo con la mirada extrañada de la gente que no entiende en absoluto lo que hemos contado, o por qué nos puede parecer tan importante como para que casi se nos quiebre la voz al contarlo. Creo que eso es precisamente lo peor. Que el secreto lo siga siendo, no por falta de un narrador, sino por falta de un oyente comprensivo.
De el pozo de la ascension de brandon Sanderson
Así es como funcionan en realidad la mayoría de los gobiernos, ¿Qué es un gobierno, sino un método institucionalizado de asegurarse de que otro hace todo el trabajo?
La España de finales del XIX, a ojos del hispanista Maurice Barrès:
España es un país fértil en cualquiera de estas expresiones de la vida. Los animales están aquí más próximos de la naturaleza que en cualquier otro sitio. Las mujeres españolas son la encarnación misma del principio de la vida: cigarreras, bailaoras, beatas, también las mujeres que, en un abandono específicamente femenino, se dejan arrastrar por el odio, esa pasión esencial que nos devuelve a nuestro ser auténtico. Basta subirse en un tren en España, dice Barrès, para encontrarse rodeado de Quijotes y de Sanchos. Aquí el pueblo no se ha dejado reducir a las abstracciones racionalistas propias de la modernidad. Sigue viviendo en su propia dimensión, una dimensión auténtica, de una intensidad única, alucinante.
Como con los románticos del siglo XIX, España vuelve a representar la resistencia al proyecto racional ilustrado. La perspectiva ha cambiado, sin embargo. Ahora el proyecto ilustrado, que parecía haber alcanzado su triunfo con el del liberalismo, a finales del siglo XIX, empieza a hacer aguas por todas partes. En cambio, es la España antiilustrada y antimoderna la que aparece victoriosa. No es sólo que la razón no rija el mundo. Es que la propia aplicación de la razón ha descubierto mundos que anegan y anulan la razón. Así como el liberalismo y su prolongación lógica —la democracia— empiezan a revelar elementos que parecen irreductibles a la lógica racional que los sustenta, la propia razón descubre un mundo a cuyo lado la dimensión racional de la realidad se revela muy pequeña, casi irrelevante. «La inteligencia, qué cosa tan pequeña en la superficie de nosotros mismos», dirá Barrès.
Venga va, animad un poco este hilo. Siempre me ha servido para conocer nuevos libros.
Empiezo con "Sapiens. De animales a dioses", de Yuval Noah.
La ética capitalista-consumista es revolucionaria en otro aspecto. La mayoría de los sistemas éticos anteriores planteaban a la gente un acuerdo muy duro. Se les prometía el paraíso, pero solo si cultivaban la compasión y la tolerancia, superaban los anhelos y la cólera y refrenaban sus intereses egoístas. Para la mayoría, esto era demasiado duro. La historia de la ética es un triste relato de ideales maravillosos que nadie cumple. La mayoría de los cristianos no imitan a Jesucristo, la mayoría de los budistas no siguen las enseñanzas de Buda y la mayoría de los confucianistas habrían provocado a Confucio un berrinche colérico.
En cambio, la mayoría de la gente vive hoy siendo capaz de cumplir con éxito el ideal capitalista-consumista. La nueva ética promete el paraíso a condición de que los ricos sigan siendo avariciosos y pasen su tiempo haciendo más dinero, y que las masas den rienda suelta a sus anhelos y pasiones y compren cada vez más. Esta es la primera religión de la historia cuyos seguidores hacen realmente lo que se les pide que hagan. ¿Y cómo sabemos que realmente obtendremos el paraíso a cambio? Porque lo hemos visto en la televisión.
La siguiente aparece en "Tempestades de acero", de Ernst Jünger:
Hoy me ha llamado la atención un extraño contraste, el que se da entre este paisaje extraordinario en que vivimos y que sin duda nunca volverá y el creciente aburrimiento que de nosotros se apodera. Todos nosotros tuvimos la sensación, cuando estalló la guerra, de que alcanzaríamos a ver con nuestros propios ojos cosas que hasta ese momento sólo habíamos leído en las novelas que describían una futura conflagración mundial. Con enorme expectación aguardábamos los sucesos que vendrían, y antes que quedarnos en casa habríamos preferido rechazar una fortuna. En aquella época casi todos los voluntarios llevaban en su mochila un cuaderno; sólo algunas páginas de él fueron escritas, y más tarde quedó abandonado en cualquier lugar, después de la primera batalla. Con frecuencia he visto cuadernos de ésos; casi siempre, en su primera página estaban escritas, con gruesos caracteres, estas palabras: «Diario de guerra»; luego venían algunas anotaciones garabateadas a toda prisa durante la instrucción impartida por los cabos, así como direcciones, cifras referentes a partidas de cartas y cosas por el estilo. Resulta casi increíble la rapidez con que el ser humano se hastía de estar participando en «acontecimientos de la historia universal».
