Si imaginamos un posible diálogo alegórico entre estos dos «personajes» en torno a la noción que nos ocupa, éste funcionaría tal que así:
HUMANISMO (dirigiéndose al Capitalismo): Tú intentas reducir los seres humanos a la categoría de números, productores, extractos contables, y no admites el valor de las cualidades internas, de lo innumerable, de los sentimientos de fraternidad y de las pasiones morales y desinteresadas. Así restringes y reificas la experiencia humana.
CAPITALISMO (dirigiéndose al Humanismo): Tú intentas reducir a los consumidores al papel de paladines del espíritu, improductivos, poetas primitivos, y no reconoces el valor de las cualidades elaboradas, de los sentimientos de competición, de la voluntad de imagen y de las pasiones financieras y mediáticas. Así restringes y sobrehumanizas la experiencia consumista.
Este debate puede ser planteado de varias maneras. Podríamos decir que vivimos en un modo capitalista pero razonamos en modo humanista. O que actuamos en modo capitalista pero explicamos nuestro comportamiento en términos humanistas. O que reservamos la noción capitalista de «reconocimiento» para los aspectos públicos y nos remitimos a la noción humanista para lo que llamamos, de manera por demás equívoca, «vida privada».