Hay momentos en la vida en que la gente que sabe no juzgar te recomienda cosas, como que beses a la mujer más bella, que te bañes en el mar más frío, que disfrutes del cariño de la familia, de un libro abierto, de la sonrisa de un niño o que subas a la montaña más alta. Yo me quedé con esta última. Sin embargo, mi obesidad me impedía realizarla. De modo que, ayudado por nuestro matemático amigo el valor absoluto llegué a la siguiente conclusión: si subir la montaña más alta era una experiencia que convertía mi vida en digna de ser vivida, lo mismo sucedería con bajar el pozo más profundo.
En mi situación, la montaña más alta sería seguramente La Maliciosa, en la muy preparada Sierra del Guadarrama. Por tanto tenía que encontrar un pozo que sirviera de equivalente, y que además se encontrara cerca de mi casa, ya que si hay algo peor que salir de un pozo, es salir de un pozo, esperar un tren, luego un autobus, y después volver a casa andando.
Al lado de mi casa hay un pinar lleno de bunkers y trincheras de la guerra civil con cuyas anécdotas podría abrir post sin fin -y no todos inventados-. Conozco a fondo dicho pinar xq es donde corro cuando toca, como tantos otros; y xq es un sitio jovial, desenfadado y sobre todo muy muy familiar. Pero no viene al caso, lo que importa es que recuerdo un pozo, o al menos un amago de pozo: un lugar lo suficientemente profundo como para cumplir y con escaleras para salir facilmente. He de admitir que me habría gustado que tuviera menos hormigón y más factor natural: humedad, babosas, moho.. ese tipo de cosas que uno espera de los pozos. Tiene una trampilla q aparentemente es una alcantarilla, pero una vez tuve esa curiosidad que a uno le asalta cuando pasa por una alcantarilla y se dice: no, es un pozo, fijo.
Seguramente fue construído con mucho aspecto previsor en lo recalificativo y cero en lo especulativo, pero tanto da. El caso es que se pueden bajar unos 15 metros en escalerrillas, andar un poco y uno queda sumido en la más molona oscuridad, algo tremendamente novelesco y reflexivo. Diría que hasta zen si no fuera xq, de decirlo, dejaría de ser zen.
Ése era mi plan. El problema es que es el tipo de decisiones que se deben tomar en un impulso y en lo que uno se da cuenta, ya está dentro del tunel -en adelante, pozo-. Este fue mi problema, ya que me puse a valorar las complicaciones de encontrarme dentro del en-adelante-pozo, y que, por ejemplo, la trampilla de entrada se cerrase. Tampoco me gustaría que el papel se volara y acabara ensuciando el pinar. De ahí pensé:
- Escribiré un cartel que diga: estoy dentro del pozo.
Pero eso también tenía su problema si alguien sentía la tentación de venir a rescatarme. No estaría planeado, ni siquiera sabría de qué tipo de persona se trata. No podía dar ese poder sobre mí a alguien. Pero de todas formas, algo se me ocurriría... lo escribí y me fui al pozo ése.
En el último momento flaqueé o me pudo la curiosidad. Es una dehesa como ya dije, terriblemente familiar y desenfadada. Los caminantes y corredores tienen un flujo continuo al no ser muy apartado, y dije: pondré el cartel y me agazaparé en los arbustos simplemente para ver cómo actuan; pasado un rato entraré habiendo valorado lo que se esconde fuera. Y exactamente eso hice.
Ahí estaba, agazapado entre los árboles observando el pozo con el folio sujeto por piedras con la inscripción: estoy dentro del pozo.
Fue terriblemente evocador, ver cómo algunos pasaban sin ni siquiera mirar, otros pasaban como si nada hubieran leído, y otros leían como si no hubieran pasado. Me sentía culpable, como el que esconde las medicinas a su abuela. Pero a la vez no podía más q guardarles rencor. ¿Y si hubiera estado dentro sin forma de llegar a las escaleras? ¿es que nadie nota algo raro?
Estaba yo mirando unas urracas peleándose entre ellas -animales muy fieles- cuando oí de lejos la risa de los niños, pero no miré su sonrisa por miedo a desvirtuar el encuentro conmigo mismo. Un par de familias -dos matrimonios y churumbeles varios- se acercan distraídamente a mi pozo. Pero yo sigo mirando las urracas. Uno de los padres ve el folio y se acerca curioso a inspeccionar. Los adultos leen el cartel y lo comentan, al principio distraídos, pero alguno quita la tapa, y se nota en sus gestos cierto aire de preocupación. Oigo que gritan dentro del pozo un "eoooo eooo" de lo más normal y desenfadado. Están unos minutos discutiendo y uno de los hombres, ante la negativa del resto, se dispone a bajar. El macho alfa. No sólo se dispone sino que baja, y a mí me sudan las manos. Me pongo nervioso, además oigo cómo las dos mujeres le gritan y el otro hombre -herido- mantiene un silencio de desaprovación.
Después de eso todo sucedió muy deprisa. Me levanto y me voy como si nada, nervioso. De camino a casa me llaman y me voy a tomar algo, y hasta hace un ratillo. Creo que mañana -cuando me levante, vamos- iré a recoger el cartelito para que no ensucie; me gusta ser responsable de mis actos.