Hay mujeres que darían lo que fuera por tener un par de orgasmos a la semana. Y, sin embargo, durante años Michelle Thompson hubiera dado lo que fuera por bajar de los 300 al día. Durante años pero ya no. Porque Michelle ha dado por fin con la horma de su zapato: Andrew, un vecino divorciado capaz de satisfacer su voracidad.
Lo de Michelle no es un vicio sino una enfermedad poco frecuente llamada síndrome de excitación sexual persistente. Una anomalía que hace fluir más sangre de la debida hacia los órganos genitales propiciando el clímax y la excitación sexual.
Durante años ha intentado buscar una cura para su trastorno. Ahora no. Ahora está más o menos satisfecha: "Si alguien viniera y me quitara para siempre mis orgasmos, creo que quedaría devastada".
Hasta ahora Michelle había sobrellevado su trastorno entre la alegría y la desolación. Alegría por el trajín repentino y constante que le late en la entrepierna. Desolación por no poder encontrar un hombre que lo satisfaga.
"Todos acababan cansados de mí", dijo hace unos días en las páginas de un tabloide británico, "pero cuando se lo dije a Andrew se rió y me dijo que él acabaría conmigo primero".
Fuente: El Mundo