Al igual que las manos arduas, las nubes débiles huyen, De los vientos que arrasan el invierno de las aéreas colinas,, Como multiformes e interminables esferas, Que inundan la noche en una súbita marea;, Terrores de ígneas lenguas, de inarticulado mar., Incluso entonces, en algún sombrío cristal de nuestro aliento,, Nuestros corazones evocan la imagen salvaje de la Muerte,, Sombras y abismos que bordean la eternidad., , Sin embargo, junto a la inminente Sombra de la Muerte, Se alza un Poder, que se agita en el ave o fluye en la corriente,, Dulce al deslizarse, encantador al volar., Dime, mi amor. ¿Qué ángel, cuyo Señor es el Amor,, Agitando la mano en la puerta,, O en el umbral donde yacen las trémulas alas,, Posee la esencia flamígera que tienes tú?. . .