Desde luego, era corriente que un investigador se tomara un año sabático para trabajar con otro equipo en Noruega, en Japón, en fin, en uno de esos países siniestros donde los cuarentones se suicidan en masa.
La lectura de Nietzsche sólo le provocó una breve irritación, la de Kant no hizo sino confirmar lo que ya sabía. La moral pura es única y universal. No sufre ninguna alteración en el transcurso del tiempo, ni tampoco ninguna añadidura. No depende de ningún factor histórico, económico, sociológico o cultural; no depende de nada en absoluto.
«Clément, no tienes pelos en el rabo; hay que ayudarlos a crecer…». A una señal, los otros le untan crema de afeitar en el sexo. Brasseur abre una navaja de afeitar y acerca la hoja. Bruno se caga de miedo.
El agnosticismo por principio de la República Francesa facilitó el triunfo hipócrita, progresivo y hasta ligeramente insidioso de la antropología materialista.
Un examen mínimamente exhaustivo de la humanidad debe tener en cuenta necesariamente este tipo de fenómenos. En la historia siempre han existido seres humanos así. Seres humanos que trabajaron toda su vida, y que trabajaron mucho, sólo por amor y entrega; que dieron literalmente su vida a los demás con un espíritu de amor y de entrega; que sin embargo no lo consideraban un sacrificio; que en realidad no concebían otro modo de vida más que el de dar su vida a los demás con un espíritu de entrega y de amor. En la práctica, estos seres humanos casi siempre han sido mujeres.
«La libertad de los demás extiende la mía hasta el infinito». (Michel Bakunin).
Durante años había llevado preservativos encima a todas horas, y nunca le habían servido de nada; las putas siempre tenían.
Ahora se había acabado. Se había acabado de verdad. Y Bruno sabía que las cosas iban a empeorar; que de la recíproca indiferencia pasarían poco a poco al odio. En dos años como máximo, su hijo intentaría salir con chicas de su edad; Bruno también desearía a esas chicas de quince años. Se acercaban al estado de rivalidad natural en los hombres. Como animales luchando en la misma jaula, que era el tiempo.
Esto era así, claro, en las clases feudales, pero también entre los comerciantes, los campesinos, los artesanos; de hecho, en todas las clases sociales. Ahora nada de eso existe: soy un empleado, vivo en régimen de alquiler, no tengo nada que dejarle a mi hijo. No tengo un oficio que enseñarle, no tengo ni idea de lo que hará en la vida; de todos modos, las reglas que yo conozco no valdrán para él, vivirá en otro universo. Aceptar la ideología del cambio continuo es aceptar que la vida de un hombre se reduzca estrictamente a su existencia individual, y que las generaciones pasadas y futuras ya no tengan ninguna importancia para él. Así vivimos, y actualmente tener un hijo ya no tiene sentido para un hombre.
Es falso pretender que los hombres también necesitan cuidar a un bebé, jugar con sus hijos, hacerles mimos. Por mucho que lo repitan desde hace años, sigue siendo falso. En cuanto un hombre se divorcia, tan pronto como se rompe el entorno familiar, las relaciones con los hijos pierden todo su sentido. El hijo es la trampa que se cierra, el enemigo al que hay que seguir manteniendo y que nos va a sobrevivir.
Las palomas (Columba livia) picotean el suelo sin parar cuando no pueden conseguir el codiciado alimento, aunque en el suelo no haya nada comestible. Y no sólo picotean de ese modo indiscriminado, sino que a menudo se alisan las plumas; esa conducta tan fuera de lugar, frecuente en las situaciones que implican frustración o conflicto, se llama conducta sustitutiva.
Entre los dos y los cuatro años, los niños empiezan a tener una conciencia del yo cada vez más acusada, lo cual les provoca crisis de megalomanía egocéntrica. Su objetivo, entonces, es transformar a los personajes de su entorno social (por lo general compuesto por sus padres) en otros tantos esclavos sometidos al menor de sus deseos; su egoísmo no tiene límites; ésa es la consecuencia de la existencia individual.
Yo era un hijo de puta, y lo sabía. Lo normal es que los padres se sacrifiquen. Yo no conseguía soportar que se acabara mi juventud, no podía soportar la idea de que mi hijo iba a crecer, iba a ser joven por mí, y que a lo mejor iba a tener éxito en la vida cuando la mía era un fracaso. Quería volver a ser una persona.
La tradicional lucidez de los depresivos, descrita a menudo como un desinterés radical por las preocupaciones humanas, se manifiesta ante todo como una falta de implicación en los asuntos que realmente son poco interesantes. De hecho, es posible imaginar a un depresivo enamorado, pero un depresivo patriota resulta inconcebible.
Los hombres no hacen el amor porque estén enamorados, sino porque están excitados; me hicieron falta años para comprender un hecho tan obvio y tan simple.
También vivieron esas medio peleas de domingo por la tarde, esos momentos de silencio en los que el cuerpo se encoge entre las sábanas, esas zonas de silencio y aburrimiento en las que se deshace la vida.
La desgracia sólo alcanza su punto más alto cuando hemos visto, lo bastante cerca, la posibilidad práctica de la felicidad.
llegará un momento en que la suma de los placeres físicos que uno puede esperar de la vida sea inferior a la suma de los dolores (uno siente, en el fondo de sí mismo, el giro del contador; y el contador siempre gira en el mismo sentido). Este examen racional de placeres y dolores, que cada cual se ve empujado a hacer tarde o temprano, conduce inexorablemente a partir de cierta edad al suicidio.
Los niños soportan el mundo que los adultos han construido para ellos, intentan adaptarse a él lo mejor que pueden; lo más normal es que al final lo reproduzcan.
Tenía ganas de ir con jóvenes, y sobre todo de no ver a sus hijos, que le recordaban que era de otra generación. No es difícil de explicar, ni de entender.
Siguen convencidos de que la religión es una iniciativa individual basada en la meditación, la búsqueda espiritual, etc. Son incapaces de darse cuenta de que es todo lo contrario, una actividad puramente social, basada en el establecimiento de ritos, reglas y ceremonias. Según Auguste Comte, el único objetivo de la religión es llevar a la humanidad a un estado de unidad perfecta.
«Lo que decide el valor de una religión es la calidad de la moral que permite fundar».
No creo que se pueda ser a la vez homosexual, católico integrista y monárquico, no es una mezcla sencilla.
Un hijo se tiene o no se tiene; no es una decisión racional, no forma parte de las decisiones que un ser humano puede tomar racionalmente.
El humor no nos salva; no sirve prácticamente para nada. Uno puede enfrentarse a los acontecimientos de la vida con humor durante años, a veces muchos años, y en algunos casos puede mantener una actitud humorística casi hasta el final; pero la vida siempre nos rompe el corazón. Por mucho valor, sangre fría y humor que uno acumule a lo largo de su vida, siempre acaba con el corazón destrozado. Y entonces uno deja de reírse. A fin de cuentas ya sólo quedan la soledad, el frío y el silencio. A fin de cuentas, sólo queda la muerte».