Diario de una memoria patológicamente mala
Estimados mediavidensis,
hoy me muestro ante vosotros como humano que soy. Esto pretende ser un ensayo donde me abriré para describir una de las grandes contingencias de mi persona. Algo con lo que me tengo que enfrentar día a día. Por eso he nombrado este hilo como «diario de una memoria patológicamente mala».
Disclaimer
Lo que veréis a continuación no pretende ser un blog, ni mucho menos. Sino una forma de describir un poco cómo es esta situación que vivo. La motivación es que intento buscar a gente que experimente algo similar en carnes o en conocidos y, quizás, recibir consejos que me puedan servir de ayuda.
Pretendo explayarme en este post, así que es posible que salga algo extenso. Un poco para lo que sirve la herramienta y el concepto de foro. No son necesarios memes del tipo Wall of Text y cosas similares. Intentaré llevar una cadencia narrativa ajustada y amena. También dejaré un RPV al final. Pretendo que, como el sabor de esas entradas de Wait but why, esta sea lo digna suficiente como para que os preparéis un café y me acompañéis, con calma, en la disertación.
Tengo muchas ideas conforme voy escribiendo y pensando en qué escribir. Intentaré no dilatarme de modo innecesario ni, tampoco, patinar por los cerros de Úbeda. Sin embargo, no prometo nada.
Antecedentes
Veréis, sintéticamente puedo describir mi memoria como una soberana mierda. Siempre lo ha sido. Ahora bien, si mi memoria es tan mala, ¿cómo puedo saber o intuir que siempre ha sido así de mala?: Debo confiar en los comentarios de los demás, sobre todo en los de mis allegados. En concreto, sí recuerdo algunos hitos. Durante tiempo hube pensado que mi mala memoria era debida al cannabis, que había afectado o mermado mis capacidades. Amigos cercanos, previos a aquella etapa álgida, me confirmaron que mi memoria ya era mala con anterioridad. También me consta que hace unos 16 años le comenté sobre el tema al que fuera mi psiquiatra. Su respuesta: tengo la cabeza en muchas cosas y no termino de fijar vivencias. Sin más.
Hace poco estuve discutiendo sobre esto con un buen amigo, @iag0uu__ . Me recomendó que intentase categorizar mis recuerdos para discernir si había registros específicos que se vieran más o menos afectados que otros. Esto supone un reto, pues es muy difícil categorizar lo que se desconoce. Intuyo que la memoria de experiencias es la que tengo más afectada. Aquella en la que haces algo con alguien, por ejemplo. Estas experiencias o anécdotas son las que esos álguienes me recuerdan. Tal es así que debo asumir las historias como ciertas e intentar interiorizarlas. Resulta interesante pensar sobre experiencias sensibles no compartidas con terceros y, por tanto, imposibles de recuperar. Sí me consta de primera mano que mi memoria sobre lecturas o películas deja que desear. Más sobre esto luego.
Estratos de memoria
Meditando, concibo cuatro estratos, niveles, o categorías de recuerdos, que son los siguientes:
- Recuerdos empíricos
- Recuerdos inducidos
- Senticuerdos
- Vacío
Comenzaré definiendo los recuerdos empíricos. Puedo decir que estos son los entendidos como recuerdos al uso. Mi memoria es muy mala, pero no nula. Sí hay cosas que retengo y siento más o menos vívidamente. Eventos que me han marcado sobremanera y que no se marchan (o no se han marchado todavía). Por ejemplo, cómo terminé mi último examen de la carrera, o la primera vez que fui a un parque acuático con mi chica. Estos son recuerdos o experiencias puntuales, intensas. Sobre ellos no puedo concretar un curso de acción, un continuo. Es algo así como si mirase una fotografía y no un vídeo. A este respecto, mencionaré que las fotografías me ayudan a mantener recuerdos. Me refiero a esas fotografías en Facebook o en Instagram que uno guarda. Al producirse una sistemática visualización de las mismas sí conservo un recuerdo, pues en cada iteración puedo retrotraerme a aquel momento y experiencia, consolidándola una vez más.
Los recuerdos inducidos son uno de los grandes fenómenos de esta situación. Como comentaba antes, debo asumir las historias de mis allegados como ciertas e intentar interiorizarlas. De la verdadera experiencia sensible de los recuerdos inducidos sé, en esencia, nada. Por ejemplo, todas aquellas historias que me cuenta mi señora madre sobre mis excentricidades de cuando era crío. No recuerdo haber estado haciendo el supermán con siete años encima de su coche; ni recuerdo las innumerables tardes que me pasaba encaramado a un árbol, leyendo o contando los coches pasar.
Estos recuerdos inducidos existen en mi memoria porque me han sido transmitidos por un tercero. Cabe mencionar aquí el fenómeno de «teléfono estropeado». Pues llegan las historias mediante otros, con unas descripciones, interpretaciones y connotaciones concretas; unas que yo debo interpretar subsecuentemente. Y lo que ello supone con respecto a la experiencia empírica que debería tener si recordase. Pero eso es otra historia.
