Vuelvo al pueblo en el que me crie, lleno de salitre y viento.
Me digo que voy a visitar a la abuela que está pronta, justificando así los dos aviones, sin ocultarme, que la depresión que me tiene muerto en vida apenas le hace eco al gran mal. El mío.
La cadena de sucesos, en burda cronología: perdida del trabajo, abandono de mi mujer, disputa de la custodia de mi hijo. Yo, un hombre de familia de pura cepa, arrancado de mi móvil vital.
Si luego la perdida del trabajo, prometedor, o las frecuentes infidelidades de mi mujer, o la enfermedad genética de Bruno; en cuanto a sus presencias, ya es cosa de Dios.
Bajo en guagua, pues los recursos no alcanzan para alquilar un coche, pero no me privo de la priva y tengo mi petaca perenne de whisky malo, da igual la hora, ya estoy alcoholizado.
Un fin de semana, en el que por consejo de un amigo, a su vez mi psiquiatra, me presta unos cientos de euros para volver a la casa, la patria de uno, dónde se fue niño, dónde uno es.
Ya tan olvidado.
Me tomo un par de chicles para ocultar el tufo, y veo, y para mi sorpresa me alegro, a la generación de perfectas mujeres que ha dado mi familia, mis hermanas, mis tías, mis sobrinas, mi abuela, mi madre.
Que trabajo tan bien hecho el de estas tipas, como zurcen, como luchan, como hacen de lo poco tanto y miran el hilo de la vida desafiantes.
El único hombre de nuestro Apellido, presente en el último fin de semana de agosto.
Me acogen y me rodean, me besuquean, me preguntan, me hacen muchas preguntas, otras las dejan para que las haga la madre, o la abuela y me dan un calor que me hace tanto daño, por no saber si merecerlo o si comprenderlo, o si soportarlo.
Cenamos, y todo son risas, pero yo lo oigo todo en sordina, porque estoy muerto y es tanta la penumbra que me asola que me come el miedo desde los talones, un miedo que yo mismo creo, que nace en el fragor de mis sinapsis, en el escondite de mi memoria.
La vida privada de magnesio va construyendo días errados.
Y deciden salir y salimos a las verbenas del pueblo, viene hasta la abuela, con su mantillo de santa y yo me ocupo de su silla de ruedas, y a ratos trastabillo pero lo oculto con genio, que voy algo pasado de alcohol.
Y gozo viendo a todas mis mujeres bailar y reír. Y por un momento veo la luna flagelando el mar y tengo un fugaz recuerdo de mi amigo, que también es psiquiatra, uno muy especializado, trabaja en la cárcel.
En estas voy a buscar provisiones etílicas, y le doy un beso a mi madre en la frente porque la amo, pago en la cantina por una botella de whisky y vuelvo con mi familia, algo no marcha bien siento, y veo a un hombre, me suena, que zarandea a mi hermana la mayor mientras mi madre llora histérica y el resto pide ayuda.
Entonces me acerco y saco mi navaja, una que llevo desde chico, que me regalo mi padre, que fue también alcohólico y especialista del GOE y que he llevado con reverencia en mis misiones, y me acerco al nota y lo recuerdo de una lejana cena navideña, un cuñado. Me ve y suelta a mi hermana y se queda paralizado.
Mi familia, entiendo, no llora por mi hermana, ni por el maltratador de su ex marido, lloran por la mala suerte, por lo que voy a hacer a continuación.
No es el primer hombre que mato con arma blanca.
No esperaba que fuera en mi primer fin de semana de permiso.