El país lleva una década de crecimiento a un ritmo superior al 10% anual, casi el doble de la media del África Subsahariana, sobre todo gracias a la agricultura y los servicios
Moverse por las calles de Addis Abeba, la capital etíope, es una experiencia que requiere cuidado. La ciudad, de más de tres millones de habitantes, se ha convertido en una inmensa obra: nuevas construcciones, suelos levantados, calles intransitables y tubos de hormigón atravesando aceras son son los signos más visibles del buen momento que vive la economía del país, con un ritmo de crecimiento superior al 10% anual durante los últimos 10 años. En 2013 el PIB aumentó un 10,5%, según el Banco Mundial.
Aquí y allá, el cambio es patente. La avenida Churchill, uno de los ejes principales de la ciudad, ahora está flanqueado por altísimos edificios con enormes caracteres chinos en sus pisos superiores. La enorme plaza Meskel está parcialmente cortada por los trabajos de construcción de un monorraíl de 34 kilómetros que atravesará la capital de cabo a rabo; una ambiciosa inversión de 475 millones de dólares, también con capital chino, que finalizará, previsiblemente, en verano de 2015. Este es solo uno de los 171 proyectos que tiene en marcha el país asiático en Etiopía, según la Autoridad Etíope para la Inversión.
Etiopía no quiere vivir con el sambenito de país miserable que se ganó tras vivir 30 años de guerra y varias hambrunas en los años ochenta y noventa del siglo pasado que conmovieron al planeta. “Eso quedó muy atrás. El mundo no quiere ver lo que estamos consiguiendo, pero hay muchas cosas buenas de las que podemos presumir”, indica Ermiyas Tkabo con orgullo. Emigrado a Estados Unidos ocho años atrás, se asombra cada vez que visita a su familia en Addis. Etiopía es el quinto país que más ha crecido en el África Subsahariana, a un ritmo que casi duplica la media regional. “Cabe señalar que parte se debe a que su PIB partía de un nivel muy bajo”, advierte Ewout Frankema, catedrático de Historia Económica de la universidad de Wageningen (Holanda). De hecho, aún queda mucho por hacer: un 30,7% de sus casi 95 millones de habitantes viven con menos de 1,25 euros al día, según Unicef.
Al contrario que otros países del continente, cuya expansión se ha dado al calor del maná petrolero, el crecimiento etíope se debe a la expansión de los sectores agrícola y de servicios, y también al aumento del consumo privado y de la inversión pública.
Este fenómeno ha traído consigo una notable reducción de la pobreza en zonas urbanas como rurales. El Gobierno espera certificar este año que la pobreza extrema ha caído más de 14 puntos, del 38,7% de la población registrado en 2005 al 24% hoy.
La herramienta que ha hecho posible esta inversión pública es el llamado Plan Nacional de Crecimiento y Transformación —impulsado por el Gobierno encabezado por Meles Zenawi y su sucesor, Hailemariam Desalegn— y que se sustenta en dos pilares: el primero consiste lograr un entorno macroeconómico estable aumentando la productividad agrícola, la competitividad en los sectores secundario y terciario, el apoyo a las pymes y —lo que es fundamental— mejorando el acceso y la calidad de las infraestructuras. El segundo se centra en mejorar las prestaciones de los servicios sociales, el acceso a los servicios de salud y educación, mejorar la capacidad de resistencia de los hogares más vulnerables a la inseguridad alimentaria y fortalecer la gestión sostenible de los recursos naturales.
Preocupan la balanza de pagos, la corrupción y la falta de derechos
Este avance no se podría llevar a cabo sin contar con el apoyo de los donantes extranjeros. Etiopía es uno de los países que más ayuda exterior recibe; entre 2008 y 2011, fueron más de 3.800 millones de dólares de media al año, indica el Banco Mundial.
Las exportaciones también viven un buen momento. Alcanzaron los 2.580 millones de dólares en 2010, casi un 60% por encima que las del año anterior, y en 2013 se situaron en un 12,5% del PIB. A este auge ayudó la creación del Ethiopian Comodity Exchange, un mercado donde inversores y vendedores negocian bajo el compromiso de cumplir unas condiciones de calidad, plazo de entrega y pago. Según la Organización Mundial del Comercio, el 28,4% de las exportaciones de 2011 fueron a parar a la Unión Europea, fundamentalmente a Alemania (que importa café y flores) y Holanda (flores). China es el segundo destino de los productos etíopes con un 11,1% del total. seguido de Somalia (9%) y Arabia Saudí (6,6%).
Sin embargo, la falta de hidrocarburos y el escaso desarrollo de otras tecnologías hacen de Etiopía un país extremadamente dependiente en energía, lo que lastra la balanza de pagos. El déficit comercial se ha multiplicado por ocho en la última década, algo que la caída de los precios del crudo podría aliviar.
Pero la dependencia energética no es el único factor problemático en el boom etíope. Aún más importante es solventar los problemas de las malas condiciones de trabajo de sus ciudadanos y el impacto de la corrupción. “El Gobierno ayuda a fomentar el crecimiento, pero lo hace mediante la reducción de las libertades de sus ciudadanos”, lamenta Frankema. “Los salarios son extremadamente bajos, incluso si los comparamos con los que se pagan en la mayoría de los países del África Subsahariana. Su Gobierno autoritario y que la mayoría de la población sea tan joven hacen a Etiopía un socio comercial atractivo para los inversores extranjeros”, critica.
“La corrupción se ha generalizado, entre otros, en la venta de grandes extensiones de tierras agrícolas a los inversores extranjeros, por ejemplo a Arabia Saudí”, dice el profesor. “Si bien estas prácticas pueden fomentar el crecimiento del PIB, es probable que reduzcan las oportunidades de los etíopes de a pie para mejorar sus vidas. Dada la disciplina de trabajo de Etiopía y su mano de obra barata, es probable que las inversiones continúen como siempre mientras exista una relativa estabilidad política”.
http://economia.elpais.com/economia/2015/01/29/actualidad/1422528752_185033.html