Carga un mundo en un cañón. Apunta a la cabeza. Dispara. --Alan Watts
Eran 50mg que deposité cuidadosamente en la pipa. Era una pipa especial, de cristal: no sabía nada de ella, sólo que me costó 2000 pesetas de las de entonces, y que las normales no valían. El mechero turbo fueron 3000. La dosis 8000.
Di una gran calada. No pasaba nada. 10 segundos. Pica la garganta. 20. Nada. 30. Pasa algo. En realidad había pasado desde el primer momento: estaba flotando en el espacio. ¿Había nacido alguna vez? Millones de estrellas me atravesaban, se alimentaban de mí y se iban. Era la madre de todas ellas, era su puta madre. Atravesaba planetas a alta velocidad y salían más estrellas. Fui un billón de veces madre, vi un billón de veces a mis hijos crecer, y también morir. ¿Moriría yo?
Hasta que paré sobre la superficie de un planeta. Yo era una planta. El planeta tenía múltiples atmósferas, y las plantas flotaban entre pares de ellas, igual que en la Tierra quedan entre el suelo y el aire. Entes sin forma nos observaban. Crecíamos. Hacíamos lo que yo después llamaría termosíntesis. Nos recolectaron. Me cortaron, separaron una de mis partes aéreas de la otra, y sentía que me asfixiaba. La asfixia se convertía en algo sólido, terrible e imparable. La asfixia me habló sin palabras, me amó, me ofreció sentimientos n-dimensionales y me lo dejó todo claro, durante un instante y a la vez durante un millón de eternidades. Os aseguro que no era 42. Era como si hubiera sacado una fotografía del universo y a partir de ella surgiera otro en otra dimensión. El universo como semilla de otro. Murió y yo vivía en su interior, otro mundo se abría paso en sus restos. Chocaron tres lunas y era lo más bello. Yo era el Dios de ese mundo, que había heredado de mi amante. Finalmente, nací por quinta vez. Sí, 5 veces, pero para narrarlas tendría que contar 5 veces todo esto, de 5 maneras radicalmente disintas, 5 visiones opuestas una a una y entre ellas del conjunto de la experiencia.
Poco después me di cuenta de que estaba en el suelo, boca abajo, sobre el brazo izquierdo, que se me había dormido. Me sentía un poco como Bender cuando volvió a la Tierra después de conocer a Dios y haberlo sido él mismo.