"Lo de la OTAN es una mierda. Está todo lleno de policías. Te muevas por donde te muevas, te encuentras a locales y nacionales. ¡O a secretas! Los secretas son lo peor porque no sabes por dónde te viene. Así cualquiera sale de casa con hierba, si van con perros y to y te huelen a la primera. Yo no sé de dónde han sacado a tantos malos…", asegura por teléfono, forzando su característica voz rasgada, Carlos (pseudónimo), un joven camello madrileño de 19 años que se dedica a vender marihuana y pastillas de éxtasis por la zona de copas del centro. "Espero que el fin de semana ya pueda trabajar otra vez en paz".
Durante estos días, Madrid se ha convertido en la ciudad más fortificada del mundo. Con motivo de la cumbre de la OTAN, que se está celebrando en la capital los días 29 y 30 de junio, la Villa se ha transformado en un entrelazado de calles rectas y antiguas pobladas por un ejército de 10.000 policías.
Este gigantesco despliegue, que ha recibido el nombre de Operación Eirene (en la mitología clásica, diosa griega de la paz), está formado por más de 6.000 policías nacionales y 2.400 guardias civiles, además de agentes de otros cuerpos como la Policía Municipal. Todos ellos velarán, durante estos días, por la seguridad de los principales mandatarios internacionales, que se han dado cita en IFEMA para tratar temas como el terrorismo, la seguridad internacional o la guerra en Ucrania.
Con esta operativa especial, Madrid se ha convertido en una ciudad lenta y colapsada, con algunas de sus principales calles, como el Paseo de la Castellana, cortadas al tráfico para garantizar la seguridad de mandatarios como Biden o Macron durante sus desplazamientos.
Calle de Goya, Gran Vía, Recoletos o Avenida de América son otras de las innumerables calles del trazado que se están viendo afectadas por los cortes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, vías en las que, por ejemplo, repartidores y camioneros no pueden circular.
Más controles policiales
Además, los controles policiales se han intensificado en todos los puntos de la capital, lo que puede dificultar la labor de estos trabajadores: "Venía de Fuenlabrada, de repartir, cuando me he encontrado un control alucinante en la Avenida de Nuestra Señora de Fátima, en Carabanchel. He tenido que estar un buen rato parado", explica a este periódico Antonio M. C., un repartidor con más de treinta años de experiencia que asegura no haber visto nunca nada igual.
"A mí no me han registrado, pero al furgón que había delante de mí, sí. Le han pedido al chófer que se bajara y abriera las puertas de la caja para que enseñara lo que llevaba. Me ha impactado un montón, porque el agente llevaba todo el rato la mano muy cerca de la pistola, en el cinto", termina de explicar Antonio para EL ESPAÑOL.
Aun así, los repartidores pueden estar tranquilos, pues yendo provistos con sus albaranes y hojas de ruta no deben temer ningún control policial, aunque estos puedan retrasar su trabajo.
Sin embargo, quienes están realmente molestos por el gran despliegue son aquellos que se dedican a las profesiones ilegales. Uno de los sectores más afectados por el estado policial de la capital es el del menudeo de droga; éstos son, los camellos.
Dificultad para traficar
Durante estos días, quedar con uno de ellos para conseguir una dosis de cualquier sustancia ilícita se ha convertido en un auténtico jaleo, pues no tienen ningún tipo de pavor a la hora de explicar por Signal o Confide, aplicaciones de mensajería "más privadas de la cuenta", que no pueden pasearse con droga por la calle así como así; más aún, si se mueven por alguna de las zonas especialmente afectadas.
Carlos es de Vallecas y tiene 19 años. Todas las noches, se pasea por el centro de Madrid en busca de extranjeros a los que colocarles hierba y pastillas de mala calidad. Pero estos días, está siendo especialmente difícil:
"¿Tú sabes cómo está todo? ¡Así no se puede trabajar en Madrid", protesta por teléfono, indignado. "No es sólo que el centro esté petao de polis, es que yo voy hasta allí en transporte público y ahora me da miedo llevar nada".
Las estaciones de tren y metro, puntos críticos de la infraestructura del Estado, están mucho más vigiladas de la cuenta, cosa que no le gusta nada a nuestro protagonista: "mira, yo suelo subir en Renfe a Atocha y luego pillar la Línea 1 hasta Tirso, pero ahora no puedo. Atocha está repleta de policías con perros. Vamos, es que me huele un perro de esos y le da un infarto", asegura, riéndose. "Además, estos días hay muy poca gente de fiesta por el centro. El lunes me la jugué a subir, que menos mal que no me pasó nada, y había menos peña que otro día de entre semana habitual".
Carlos ha decidido que, hasta que la Operación Eirene no finalice, no va a vender marihuana nada más que en su barrio. Si embargo, los hay a quienes les está llegando este despliegue hasta la puerta de su casa.
David (pseudónimo) vive en Lavapiés. En este barrio cerca del centro, se encuentra el Museo Reina Sofía, otro enclave importante para la cumbre: "van a hacer no sé qué mierda en el museo. Es una putada, porque no paran (los policías) de darse vueltas y registrarlo todo".
El 30 de junio, segundo día de la cumbre, la reina Letizia llevará a los consortes de los mandatarios a ver el Guernica de Picasso, cuadro expuesto en el Reina Sofía. Las múltiples patrullas por la zona alertan a David, que no se fía: "Es una mierda, porque le estoy diciendo a los chavales que se suban a mi casa, me den la pasta y se piren. Normalmente, me bajo por el barrio, les doy la hierba, me fumo unos porritos# ¡, pero ahora, cualquiera se atreve! Además, que ya no puedo ir a pillar cosas yo para vender. Que no me atrevo. A ver si pasa rápido".
Rubi, pillado y multado
Aunque Carlos y David han sido prudentes, los hay que se la han jugado (y se han arrepentido). Rubi, como lo conocen sus amigos y clientes, vive cerca de Cuatro Camino. Este lunes, cuando bajaba con su coche por Recoletos con dos bellotas de hachís en la guantera, se llevó una ingrata sorpresa al intentar acceder a la rotonda de Cibeles.
"Pues nada, tío. Que había un control gigante. Doscientas mil lecheras de la Nacional, jurao. Bajé la ventanilla, me preguntaron si llevaba algo y les dije la verdad; que dos bellotas de hachís en la guantera", relata con estoicismo pasmoso. "Puf, qué iba a hacer, si me iban a levantar todo el coche. Es mejor decir la verdad y ya está".
"Me tuvieron toda la mañana ahí, parado. Les dije que era para consumo propio y al final se lo creyeron; na más que me pusieron una multa de 900 euros. Me han jodido las vacaciones", termina de decir, riéndose.
"Hombre, a ver, pues si me dejaran pedir algo, pediría que se fueran ya los policías. Es que esto es una ruina, tío".
El Gobierno de España tendrá que parar en algún momento de atosigar a los pocos emprendedores que hay en este país, esto es insostenible.