Es, en verdad, una cosa extraña - pues qué sacrificios no haría uno por ver con sus propios ojos, por ejemplo, la batalla del bosque de Teutoburgo o el asedio de Jerusalén. Pero, en cambio, apenas nos conmueve la idea de estar asistiendo a un giro de los tiempos del que tal vez se seguirá hablando dentro de mil años. De vez en cuando deberíamos pensar en ello, sin embargo; así nos percataríamos -más allá del dolor, del hastío y del aburrimiento- del núcleo esencial en que consiste nuestra vida. Cuando uno conoce la resistencia que el ser humano opone a las exigencias históricas, parece un prodigio que pueda llegar a haber historia.
Por último, una de mis favoritas. De hecho es posible que ya esté en este hilo. Marguerite Yourcenar la recoge en su libro “Memorias de Adriano”, biografía de dicho emperador (117-138, DC):
Dudo de que toda la filosofía de este mundo consiga suprimir la esclavitud; a lo sumo le cambiarán el nombre. Soy capaz de imaginar formas de servidumbre peores que las nuestras, por más insidiosas, sea que se logre transformar a los hombres en máquinas estúpidas y satisfechas, creídas de su libertad en pleno sometimiento, sea que, suprimiendo los ocios y los placeres humanos, se fomente en ellos un gusto por el trabajo tan violento como la pasión de la guerra entre las razas bárbaras. A esta servidumbre del espíritu o la imaginación, prefiero nuestra esclavitud de hecho.
“La frase que le había enseñado su hermano (que también era maratoniano): El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. Este era su mantra. Imaginemos que mientras alguien corre piensa <ui que dolor!! Ya no puedo más>. Pues bien, el dolor és inevitable, mientras que el <ya no puedo más> depende solo del corredor”.
De que hablo cuando hablo de correr
HARUKI MURAKAMI
Ambas son de La conjura de los necios, de John Kennedy Tool. Este libro o te encanta o lo odias, no existe término medio:
Mercaderes y charlatanes se hicieron con el control de Europa, llamando a su insidioso evangelio "La Ilustración". El día de la plaga estaba próximo; pero de las cenizas de la humanidad no surgió ningún fénix. El campesino humilde y piadoso, Pedro Labrador, se fue a la ciudad a vender a sus hijos a los señores del Nuevo Sistema para empresas que podemos calificar, en el mejor de los casos, de dudosas. (…) El giroscopio se había ampliado. La Gran Cadena del Sur se había roto como si fuera una serie de clips unidos por algún pobre imbécil; el nuevo destino de Pedro Labrador sería muerte, destrucción, anarquía, progreso, ambición y autosuperación. Iba a ser un destino malévolo: ahora se enfrentaba a la perversión de tener que IR A TRABAJAR.
El señor González, mi «jefe», aunque sea bastante cretino, resulta, sin embargo, bastante agradable. Parece que siempre está atemorizado, demasiado, desde luego, para criticar la tarea de cualquier trabajador. En realidad, es capaz de aceptar casi cualquier cosa, y es, por tanto, atractivamente democrático, a su modo subnormal.
Esa era la diferencia entre héroe y villano, soldado y asesino, victoria y crimen. Las dos margenes de un río llamado patria.
Hacer siempre lo correcto parece una regla muy fácil de observar. Pero ¿cuándo se convierte lo correcto en lo erróneo? Esa es la cuestión.
Esto es la guerra. Aquí la tenemos, despojada de todos sus adornos. Sin botones abrillantados, ni bandas coloridas, ni saludos rígidos. Sin mandíbulas apretadas ni apretadas nalgas. Sin discursos ni cornetas, sin elevados ideales. Aquí esta tal y como es.
La vida no es justa. No existe patrón alguno. La gente muere al azar. Algo que todo el mundo sabe, pero que nadie cree en realidad. Creen que cuando les toque a ellos su muerte encerrará una lección, un significado, será una historia merecedora de ser contada. En la muerte no hay ningun momento de revelación...
