Comienza San Fermines, esa oda al primitivismo y cazurrismo mas rancio. Una fiesta donde miles de garrulos norteños maltratan y corren delante de una bestia salvaje para sorpresa y asombro de los medios internacionales. El resto de la fiesta es un macrobotellon donde los cazurros se ponen como gorrinos. Typical spanish fiesta para atraer el turismo mas barato y toda la morralla del extranjero.
Pamplona se llena de pañuelos rojos durante 9 días en los que todo gira en torno a la más sangrienta expresión del maltrato animal.
La fiesta que se enorgullece de haber enamorado a Ernest Hemingway y lo proclama a los cuatro vientos, obviando que, tal vez, ser uno de los eventos favoritos de un conocido cazador que se jactaba de haber acabado personalmente con la vida de 122 prisioneros alemanes durante la guerra, nos habla más de la naturaleza violenta del evento que de su valor cultural o artístico.
Los Sanfermines tienen más en común con el Toro de la Vega que con un gran evento cultural digno de reconocimiento internacional. Sí, Pamplona estos días se parece mucho a Tordesillas. Comparten la defensa irracional de la tradición por encima de los valores, la indiferencia hacia el sufrimiento de los que no pueden defenderse, la falta de innovación y de coraje para dar un paso al frente con propuestas de ocio y diversión ajustadas a los tiempos que vivimos.
En estos dias los medios internacionales comienzan a preguntarse como en un pais supuestamente occidental se sigue practicando el medievo en pleno Siglo XXI: