Síndrome de Diógenes, Autosuficiencia y Conspiración JudeoMasónica
Queridos amigos, hoy escribo esto, temiendo por mi vida y por vuestra sabiduría al creer que mañana no estaré vivo para seguir contándoos estas verdades ocultadas por un complot guiado por judíos y demás escoria materialista.
En el día de hoy, intentaré abriros sobre un tema que veréis cada día en Antena 3 en una sección estúpida en la que aparecen niños madrileños en su escuela diciendo gilipolleces y ancianos tarados acumulando basura de los que dicen que tienen una enfermedad llamada Síndrome de Diógenes.
Ahora bien, aclaremos qué es el Síndrome de Diógenes. Según parece, es una enfermedad psíquica “descubierta” en los 70 cuyos síntomas son la acumulación de basura y descuido físico PORQUE CREEN que viven en pobreza extrema aún a pesar de tener dinero, no por voluntad propia. Una vez aclarado esto, veamos quien era ese tal Diógenes merecedor de tal Síndrome.
Diógenes de Sínope, según los escritos antiguos de referencias a su persona (principalmente de su tocayo Diógenes de Laercio) debido a que no se conservan escritos suyos, aunque sí algunos comentarios, era un sabio nacido en Sínope (ahora una ciudad Turca), cuyo padre era acuñador de moneda y que fue expulsado de la ciudad por adulterar piezas. Su padre lo mandó a Atenas con un siervo, el cual, nada más llegar a Atenas, lo despachó diciendo “Si Manes puede vivir sin Diógenes, Diógenes puede vivir sin Manes”. En Atenas, intentó hacerse discípulo de Antístenes (el cual había tratado con Sócrates), creador de la escuela cínica. Antístenes los rechazó a bastonazos, entonces fue cuando Diógenes dijo “no hay un bastón lo bastante duro para que me aparte de ti, mientras piense que tengas algo que decir”, fue entonces cuando lo aceptó como Pupilo.
Su muerte, como no podía ser de otra manera, también es motivo de anécdotas. Según algunos murió por su propia voluntad, suicidándose mediante la "contención del aliento", dueño de su destino y del momento de su muerte. Según otros murió de las mordeduras de un perro, esta vez de los de cuatro patas o de una indigestión por comer pulpo crudo.
Desde sus comienzos en Atenas mostró un carácter apasionado, llegando Platón a decir de él, que era un Sócrates que se había vuelto loco. Pone en práctica de una manera radical las teorías de su maestro Antístenes. Lleva al extremo la libertad de palabra, su dedicación es criticar y denunciar todo aquello que limita al hombre, en particular las instituciones.
Propone una nueva valoración frente a la valoración tradicional y se enfrenta constantemente a las normas sociales.
Se considera cosmopolita, es decir, ciudadano del mundo. En cualquier parte se encuentra el cínico como en su casa y reconoce esto mismo en los demás.
Sus anécdotas son muchas, debido a que es precisamente eso lo que se conserva de su vida y lo que mencionan los escritos. Todas ellas realmente sublimes:
Por cuestiones económicas fue desterrado de su ciudad natal, hecho que tomó con cierta ironía: «Ellos me condenan a irme y yo los condeno a quedarse.»
Cuentan que Diógenes cayó preso y fue llevado a venta pública en el mercado de esclavos. Allí, un mercader le preguntó que sabía hacer, cuales eran sus habilidades. "Gobernar hombres", respondió el filósofo. Después ordenó al pregonero: "Pregunta a los presentes si alguno precisa comprarse un amo". Y viendo a un tal Jeníades, exclamó: "Véndeme a éste, éste necesita un dueño." Según la leyenda, Jeníades lo compró para que educara a sus hijos y los resultados le dejaron totalmente satisfecho.
Cuando le invitaron a la lujosa mansión le advirtieron de no escupir en el suelo, acto seguido le escupió al dueño, diciendo que no había encontrado otro sitio más sucio.
Argumentaba así: todo es de los dioses, los sabios son amigos de los dioses, los bienes de los amigos son comunes, por tanto todo le pertenece al sabio.
Igual que los perros, hacía sus necesidades en la calle y aún en las gradas de los Templos. Muchas veces los ciudadanos, indignados, lo molieron a palos, pero Diógenes el Cínico nunca se corrigió. Pese a que se le apodaba “el perro” con la mera intención de insultarlo, para Diógenes el epíteto tan comúnmente utilizado en forma despectiva, le pareció muy apropiado y se sintió orgulloso de la comparación, debido a que se identificaba con la conducta de estos animales.
Diógenes decía irónicamente de sí mismo que, en todo caso, era "un perro de los que reciben elogios, pero con el que ninguno de los que lo alaban quiere salir a cazar". Más de una vez, los jóvenes que se burlaban de él debieron huir para evitar sus mordiscos. En mitad de un banquete, algunos invitados comenzaron a tirarle huesos. Diógenes se les plantó enfrente y comenzó a orinarles encima justo como lo hubiera hecho un perro.
También le gritaron "perro" mientras comía en el ágora y él respondió: "¡Perros vosotros, que me rondáis mientras como!" Con idéntica dignidad respondió al mismísimo Platón, que le había lanzado el mismo improperio: "Sí, ciertamente soy un perro, pues regreso una y otra vez junto a los que me vendieron".
De forma constante, el filósofo se burlaba de la hipocresía de los burgueses “que se jactaban de una libertad y una educación heredadas, y disfrutaban los goces de una civilización material muy elevada, como si la hubiesen creado ellos, porque podían pagarla". Les reprochaba que estuvieran esclavizados por las apariencias de la civilización, que no hacían más que alejarles de la naturaleza, y patentizando la vacuidad, la falta de ingenio y lo artificioso de toda su cultura.
Para Diógenes, la hipocresía de la civilización se oponía a la sincera sencillez de la naturaleza, instando a cambiar los valores y voltear el signo de las convenciones. Consideraba que en la austeridad de la naturaleza se hallaba la clave de la independencia y libertad del ser humano.
Diógenes afirmaba que lo más importante lo había aprendido de los animales y de los niños: al ver un chiquillo que bebía agua con las manos, lanzó su cuenco para imitarlo y lo mismo pasó con su plato al fijarse en otro muchacho que comía usando la corteza de un pan como recipiente. En estos casos, se mostraba avergonzado y sentenciaba: "Un niño me ha aventajado en sencillez."
Fue así como Diógenes el Cínico terminó viviendo dentro de una tinaja acompañado solo por perros, en la más absoluta indigencia.
Se cuenta la anécdota de que estando Diógenes un día en las afueras de Corinto, se le acercó Alejandro Magno y le dijo:
"Yo soy Alejandro Magno"
"y yo soy Diógenes el cínico".
Entonces Alejandro le preguntó qué podía hacer para servirle.
El filosofo le respondió simplemente:
"Puedes apartarte para no quitarme el sol".
Dicen que Alejandro quedó tan impresionado con el dominio de sí mismo del cínico, que se marchó diciendo "si yo no fuera Alejandro, querría ser Diógenes.
Según la tradición popular Diógenes caminaba por Atenas a la luz del día llevando una lámpara encendida y cuando se le preguntaba que por qué hacía esto contestaba: "busco un hombre honesto sobre la faz de la tierra".
En otra ocasión le preguntaron por qué la gente daba limosna a los pobres y no a los filósofos, a lo que respondió: "porque piensan que pueden llegar a ser pobres, pero nunca a ser filósofos".
Al ver al hijo de una hetera tirar piedras a la gente, le dijo: "Ten cuidado, no le des a tu padre".
Necesitando dinero, decía a sus amigos que no se lo pedía sino que se lo reclamaba. Y si se demoraban, decía: "Te pido para mi comida, no para mi entierro".
Al contemplar una vez a los hieromnémones de un templo llevar detenido a uno de los sacristanes que había robado un copón, exclamó: "Los grandes ladrones han apresado al pequeño".
Cuando en Olimpia proclamó el heraldo: "Dioxipo vence a otros hombres", exclamó: "Ése vence, sí, a esclavos; a hombres, yo".
Se cuenta que se masturbaba en la plaza pública donde algunas personas se indignaban por su comportamiento. Diógenes ante esto decía: "¡Ojalá se calmara el hambre también con frotarse la barriga".
Una vez conocidos la "enfermedad" y el hombre en el que está inspirada siento una furia incontenible hacia el que le puso nombre a ese síndrome. Tras mucho indagar, he descubierto que indudablemente se trata de una conspiración judeomasónica para que despreciemos a esos grandes sabios que fueron los cínicos y en especial Diógenes de Sínope, para que olvidemos sus enseñanzas y guiemos nuestra conducta hacia una única manera de obtener la felicidad: el materialismo.
El cínico busca una moral mínima, una revalorización de los hábitos, una ascética que conduzca a la libertad y a la virtud. Detesta tanto la civilización como la ley (construcciones de una polis represora), y en su lugar prefiere una polis gobernada por la naturaleza, en la que quedaría admitido el incesto en todas sus variantes: hijos con padres, hermanos con hermanas, amos con criados, personas con animales... El amor sería libre, sin restricciones. Para demostrarlo, Diógenes no vacilaba a la hora de masturbarse en público.
Sigamos su ejemplo!! Por la libertaddd!! Masturbémonos en la calle sin miedo!!!