Así había sido siempre, cuando habían perdido un hombre. Aunque costaba imaginar que fuese a pasar igual con uno mismo. Que uno seria olvidado al igual que un estanque olvida una piedra que ha sido arrojada a él. Tras una cuantas ondulaciones en la superficie, uno desaparece. Olvidar forma parte de la naturaleza del hombre.
Todas las espadas estan malditas, muchacho.
Citas de La mejor venganza y Los Heroes de Joe Abercrombie.
Minados por la obsesión cobarde de lo políticamente correcto, pasmados por una marea de pseudoinformación que les proporciona la ilusión de una modificación permanente de las categorías de la existencia (ya no se puede pensar lo que se pensaba hace diez, cien o mil años), los occidentales contemporáneos ya no consiguen ser lectores; ya no logran satisfacer la humilde petición de un libro abierto: que sean simplemente seres humanos, que piensen y sientan por sí mismos.
Con mayor motivo, no pueden desempeñar ese papel frente a otro ser. No obstante, tendrían que hacerlo: porque esta disolución del ser es trágica; y cada cual, movido por una dolorosa nostalgia, continúa pidiéndole al otro lo que él ya no puede ser; cada cual sigue buscando, como un fantasma ciego, ese peso del ser que ya no encuentra en sí mismo. Esa resistencia, esa permanencia; esa profundidad. Todo el mundo fracasa, por supuesto, y la soledad es espantosa.
Y déjame darte un consejo: ten cuidado con los soldados viejos en un mundo en el que se muere joven.
Arturo Pérez Reverte, Línea de fuego.
“El maestro llevaba muchos años predicando que la vida no era más que ilusión. Cuando murió su hijo rompió a llorar. Sus discípulos se le acercaron y le dijeron:
-Maestro, cómo puede llorar tanto si nos ha explicado que todas las cosas de esta vida son una ilusión?
-Sí- respondió el sabio, enjugándose las lágrimas que resbalaban por sus mejillas- él era una ilusión tan hermosa! “
Chuang tze
Desapegarse sin anestesia de Walter Riso
Nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua».
Rayuela
Y la auto-afección sexual, es decir la auto-afección en general, no comienza ni termina con lo que se cree poder circunscribir bajo el nombre de masturbación.
Derrida
Take care, read (on) slowly. ‘Derrida’ calls for patience, the sort of patience that the Czech writer Franz Kafka (1883–1924) evokes when he writes, in one of his great aphorisms: ‘All human errors are impatience, a premature breaking-off of methodical procedure, an apparent fencingin of what is apparently at issue’ (Kafka 1994, 3).
Tres cosas gobiernan la tierra: la sabiduría, la apariencia y la fuerza
Conversaciones con emigrados alemanes - Goethe
En 1900 hay una multitud de jóvenes nietzscheanos, todos hablan, aunque sea de oídas, del superhombre, de la "moral de los esclavos", de vivir más allá del bien y del mal, aupándose sobre sí mismos, sobre su voluntad, para desafiar a un mundo cobarde e hipócrita, injusto y desmedidamente pequeño para sus ansias.
Los aforismos de Zaratustra exaltan las mentes, embriagan las conciencias. Friedrich Nietzsche, el alemán de los bigotes colosales, de las palabras de fuego, de la filosofía rebelde, parece un profeta medio loco a fuerza de lucidez que ha descubierto la trágica verdad de la vida. Su grandeza fatal, como la de su antiguo amigo Wagner, es el norte de las nuevas generaciones. Y he ahí que el profeta ha muerto de la manera más triste cuando estaba a punto de cumplir cincuenta y seis años. Sin grandiosidad, sin las apoteosis de los gigantes wagnerianos, apático y ausente, con una mirada vacía, cuidado por su hermana Elisabeth en una casa de Weimar. Entre brumas, con el cerebro invadido por la sinrazón.
Llevaba once años loco hasta que un ataque de apoplejía ha puesto fin a ese interminable crepúsculo. Los visitantes le ven sentado en un sofá, envuelto en una bata de color blanco que recuerda al hábito de un monje, pálido y encogido, haciendo como si leyera un grueso libro que sostiene en posición invertida.
Sus ojos se dirigen hacia la persona que acaba de entrar en la estancia, como si hurgara en sus recuerdos, pero en seguida pierde interés y vuelve a mirar el libro, que es imposible que lea. Es un libro muy hermoso, dice. Y luego, como acordándose de algo que ya pertenece al pasado: He escrito muchas cosas bonitas.
Nietzsche muere, como el poeta dice, entre las ruinas de su inteligencia.
1900 - Carlos Pujol