También debo mencionar aquella duda que me surge tantas veces ante un recuerdo, cuando no sé si estoy ante uno empírico o ante uno inducido [o incluso ante algo de ficción]. Per se, es interesante porque llegado este límite se pierde el sentido al intentar definirlo como empírico o inducido. Es un recuerdo y ya está.
Los senticuerdos, acuñación más o menos reciente, son aquellas sensaciones suscitadas al hacerse alusión a alguna vivencia o persona que apenas recuerdo. En concreto, esto me sucede sobre todo con las películas o los libros, de los cuales no podría ni figurarme la trama, pero sí sé si me han gustado o no, de forma esencial. Incluso podría asignarles una puntuación de 0 a 100. También me sucede con locales o restaurantes. E incluso con personas. Uno de los últimos senticuerdos intensos que he tenido fue con un antiguo compañero de carrera. Con esta persona tuve mucha relación, pero el senticuerdo aludía a una sensación de alerta, cuidado o desaprobación.
Como ejemplo, podría mencionar aquí una vivencia reciente, hablando con @heyjoe . No sé cómo llegamos a Pío Baroja y yo dije algo así como: «Creo que sí he leído algo de él, y que creo que me gustó». Después, cuando recurrí a la crítica que yo mismo había escrito hacía escasos tres años sobre «El árbol de la ciencia», ambos fuimos conscientes de la dimensión de mi mala memoria. La crítica que ahí plasmada demuestra que este libro fue un hito y que supuso mucho para mí, ello ante el contraste de pensar ahora con simpleza «Creo que sí he leído algo de él».
Supongo que los senticuerdos se encuentran en aquel espacio intermedio entre los recuerdos y el vacío. Definiré este último estrato, el vacío. El vacío es ese lugar donde radica aquello que ya ha sido olvidado; por tanto, aquello que no se sabe y se desconoce. Es en el vacío donde estimo que viven la mayoría de mis experiencias y vivencias. Diré que los nombres propios tienen en mí una facilidad increíble para desplazarse al vacío. Tanto títulos de obras como de autores, actores y, sobre todo, de personas que me son presentadas. Por ello me suelo disculpar con antelación cuando se me introduce una nueva persona, digo: «perdona, es que soy muy malo con los nombres». También me cuesta anclar los nombres de accidentes geográficos. Todos estos objetos son como caballos al galope deseando entrar en las tinieblas. En este vacío.
Consecuencias de la memoria
No es difícil concluir que existe en la lengua un fenómeno intrínseco de diglosia. De este modo, una correcta expresión, esto es, proximidad a la norma y suficiente acervo lingüístico, se suele relacionar con la cultura pues, además de atesorar conocimiento, el culto o el docto necesariamente escribirá bien, cabe pensar. Soy consciente de que mucha gente piensa que tengo construido algún tipo personaje aquí en el foro. Supongo que es debido a mi modo de expresión o escritura. Habrá quienes crean que es una forma arcaizante o forzada, pero para mí es natural. Con lo dicho, es fácil llegar a una disonancia cognitiva porque, si bien soy consciente de que me expreso de una manera más o menos reglada, no atesoro “cultura” en la forma de “dilatado conocimiento”. Es decir, posiblemente sea uno de los peores compañeros de trivial que os podáis echar.
Menciono a continuación parte de una línea discutida con @iag0uu__ . Soy consciente de que leo bastante, quizás más que la media. Además, por mi forma de ser, indefectiblemente curiosa, y por ser hijo de nuestra generación al respecto del «hype», lo que me hace acometer empresas fervorosamente, absorber conocimiento y, tras aburrirme, saltar al siguiente fenómeno, baraje en mí una cantidad cierta de conocimiento. Discutiendo con mi amigo, él me insiste en que sí que recuerdo muchas cosas, «Para muchas cosas eres una puta enciclopedia, tío», dice. El punto es que si recordase de forma regular debería saber mucho más de lo que siento que sé. Por ejemplo, he estudiado biografías de las cuales ahora sería simplemente incapaz de asociar con un país o evento. [Y he estudiado biografías que no soy capaz siquiera de evocar].
El saber que he leído sobre historia o sobre filosofía, por ejemplo, y no poder recordarlo es una de las consecuencias más frustrantes. Al punto de, por ejemplo, haber desgranado «Así habló Zaratustra», de Nietzsche, y hoy no poder identificar o recordar el más pequeño atisbo sobre su temática. En concreto, esto me sucede de manera profunda con la filosofía, sobre la que soy consciente de que he invertido tiempo. En principio, no recordar no supone frustración porque no se sabe qué no se recuerda. Pero cuando se sabe que algo debería recordarse y no sucede así… ahí mana el malestar.
Mención especial aquí a la facilidad que tengo para revisualizar películas y continuar sorprendiéndome. Incluso, en una ocasión, recuerdo haber leído un relato corto que yo mismo había escrito y haberme sorprendido con su final.
