La autoconciencia es primeramente simple ser para sí, igual a sí misma, por la exclusión de sí de todo otro;
su esencia y su objeto absoluto es para ella el yo; y, en esta inmediatez o en este ser su ser para sí, es
singular. Lo que para ella es otro es como objeto no esencial, marcado con el carácter de lo negativo. Pero
lo otro es también una autoconciencia; un individuo surge frente a otro individuo. Y, surgiendo así, de un
modo inmediato, son el uno para el otro a la manera de objetos comunes; figuras independientes, -se ha determinado aquí el objeto que es-,
conciencias que aun no han realizado la una para la otra el movimiento de la abstracción absoluta
consistente en aniquilar todo ser inmediato para ser solamente el ser puramente negativo de la conciencia
igual a sí misma; o, en otros términos, no se presenta la una con respecto a la otra todavía como puro ser
para sí, es decir, como autoconciencias. Cada una de ellas está bien cierta de sí misma, pero no de la otra,
por lo que su propia certeza de sí no tiene todavía ninguna verdad, pues su verdad sólo estaría en que su
propio ser para sí se presentase ante ella como objeto independiente o, lo que es lo mismo, en que el
objeto se presentase como esta pura certeza de sí mismo. Pero, según el concepto del reconocimiento,
esto sólo es posible sí el otro objeto realiza para él esta pura abstracción del ser para sí, como él para el
otro, cada uno en sí mismo, con su propio hacer y, a su vez, con el hacer del otro.
Pero la presentación de sí mismo como pura abstracción de la autoconciencia consiste en mostrarse como
pura negación de su modo objetivo o en mostrar que no está vinculado a ningún ser allí determinado, ni a la singularidad
universal de la existencia en general, ni se está vinculado a la vida. Esta presentación es el hacer
duplicado; hacer del otro y hacer por uno mismo. En cuanto hacer del otro cada cual tiende, pues, a la
muerte del otro. Pero en esto se da también el segundo hacer, el hacer por sí mismo, pues aquél entraña el
arriesgar la propia vida. Por consiguiente, el comportamiento de las dos autoconciencias se halla
determinado de tal modo que se comprueban por sí mismas y la una a la otra mediante la lucha a vida o
muerte. Y deben entablar esta lucha, pues deben elevar la certeza de sí misma de ser para sí a la verdad
en la otra y en ella misma. Solamente arriesgando la vida se mantiene la libertad, se prueba que la esencia
de la autoconciencia no es el ser, no es el modo inmediato como la conciencia de sí surge, ni es su
hundirse en la expansión de la vida, sino que en ella no se da nada que no sea para ella un momento que
tiende a desaparecer, que la autoconciencia sólo es puro ser para sí. El individuo que no ha arriesgado la
vida puede sin duda ser reconocido como persona, pero no ha alcanzado la verdad de este reconocimiento
como autoconciencia independiente. Y, del mismo modo, cada cual tiene que tender a la muerte del otro,
cuando expone su vida, pues el otro no vale para él más de lo que vale él mismo; su esencia se representa
ante él como un otro, se halla fuera de sí y tiene que superar su ser fuera de sí; el otro es una conciencia
entorpecida de múltiples modos y que es; y tiene que intuir su ser otro como puro ser para sí o como
negación absoluta.
Ahora bien, esta comprobación por medio de la muerte supera precisamente la verdad que de ella debiera
surgir, y supera con ello, al mismo tiempo, la certeza de sí misma en general; pues como la vida es la
posición natural de la conciencia, la independencia sin la negatividad absoluta, la muerte es la negación
natural de la misma conciencia, la negación sin la independencia y que, por tanto, permanece sin la
significación postulada del reconocimiento. Por medio de la muerte llega a ser, evidentemente, la certeza de
que los dos individuos arriesgaban la vida y la despreciaban cada uno en sí mismo y en el otro, pero no se
adquiere para los que afrontan esta lucha. Superan su conciencia puesta en esta esencialidad ajena que es
el ser allí natural o se superan a sí mismos, y son superados como extremos que quieren ser para sí. Pero,
con ello, desaparece del juego del cambio el momento esencial, consistente en desintegrarse en extremos
de determinabilidades contrapuestas; y el término medio coincide con una unidad muerta, que se
desintegra en extremos muertos, que simplemente son y no son contrapuestos; y los dos extremos no se entregan ni se recuperan el
uno al otro, mutuamente, por medio de la conciencia, sino que guardan el uno con respecto al otro la
libertad de la indiferencia, como cosas. Su hacer es la negación abstracta, no la negación de la conciencia,
la cual supera de tal modo que mantiene y conserva lo superado, sobreviviendo con ello a su llegar a ser
superada.
espero haberte ayudado jaja salu2