Dice Ander Izaguirre en su libro “Cuidadores de Mundos” que los espeleobuceadores son esas “personas que, cuando ven un manantial, sienten unas ganas locas de meterse en el agua, colarse por la boca de la surgencia y bucear, montaña adentro, por estrechas y serpenteantes galerías inundadas”. “A veces”, explica Ander, “descubren cavernas del tamaño de una catedral, sumidas en una oscuridad absoluta, por cuyas paredes saltan cascadas de una belleza escalofriante que nadie ha visto jamás hasta que los espeleobuceadores las iluminan con sus focos”.
Una de las fosas más profundas y espectaculares jamás exploradas por el hombre está en Sudáfrica y es conocida como el agujero de Boesmansgat, o del “bosquimano”, en lengua afrikáner. Este abismo, de 271 metros de profundidad, tiene una estrecha y claustrofóbica apertura, pero una vez accedes a su interior, explican los que han vivido la experiencia, bucear allí dentro es como “pasear por el espacio”.
En octubre de 2004, el buceador australiano Dave Shaw se convirtió en uno de los pocos seres humanos capaz de alcanzar el fondo del Boesmansgat. Como él mismo solía recordar, solo seis personas en el mundo (incluido él) habían sido capaces hasta entonces de bucear por debajo de los 250 metros de profundidad, o lo que es igual, “menos gente que los que han pisado la Luna”. Pero en el camino se topó con algo que cambiaría su destino.
Mientras accedía al fondo enfangado de aquel abismo, Shaw localizó el cadáver de otro buceador que había muerto allí mismo diez años antes. Se trataba del cuerpo de Deon Dreyer, fallecido el 17 de diciembre de 1994 mientras ayudaba al buceador Nuno Gomes a alcanzar por primera vez el fondo de la sima. Incapaces de localizar y recuperar el cuerpo, su familia había dado por perdida la esperanza y había colocado una simple placa conmemorativa en la entrada del agujero.
Desde el momento en que salió del agua, Shaw tuvo claro que tenía otra misión por delante. “Debemos volver a recuperarlo”, le dijo a su compañero Don Shirley, y a su regreso se puso en contacto con los padres del buceador desaparecido para organizar una expedición para el rescate de sus restos.
En enero de 2005, después de duros preparativos, Shaw se sumergió en el agua acompañado de un amplio equipo para recuperar los huesos de Deon Dreyer. Los padres del buceador fallecido acompañaron a la expedición y contemplaron toda la operación desde la superficie del agua mientras, uno tras otro, los buceadores se arrojaban al abismo en ordenados turnos para echarse una mano en caso de problemas.
Treinta minutos después de que Shaw se hubiera sumergido, su compañero Don Shirley alcanzó la profundidad de 200 metros donde debía encontrarse con él. Mientras descendía, el agua era tan clara que podía ver la luz de Shaw brillando en el fondo. Pero pronto descubrió que había un problema: la luz no se movía. En aquel momento, tantos minutos después de la inmersión, Shaw debía estar regresando a la superficie con los restos del buceador fallecido dentro de una bolsa que había preparado especialmente para el rescate, pero su luz no se movía en absoluto.
Alrededor de una hora después, los otros miembros del equipo y los padres de Deon Dreyer que esperaban en superficie, vieron emerger una de las tablillas que los submarinistas dejan subir de vez en cuando para comunicarse con el exterior. DAVE NO VA A REGRESAR, decía el mensaje, y en aquel momento supieron que la tragedia de aquel lugar se había convertido en doble. Ni Dreyer, ni Shaw. Ninguno de los dos buceadores iba a volver.
Dave Shaw, como otros buceadores que han perecido en los abismos, grabó con una cámara su propia muerte. En las imágenes se ve cómo localiza de nuevo el cuerpo de Dreyer a los 12 minutos de inmersión y todo va bien hasta que trata de meter el cuerpo en la bolsa. Entonces, para su sorpresa, descubre que el cuerpo no se ha quedado en el esqueleto sino que se ha momificado y que está empezando a flotar.
Durante unos instantes, Shaw forcejea con el cuerpo pero la situación ya se ha puesto muy fea: si el cuerpo flota y se balancea, la ascensión por etapas se hace casi imposible. Para colmo, el cable que debía servir para subir el cuerpo se ha enganchado con el suyo. El resto es una larga lucha de Shaw por cortar el cable y algunos forcejeos sin sentido. Hasta que todo se apaga.
Diez días después, como en una especie de casualidad fantasmagórica, el abismo devolvió los cuerpos de ambos buceadores, que pudieron ser recuperados por sus familias. La web personal de Dave Shaw continúa abierta, y aún pueden leerse sus esperanzas e inquietudes, así como las fotos de su última inmersión. A la izquierda, desgarradora, aún se puede acceder a la sección llamada “Future plans” (“planes futuros”).
Me recuerda un monton ala historia de Blue hole que ya se posteo aqui hace tiempo.
Ami personalmnete esto de vivir la muerte en primera persona me da muchisimo yuyu =S y la verdad esque conocemos el Mar menos que el espacio