La morcilla es uno de esos placeres humildes de los que tan buenos ejemplos nos brinda la gastronomía española. Este embutido elaborado con sangre de cerdo, cebolla y, en muchos lugares, arroz, no es difícil de cocinar. Pero lograr que quede perfecto, con un exterior crujiente y un interior jugoso, tiene su truco.
Para elaborar esta receta hemos usado morcillas de la recién estrenada Indicación Geográfica Protegida de Morcilla de Burgos, pero sirve para cualquier otra variedad de morcilla de arroz.
Hay quiénes rebozan las morcillas en harina, para que no se deshagan, pero si el embutido es bueno y se fríe correctamente es un añadido innecesario, que no aporta nada al resultado final y aumenta innecesariamente las calorías del plato. Nosotros recomendamos no usarla.
Lo importante, en cualquier caso, es freir la morcilla en aceite abundante. No es casual que el refranero español incluya la expresión "vete a freír morcillas" y no "vete a hacer morcillas a la plancha". La morcilla de arroz está mejor frita.
En primer lugar quitamos el cordón y las grapas de la morcilla, que, lógicamente, desechamos. Después, cortamos la morcilla en rodajas no muy gruesas, de en torno a centímetro y medio.
En un sartén, calentamos abundante aceite de girasol, mucho mejor para esta receta que el aceite de oliva, pues necesitamos que alcance una mayor temperatura y no de sabor al embutido.
Cunado el aceite de girasol esté bien caliente, introducimos las rodajas de morcilla, que debemos freir en torno a minuto y medio por lado. Sabremos que está bien hecha si los granos de arroz están bien tostados y adquieren una tonalidad marrón.
Como en cualquier fritura, es importante no añadir demasiadas rodajas al mismo tiempo. Para una sartén y una morcilla de tamaño normales, lo ideal es freirla en dos tandas.
Según se vayan haciendo las rodajas de morcilla, las colocamos sobre papel de cocina para retirar el exceso de grasa. Servimos inmediatamente.