(Sucedió hace unas semanas) En Spoiler el final.
Antequera es una bahía del norte de mi isla que conserva una de las pocas playas naturales que quedan, arena negra y cayados, nada que ver con la artificialidad de la arena importada del África como sucede con la playa de las Teresitas. Está cortada por un acantilado vertiginoso que amenaza con un sempiterno derrumbe y está graciosamente coronada por una montaña pronunciada, en el otro extremo, que permanece poblada por un reino de gaviotas. Hace treinta años había excursiones de fines de semana, en barcos de tamaño considerable, y contaba con un bar para guiris que ahora no es más que una ruina desolada.
Suele ir alguna gente de acampada. Cuenta con un aislamiento bastante salvaje debido a que llegar hasta allí solo puede hacerse de dos formas: o bien a pie, lo cual es costoso pues aunque se trata de una caminata de apenas tres kilómetros consiste en un ascenso y descenso constante con un desnivel muy acusado, se sube varias veces desde el nivel del mar hasta unos 650 metros para luego internarse en barrancos hondos y volver a subir. No en vano un grupo de senderistas de una condición física normal suele tardar unas tres horas y media en arribar hasta la playa. La otra forma de llegar es por mar y se precisa de una zodiac para desembarcar o de un yate o barco semejante que suele anclarse mientras los turistas se dan un chapuzón. Hay una pequeña casa que ha permanecido deshabitada bastantes años.
Unos conocidos de un amigo me pidieron que los llevara hasta allí. Otro de los hándicap de la ruta, que hace que no se masifique la acampada, es que llegar hasta la bahía no es fácil, siendo preciso conocer bien el camino porque lo contrario augura una perdida segura.
Les comenté que con este tiempo se tornaría todo más difícil, demasiado calor, calima y humedad y les indiqué lo que debían llevar. El menor peso posible, bastante líquido y nada de tonterías. No les dije nada del calzado pues tenía entendido que era todos buenos deportistas y para nada vagos o medrosos. Se rieron de mis advertencias y añadieron que solo querían pasar una noche.
Quedamos en la iglesia del pueblo de Igueste de San Andrés. Eran dos chicos y dos chicas, todos ellos flacos y atléticos. Gente de recursos, moderna, universitaria y subnormal, bajo mi punto de vista insular. Imagino que debió chocarles que yo tuviera algo de sobrepeso y fumara. No vieron con buenos ojos, y me lo hicieron notar, que estuviera con un cigarro; eran algo puristas.
Pensé en vengarme. La caminata comienza con una cuesta con mucho desnivel y que andando rápido, con unos diez o quince kilos en la mochila, se hace en cuarenta y cinco minutos. Me fumé dos cigarros en el trayecto y llegue arriba en treinta y ocho minutos sin acusar cansancio. Las chicas tardaron una hora y cuarto y se tomaron varios descansos, el sol apretaba, el peso lastraba y al parecer
no es lo mismo una tabla de fitness que enfrentarse a las hostilidades de la naturaleza. Los chicos, que presumían de galgos con sus zapatillas de trail no dieron la talla pues tardaron una hora en llegar a la cima del primer ascenso. Los saludé cuando llegaron y noté como sus miradas, puestas sobre mi sin disimulo, mostraban confusión. “¿Sueles venir mucho por aquí?” O “¿Haces ejercicio a menudo?” fueron preguntas que se me hicieron. A todas dije que no mientras seguía fumando. Mientras se hidrataban y descansaban, sentados, les dije que lo que quedaba era menos difícil, aunque si no corría aire en el barranco el sofoco nos lo haría pasar mal. Total, tardamos cuatro horas en llegar a la playa. La vez que menos tardé en hacerlo, es decir, mi record personal está en una hora y veinte minutos.
Cuando vieron el paisaje paradisíaco, vagamente anunciado desde la altura, prorrumpieron en expresiones de alegría y naturalismo zen barato. Estaban tan cansados y nerviosos, sabiendo que tendrían que regresar por el mismo camino al día siguiente, que les costó mucho disfrutar de la pureza del mar y del idílico entorno.
