Noche de verano. Sin sátiros, ni ninfas, ni shakesperiano sueño. Sólo una tormenta de estío. Y esta noche la tormenta duele, porque es una; la misma...
Intento desviar mis pensamientos con tareas poco productivas, pero no es posible. La atmósfera es cargante, y el ambiente está enrarecido. Además no puedo dormir; tantos años de desfase horario, de retrasar la llegada de un nuevo día al acostarme y al levantarme acaban pasando factura.
La soledad no lo es si no se siente. La soledad no es estar solo, sino sentirlo. Pero esta noche no duele, sino que resulta deliciosa y placentera, y aunque mi cabeza se empeñe en martirizarme, puedo disfrutar de esa sensación que supone creerse fuera del tiempo y del espacio. Esto es solo un placebo, pero por esta noche te lo permites, como el que se da un buen festín.
Suena un trueno distante y me atrae hacia la ventana. Apoyado en el alfeizar me entretengo con mi juego de siempre, ¿hacia dónde miraría ella?
De repente escucho un ruido. La monotonía atrona en la noche. Es un sonido discordante, y pasaría desapercibido de no ser por su insistencia. ¿Cuánto lleva sonando? Hace horas ya oí algo parecido, pero apenas me detuve a apreciarlo. Y ahora parece que lleva clavado en mis oídos toda la noche y acabo de darme cuenta.
Resuena al otro lado de la calle, a mi misma altura; en el bajo del edificio de enfrente. Es un bloque de viviendas con bajos ajardinados.
Se apaga el sonido monótono y se escucha una respiración excitada y profunda. La respiración llena la calle, y resuena como la de una bestia acorralada que, gastada su última fuerza, espera a que se le aseste el golpe de gracia.
A la respiración la acompaña un golpe; varios golpes vuelven a sacudir el momento. Ruido de barras de metal caen al suelo. La respiración no cesa, y cae algo al suelo; esta vez es plástico lo que golpea en el porche.
No hay nada que hacer, y tal vez el pobre bicho necesita mi ayuda. Tal vez esté en un apuro y nadie se moleste en prestarle la más mínima atención. O simplemente me pica la curiosidad.
Cojo las llaves y salgo. En la habitación del fondo del pasillo alguien pregunta qué pasa, y yo contesto que voy a ver a un perro mientras cierro la puerta de la casa. Loco no; enloquecido, y quiero dejar constancia. Es un juego divertido.
Hace una buena noche y caen algunas gotas. Salgo del portal y cruzo la puerta de la urbanización. Está al otro lado de bloque, así que al menos iré saboreando el absurdo paseo.
Al final de la calle sigue sonando la respiración, acompañada del ruido monótono de nuevo. En uno de los lados del jardín el muro queda bajo, y puedo subirme sin dificultad. Mientras me acerco un coche cruza la calle, así que me detengo distraído y disimulando. No tiene sentido hacerlo, pero menos sentido tiene que me vean subiéndome a un muro desde la calle de madrugada, y no quiero complicaciones.
Cuando ya se ha alejado, me encaramo al muro y miro al otro lado de la valla, cubierta con brezo.
Ahí está mi bestia acorralada. Me mira divertido, como invitándome a unirme a su entretenimiento nocturno. Es un 'Golden' color canela que no hace mucho dejó de ser cachorro.
El patio está hecho una pena. Varios excrementos dispersos por la arena, un par de juguetes de perro, un tazón volcado y otro lleno de agua... y el porche parece haber sobrevivido a la guerra. Utensilios desperdigados en las baldosas, un par de tumbonas medio volcadas, varias bolsas llenas de algo irreconocible que están rajadas e inservibles, y algo que debía ser un cojín o un ave exótica cubre buena parte del suelo con sus plumas y plumones en un manto blanco.
Sonrío a mi enérgico amigo; al menos se rebela contra el mundo con toda la rebeldía y la capacidad destructora de la que es capaz.
Sigue respirando fuertemente, y se eleva sobre las dos patas traseras mientras con las delanteras asedia la persiana que probablemente dé al salón.
Con el escándalo que está armando, raro será que sus dueños se encuentren en la casa durmiendo, o siquiera estén en la casa.
Probablemente estén disfrutando de sus vacaciones en la casa de la playa, a la que es mejor no llevar perros porque son una molesta obligación, y las vacaciones están para huir de las molestas obligaciones.
Tal vez le hayan encargado a un conocido que pase cada día, o cada dos días, o una vez a la semana, a darle algo de comer y ponerle agua. Total, es todo lo que necesita un perro para vivir.
Le sigo observando subido en el muro. Él camina nervioso por el pequeño jardín, yendo con rapidez a ninguna parte. Yo tiendo mi mano sobre la valla, y él se acerca. Mi brazo sólo me alcanza para rozarle, pero él se encarama al muro y consigo rozarle el morro. Cierra los ojos mientras le acaricio. Apenas pasan unos segundos cuando vuelve al jardincito a caminar hacia ninguna parte con el empeño de un loco. Recuerda la persiana del salón y vuelve al asedio.
Decido bajarme del murito y regresar a mi casa. Lo hago mientras pienso por el camino lo gratificante que ha sido aliviar un poco nuestra soledad nocturna. Es un obstáculo más difícil de salvar que las vallas y la calle que nos separan.
Al llegar cojo mi botella peculiar de la nevera, total, el agua es todo lo q necesita alguien para sobrevivir.
Mañana volveré.
¿Todo esto para decir que tus vecinos han dejado solo al perro? Sí