Tenía como 19 años y habíamos estado algunos amigos y yo en la casa del hermano mayor de uno de ellos, al que todos admirábamos mucho porque cultivaba la mejor puta hierba que conocíamos. Lo digo en serio, esa hierba estaba cerca del LSD. Las hierbas de Ámsterdam eran pura morralla en comparación.
El tío siempre nos invitaba a fumar en su casa, pero nunca nos quiso vender nada. Pero ese día estaba de muy buen rollo, yo le había regalado un flexo para estudiar y el tío me dio en secreto un pequeño cogollo que tenía dentro de un tarro que decía “reserva”. ¿La reserva de la mejor hierba que había probado? Ya me estaba frotando las manos. Recuerdo como si fuera ayer cuando me miró a los ojos y me dijo: “cuidado con esto”.
Podría habérselo dicho a mis colegas, podría haberlo compartido. Pero me callé como una puta, me llevé el cogollito a casa y me preparé para cogerme el ciego de mi vida. Escuchando un cd de Extremo, coloqué el cogollo en una pipa y me puse a fumar como un auténtico aristócrata, aguantando cada calada en los pulmones todo lo que daba. Lo terminé, y pasó una canción y me sentí decepcionado por no sentir nada en absoluto. Y achaqué al sueño el no haberme cogido un ciego, y me maldije por no haber esperado al día siguiente. Me dispuse a quedarme sopa.
Empecé a sentir cómo la respiración se perdía dentro de cuerpo, resonando como si fuera un líquido vertido dentro de un tambor de hojalata. Y entonces se hizo el ruido en mi cabeza. Comenzó siendo algo parecido al ruido blanco, pero aumentó gradualmente de intensidad hasta convertirse en un auténtico motor a reacción en mis oídos. No estoy exagerando, era un zumbido completamente aterrador. Recuerdo haber gritado y ser incapaz de escuchar mi propia voz. Me incorporé sudando como un gorrino y comencé a recorrer mi cuarto con las manos en los oidos, presa de un terror inenarrable al pensar en que ese ruido infernal me iba a destruir la audición, o peor, me iba a volver loco. Ya me veía en urgencias tratando de explicarlo todo como si fuera un sordomudo, y siendo tratado por un loquero. Es importante señalar que es, de lejos, el ruido de mayor intensidad que yo he escuchado en la vida.
Me vestí y salí a la calle, caía un aguacero de flipar y aún así el zumbido seguía taladrándome la cabeza. Anduve por la calle de madrugada, calado y con las manos en los oídos, hasta que poco a poco fui recobrando la audición y la cordura.
Y lo peor es que no se lo pude contar a mis amigos.