Piedras.
Piedras.
Siempre piedras.
Eternas piedras cayendo al abismo.
Agarra la mano etérea las entrañas,
ella viste de túnica negra y de lengua negra
sus profecías amargas en silencio escuchamos.
Topos, somos topos y somos ciegos,
desorientados en la superficie del universo,
en la cavidad donde se extinguen sentidos.
Vivo en un alfiler,
ya quisiera yo que fuese muchos,
pero es uno y penetra la conciencia
donde vivo, el alfiler.
Y sangro transparente,
y sangro siempre.
No hallo salida.
Ni geometrías ni dioses,
ni luz ni sentimientos.
Agarra la mano etérea las entrañas,
pero el corazón aún late sin saber por qué,
mas del este viene y al oeste va,
aquesta sístole otrora diástole.
Respiro.
Contaminado de mí mismo,
por mí mismo, no puedo salir.
Mastico la vida y me trago los segundos,
ocurren las ideas y se apagan.
Hay faros y hay candiles,
y velas que supieron tersas ahora al pairo.
Total.
Me levanto, leo un poco. Quiero tomar un café pero no tengo. Puedo comprarme café pero no lo compro. Me digo atareado cuando no lo estoy tanto, ¿por qué, entonces, no compro café? Me cargo de sensaciones, trabajosas, elaboradas e indescriptibles. Me llenan, del todo, por dentro. Anegado. Ansioso de olvidarlas escribo. No tengo café, quiero tomar un café. Por suerte tengo una caja de Earl Grey medio olvidada. No es café pero servirá por el momento. Tal como sirven todos los momentos, en todo momento. Son. Soy. No entiendo qué ocurre.
Me despierto y me levanto, quiero un café pero no tengo, podría tomarme un Earl Grey pero no quiero. Me preparo, me acicalo y me voy a hacer ejercicio. Estoy algo menos de una hora, me canso y sudo. Me digo despierto, que me despierta hacer ejercicio antes de ir a trabajar. No sé si lo hace. Sé que me cansa y que cuando llegan las madrugadas, a eso de las once, me entra el sueño. Muchas veces lo combato y soy capaz de retrasar a Morfeo hasta la una o así. Luego me vuelvo a despertar a las seis y vuelvo a no poder dormir. Remoloneo un poco y me levanto, queriendo un café, pero no tengo; tengo té, pero no lo tomo. Quizás aun teniendo café no lo tomaría. No me apetecería esperar a que se hiciera. Simplemente le ocurriría como al Earl Grey, se quedaría olvidado. Como me olvido de mí. Como… ¿quién soy? ¿Qué soy? ¿Qué hago?
Trabajo. Es interesante, me entretengo, ¿me gusta? Me gusta, creo. Juego muchas horas entre textos y laboratorios. Salgo tarde de trabajar y la vida sale conmigo; pero ella se pierde. Yo pierdo su sentido. A veces leo. A veces escribo. Muy pocas veces escribo.
Si no hago nada me vuelvo a casa. Muchas veces debo lavar la ropa y así lo hago. Ahora estoy en casa. Cojo algún libro de filología y leo alguna cosa, como diciéndome que estoy estudiando, pero estoy leyendo algo curioso, anecdótico. Siempre me pasa lo mismo. Las ganas de leer son superiores a leer. La pila de libros no se mantiene ni se reduce. En otros momentos me obsesiono con la lectura y no paro. La verdad, no me preocupa demasiado.
Llegan las once y me entra el sueño. A veces le gano a él, otras no y me despierto con el frío de las cuatro de la mañana sobre la cama. Cuando pasa esto suelo ir al baño y luego me meto en cama, por poco tiempo. Me despertaré a las seis y seré incapaz de dormirme de nuevo. Querré un café pero no tendré, y si lo tuviere, no me lo haría, porque me conozco. Porque éste té.
Me digo que me gustan las cosas. Que me gustan muchas cosas. Que me gusta hacer cosas. Pero en realidad soy un reo de la sociedad. Un reo del tener que experimentar. De tener que tener experiencias. Una proyección platónica de un humanista como modelo, cuando soy poco más que el libro de ilustraciones esperpénticas de un niño de primaria. Es entonces cuando torno en piedra cayendo al abismo. Cuando agarra la mano etérea las entrañas.
No me interesan los demás. No quiero saber de sus vidas. No me proporciona nada. Nunca entenderé la prensa rosa o el deporte rosa. Me interesa algo el cómo está el mundo. Me interesa como me interesa tener el café que no tengo. Como proyección platónica humanista debería saber muchas cosas, tanto la situación geoeconómica y política, como el devenir histórico hasta este momento. Pero no sé más que ser el loro de un pequeño mono pirata. El mono dice cosas, yo las reproduzco y de a cuando de mi garganta nace un gallo, diciendo yo que es mío, mi criterio, mi opinión. Propia. Pero es nada. Como soy yo. Como es el mono. Como es la proyección platónica de un humanista.
Después del ocaso llega la negritud,
negrura insondable y mariana,
religioso epíteto del Dios, de haberlo.
Los puntos, que estrellas, solo se intuyen,
y no me llevan. No me llevan.
Son platónicos y universales hexaedros
con los que jugar a los dados.
A mí me ha tocado un humano sagitario,
tanto podría ser rata o lobo o tigre.
Me ha tocado. Nos hemos tocado.
Ah… la reciprocidad intermitente de la vida humana.
Ya no soy uno, somos uno. O seremos uno durante un tiempo indeterminado. Seremos uno, seguiremos siendo uno. Fuéremos uno para siempre. Tengo que beber. Tengo que beber hasta perder el sentido. Tengo que fumar. Alterarme completamente. Verterme a raudales sobre cuerpos desconocidos. Volcar como volcán y explotar piroclásticamente. Asfixiar la humanidad. Descorrer las cortinas y sonreír al reflejo de él.
¿Quién soy?, ¿quiénes soy? ¿Cuántos soy? ¿Qué soy? Una harmonía inconfundible del más prístino, cristalino ruido blanco. Eso soy. Un oxímoron en mí mismo. La mayor incongruencia que he conocido. ¿Por qué ser? ¿Para qué ser? ¿Para qué ser?... ¿Para qué ser?
Son los momentos como éste en los que acometo empresas fervorosamente. Que me decido, que me fusiono como en campo y las flores y las rosas que cortaré. Así evito el contacto conmigo. Ése (esos) que habita en mi interior y que gracias a los libros, a las películas, a las series, a las personas, al trabajo, al teléfono móvil, al RRRRRRRRRRRRRRRRR de las máquinas y los coches no me dejo escuchar. Ése que escucho ahora, que lleva mis dedos, que hace estos grafos. El desaparecido yo pródigo de mí. La providencia me lo trajo. La técnica lo sepultó con su información. Es más fácil no hacerle caso. Es mejor no escucharme. Es más sano para seguir latiendo.
Piedras, piedras, piedras.
Siempre piedras.
Eternas piedras cayendo al abismo.
Agarra la mano las entrañas y tira fuerte, fuerte.
Desgarra los tendones.
Siega suspiros, ahoga gritos de clemencia.
Me extirpa de mí. Me da libertad. Me permite ser en el vacío.
En esa idea de infinito que tantas veces pisé,
que mi conciencia tantas veces quiso.
Donde vive Bach y Albinoni y Beethoven,
donde es el ser que es (el ser que es…).