Coca-Cola se bebe la tierra fértil de Haití
En Haití se está fraguando una dictadura que cede las mejores tierras del país a la Coca-Cola. A la multinacional estadounidense le han concedido derechos de explotación de 8.600 hectáreas para cultivar estevia. Con la planta se produce el edulcorante alternativo al azúcar que la multinacional utiliza en su Coca-Cola Life: etiqueta verde para satisfacción del consumidor con necesidades básicas satisfechas. A cambio, en Haití, donde el cuarenta por ciento de la población sufre escasez de alimentos, se quedan sin sus tierras más fértiles. Los campesinos denuncian acaparamiento y saqueo, violencia y trabajo sucio de un gobierno sostenido por las armas, el dinero y el Imperio.
El presidente Jovenel Moïse se mantiene en el poder con un mandato caducado el 7 de febrero. Al día siguiente firmó el decreto de la Coca-Cola. Moïse gobierna sin parlamento desde 2020. También controla parte de la justicia y quiere cambiar la Constitución para reforzarse. Su partido, los Tèt Kale, cabezas calvas en criollo, es cómplice de las bandas que someten a barrios enteros de Puerto Príncipe con armas salidas de los cuarteles de la policía. Hay agentes que ni se molestan en quitarse el uniforme para secuestrar. El año pasado hubo casi ochocientos secuestros. Este domingo raptaron a siete religiosos. No hay cruz que detenga a la economía de la violencia.
El negocio con Coca-Cola lo lleva, sin embargo, gente respetable. Y blanca, como el empresario André Apaid, contratista local de la inversión de la multinacional. Apaid fue el líder del Grupo 184, entidad de los empresarios haitianos que lideró la oposición contra el presidente izquierdista Jean-Bertrand Aristide, depuesto con un golpe de Estado en 2004. El Grupo 184 tiene una rama en Washington, el Haiti Democracy Project, a su vez apoyado por la Fundación Nacional para la Democracia, una organización estadounidense creada durante la Guerra fría para luchar contra el comunismo y defender el principio de que lo que es bueno para la General Motors es bueno para Estados Unidos.
La Coca-Cola tiene hoy más peso geopolítico que los coches de combustión y la United Fruit Company, que también quitaba presidentes. «Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta», decía Estados Unidos del dictador nicaragüense Anastasio Somoza. Hoy Dominicana quiere construir un muro frente a Haití: cuatrocientos kilómetros de valla para frenar a los más miserables. «Pero no te olvides de Haití», pedía Forges inútilmente en sus viñetas. Haití carga penitencia desde que los esclavos mataron a sus amos y le dijeron a la Francia imperial que eran libres. Los condenaron a la amnesia, arma inmortal para ocultar el crimen: la tierra saqueada a costa de la dulce y efímera libertad de los olvidados.
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