La primera vez que leí este libro me ocurrió lo mismo que le ha ocurrido a muchos lectores de este foro. Lo que más me llamó la atención fue la crudeza de muchas escenas, así como todos los detalles en torno al bombardeo de Dresde que incluye Billy Pilgrim en su relato de la tragedia. Hoy, que he terminado la relectura, creo que este pequeño libro tiene más miga de lo que muestra en apariencia.
Son muchos los temas que podrían tocarse. Creo que merece la pena mirar la obra dentro de la corriente de pensamiento en la que fue escrita, puesto que es hija del devenir espiritual de Occidente a partir de la Segunda Guerra Mundial. Es, por tanto, una novela enmarcada dentro del existencialismo filosófico y del ambiente propio de la Guerra Fría.
El primer valor que quiero resaltar de este libro es precisamente ese momento en el que ve la luz. Corre el año 1969 cuando se publica Matadero Cinco y EE. UU., patria del autor, está enfrascada en uno de los conflictos que marcaron su provenir durante la segunda mitad del siglo XX, la Guerra de Vietnam. Fue también en 1969 cuando el Apolo 11 consigue alunizar sobre la superficie del satélite del planeta Tierra y, podría decirse, da por finalizada la carrera espacial que había marcado las décadas previas. O, al menos, a partir de entonces ya no fue tan importante. Fue en la década de los 60 cuando nacieron las películas de James Bond y, en la música, probablemente allá donde fueras habría una canción de The Beatles sonando.
Con todo, son los años 60 los que hacen a muchos cuestinar el relato que los EE. UU habían ido entretejiendo desde sus campañas militares en Europa y en Corea. Vietnam marcó un antes y un después; en los 60 dispararon sobre Kennedy y sobre Martin Luther King; John Lennon se hizo hippie y se largó con su amante Yoko Ono; y en los pubs más recónditos de la ciudad empezaba a despuntar un tipo llamado Bob Dylan. No obstante, la sombra de la Guerra Fría todavía estaba allí, y el mundo tembló con la Crisis de los Misiles de 1962.
En mitad de esa cadena de sucesos aparece este libro. Uno más que parecían tirar piedras sobre el propio tejado de las acciones militares de EE. UU. en un momento en el que la popularidad de los militares empezaba a descender en picado, puesto que el auge del televisor transportaba a cualquier estadounidense medio al horror que se vivía en Laos, Vietnam o Camboya. Así pues, el libro, en su origen, es un libro que pretende contar lo que nunca se había contado. Pretende desmitificar, quizás, el relato más mítico que había cosechado EE. UU. de sus campañas bélicas: su intervención salvadora en Europa en contra de los nazis. Ahora no nos parece tan descabellado porque hemos leído historia y conocemos sucesos que dejan muy mal parados a los estadounidenses, como la matanza de Dresde.
Por otro lado, el segundo aspecto que más me ha interesado esta vez de la novela ha sido el existencialismo que se desprende de cada una de sus líneas. La historia es, así como la realidad que en ella se nos cuenta, fundamentalmente, un personaje: Billy Pilgrim. Billy es un personaje curioso. Torpe, descuidado, sinsangre..., son muchos los adjetivos con que podemos etiquetarlo. Pero el personaje que en apariencia no resulta más que una marioneta del destino, capaz de sobrevivir, sin proponérselo, a las circunstancias más adversas posibles, esconde en algunos momentos grandes actos de individualismo.
Frente al Billy Pilgrim que se deja llevar, primero en la guerra y después en su vida de infeliz casado, hay un Billy Pilgrim que aparece momentáneamente, tratando de abrirse paso en un mundo horrible. Es el Billy Pilgrim que regresa a casa con un sable de la Luftwaffe que ha desclavado de un poste eléctrico mientras circulaba en una carreta verde con forma de ataúd tirada por dos caballos. Es el Billy Pilgrim que llora al ver lo torturados que están tales caballos cuando lo reprende un matrimonio de ginecólogos alemanes y decide liberarlos de las cinchas de la carreta. Es el Billy Pilgrim que, interno en el hospital tras su accidente de avión, le dice al alto cargo del ejército que está escribiendo una historia sobre los actos de la aviación estadounidense que él estuvo en Dresde, que sus propios ojos vieron aquella masacre y que tan solo se lo decía para que lo supiera, no por otro motivo, y que se traduce ante los ojos del lector como una de las mayores lecciones de humildad que un don nadie como Billy pudiera dar a un militar de renombre. En estos actos se ve un Billy Pilgrim profundamente distinto al óptico amargado, casado a la fuerza para hacer fortuna, y que busca en los libros de ciencia ficción una vía de escape del mundo absurdo en el que se encuentra, incapaz de adaptarse a él tras haber sobrevivido a una guerra de aquel calibre y a un accidente de avión que debería haberlo matado.
Estas ideas hacen que me interese mucho más por Billy Pilgrim. No fue un gran soldado, peró formó parte de la Cruzada de los Niños, como tantos otros a lo largo de la historia. A partir de entonces su vida no volvió a ser la misma. No es un héroe de los que salvaron el día D y protagonizan las cintas de película de Hollywood. No figurará jamás en el libro de la Historia de la aviación estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial y, sin embargo, él estuvo allí, en Dresde, cuando la ciudad fue bombardeada y reducida a cenizas. Fue testigo de ello. Y el autor de ese libro seguramente estaba en una cama caliente aquella noche, después de haberse llenado la barriga de sopa, salchichas y vino.