Quizás, fruto de aquellas lecturas pasadas sea la construcción de mi ética, pues pese a no recordar lo leído sí conservo la producción de mi pensamiento crítico. Es decir, creo que en mucho de mi pensamiento crítico han influido las lecturas [que no recuerdo]. Esto tiene dos consecuencias fundamentales a la hora de definirme. Pienso que dispongo de una moral sólida y cavilada y, por necesidad, soy coherente conmigo mismo. Enlazando, aprovecho para indicar que también me considero una persona sincera: no puedo mentir pues si lo hiciese no sería capaz de sostener la mentira.
Cuando pienso en un dilema moral o ético que ya está instalado en mí, no lo recuerdo del modo en el que se estudia un suceso histórico, sino que reproduzco una línea argumental lógica. Este tipo de dinámica discursiva es la que sigo asimismo cuando pienso en ciencia, o cuando quiero explicar cómo funciona alguna cosa. Entiendo de forma fundamental cómo sucede y cómo se llega hasta su ejecución tecnológica. Por ejemplo: el funcionamiento de un disco duro, el del microondas, etc. Es decir, ni mi moral es un libreto memorizado ni la explicación sobre cómo funciona tal producto o fundamento físico es por chapatoria. Son discursos lógicos.
Soy consciente de que este es uno de mis fuertes, pues considero que tengo una gran capacidad analítica lo que me otorga agilidad para entender o relacionar conocimiento. Soy capaz de realizar una gestión de riesgos suficientemente buena. Consecuencia de esto [que pienso como consecuencia de mi memoria] es que me manifieste de manera vehemente en algunas ocasiones. Demasiadas veces veo el camino, el objetivo o la forma de un modo claro, óptimo. Y muchas veces debo hacer un ejercicio consciente de abstracción, uno suficiente como para entender que, aunque desde mi punto de vista mi modo sea óptimo, puede haber otros caminos igualmente válidos.
Otra de las consecuencias de mi mala memoria es que me dedique con fruición al registro sistemático de todo lo que hago, leo, veo, gasto, etc. De acuerdo, de acuerdo. Mucho de esto tiene que ver con mi gusto natural por los números y análisis, pero… ¿puede ser que este gusto derive de mi necesidad de registro? No lo sé. Para sobrellevar mi día a día requiero ser sistemático y ordenado. Aunque parezca antiintuitivo, nunca o en muy raras ocasiones pierdo cosas. Esto ocurre porque las cosas están donde deben estar. Cuando quiero localizar un objeto simplemente me dirijo adonde de forma lógica se ha de encontrar, y ahí se encuentra. Esto también me ocurre con los documentos en el ordenador.
Llegados a este punto, es necesario que incida en la significancia que supone para mí la amistad. Amén de toda dimensión establecida para el concepto de amistad, llevo mucho diciendo que mis amigos son como memorias USB, y más lo son cuanto más cercanos. Dado que de forma muy pobre recuerdo lo que hemos vivido, los necesito a ellos para recordarlo. Esto es importante, pues considero las experiencias como las piedras angulares sobre las que se sustenta la identidad. En este caso, mi identidad. Una persona que pierde sus experiencias no puede tener una identidad definida, así lo creo. He aquí lo radicalmente importantes que son mis amigos para mí desde un punto de vista puramente egoísta.
Por otra parte, gran consecuencia de mi memoria es que yo sea una persona en la que no se puede instalar el rencor. No recuerdo. Además, cuando se cruza alguien en mi vida que no aporta o que molesta puedo, simplemente, apartarlo, a la espera de que caiga en aquel vacío. A veces es duro, sobre todo cuando se aparta una persona que ha supuesto mucho, muy cercana, como un gran amigo. Porque, ineludiblemente, sabes que estás perdiendo con esa persona parte de tus experiencias, ergo parte de tu identidad. Pero bueno, supongo que es una manera sencilla de tener una conciencia tranquila, asimismo.
Colofón
Algo que no he comentado en la primera sección es que la síntesis de este texto, que ya adelanto era un pensamiento general y bastante reglado, es en parte debida a que le he hablado a mi médico de cabecera sobre este problema de memoria. Su respuesta fue la típica, esa de que todos olvidamos cosas, etc. Quizás, ligeramente jocosa o restándole peso. Sin embargo, la segunda vez que fui, ya insistiendo, él se lo tomó un poco más en serio y me dijo: «Pero a ver… ¿de qué no te acuerdas?».
Esto, por supuesto, fue bastante divertido, porque, querido doctor mío, no recuerdo lo que no recuerdo, así que no sé de qué no me acuerdo. La solución, convenimos, fue que para la próxima vez que volviese llevase conmigo algún amigo cercano que constatase mi ahora manifiesta, espero, pésima memoria. Creo que pasaré por la consulta con la excelente @Isilwen la semana que viene. A ver cómo va el asunto.
Sin más, esto es todo. ¿Qué opináis?, ¿tenéis experiencias similares, o conocéis a alguien que las tenga? ¿Algún consejo?
Muchas gracias por leerme.
Mendacem memorem esse oportet