Las chicas estaban bastante buenas en bikini. Y por lo que había escuchado en el camino ninguno de ellos era el novio de ellas. Les dejé montando las casetas. Me quité la camisa, mostrando mis robustos hombros y mi barriga cervecera, me puse un cigarro en la boca y les dije que iba a pescar algo para cenar. Tuve suerte, la pesca se da muy bien en Antequera y volví con cuatro sargos de tamaño resuelto, cinco palometas hermosas y unas cuantas bogas. Limpié el pescado y preparé un fuego.
Allí no hay cobertura ni Internet. No hay facebook ni twitter. El agua escasea, dormir es incomodo y salvaje y suelen pasar algunos “porteadores de droga” que cogen fardos de las calas más hostiles del norte y la llevan hasta el pueblo, con lo cual, puede haber algún que otro conflicto. No siendo la primera vez que tengo que agarrar algunas piedras. Los cuatro me miraban extrañados. En el calor de la hoguera, con el pescado más fresco que habían probado en su vida y una botella de vino que yo había llevado comenzaron a hablar de lo “civilizados” que estaban y de lo poco preparados para sobrevivir que se hallaban.
Les dije que es un problema el vivir en una burbuja. Ellos tienen un cama, la comida la compran en supermercados, no deben preocuparse por el viento y tienen coches que le llevan a cualquier parte. Todo eso les hace inútiles. Ni siquiera su fitness o su entrenamiento de gimnasio les permite afrontar mediocremente una caminata que hacían antaño viejos y viejas varias veces al día. Estaban reblandecidos. Les dije, el atún que habéis traído en lata los pescan tipos que no han ido a la universidad pero que se pasan varios meses lejos de casa luchando contra un mar que es un tirano y que siempre tiene la última palabra. Vosotros no sabéis lo que cuesta sobrevivir, vivís en el primer mundo y os frustráis si perdéis la conexión una hora.
Los chicos se defendieron y una de las chicas también. Sus argumentos no valían un pimiento y sabía perfectamente que no me habían entendido. Debería dejarlos ahí. Sin comida, ni agua, ni medio para volver. Cuando cayó la noche me lleve a una de las chicas a caminar por la larga playa. La había notado receptiva y yo, que también he leído libros adopté la virilidad arrolladora del Hemingway cazador y me las dí un poco por encima de mis posibilidades.
Porque yo tampoco soy Rambo. Estábamos solos, intimando, a unos trescientos metros de las casetas.
El cielo parecía una pizarra llena de diamantes cruzada intermitentemente por estrellas fugaces.
O me la follaba esa noche o no me la follaba. Pero podríamos jugar a Adán y Eva y fingir que nos amábamos desde siempre, aunque mañana nos despidiésemos, aunque yo tuviera sobrepeso y poca modernidad le había demostrado, eso creía, que era un hombre, con pelos y grasa y nicotina.
Entonces escuché una zodiac que venia del pueblo, iban en ella cuatro chavales jóvenes, del pueblo seguramente, metidos en asuntos de drogas seguro y que venía a ver si podían vacilar esa noche a costa nuestra. Estaba completamente convencido de que venían buscando jaleo, son cosas que uno presiente y que acaban por cumplirse. Iban a máxima velocidad, con linternas de minero en las frentes, hacía donde los dos chicos y la chica estaban. Llegarían antes que yo.
Siempre llevo un puñal a las acampadas. Nunca lo había tenido que utilizar para defenderme. Le dije a Eva, porque se llamaba Eva: Mira, la cosa está jodida. Escondete aquí y yo iré a ver que pasa, si la cuestión se complica aguarda a que se vayan y vuelve al pueblo como puedas, toma mi linterna. “¿Pero, esos tíos son peligrosos?” me preguntó asustada, casi al borde del colapso nervioso.
“Si” le dije “Pero yo estoy contigo”. Y cogiendo unas cuantas piedras, mientras me guardaba el puñal en el bañador, fui trotando hasta la zona de acampada, donde cuatro kinkis flacos y tatuados gritaban como hienas y jugaban a asustar a mis compañeros. Los tíos de mi grupo estaban cagados. Me reí. Grité Jerónimo en mi pensamiento y vociferando “hijos de puta” lancé varias piedras mientras corría a hacer frente a los tipos.
Pero, unos de los notas me miró. Y lo reconocí inmediatamente. Debo confesar que me dieron ganas de salir corriendo en cuanto le vi , pero....(Continuará)
EL Desenlace