Didier Lemaire se ha visto forzado a presentar su dimisión y alejarse de su instituto por estas razones: «Por mi seguridad, por la seguridad de mis alumnos y mis colegas»
Didier Lemaire, profesor de filosofía, se ha convertido en uno de los hombres más perseguidos de Francia por hacer esta declaración: «El islamismo está ganando la batalla en el pueblo donde yo trabajo, Trappes. Y esa victoria no es un caso aislado…».
Tras los atentados terroristas del otoño pasado, culminando con la decapitación de un profesor, Samuel Paty, Didier Lemaire decidió abordar con sus alumnos el problema de fondo: la libertad de enseñanza, la crítica de la intolerancia y el odio cultural, religioso … y descubrió, espantando, que tenía muchos alumnos simpatizantes, directa o indirectamente, de tesis islamistas.
Lemaire decidió lanzar varias alertas, ante la dirección de su instituto, ante la Academia regional de Versalles. Cuando esas advertencias llegaron a la opinión pública, Lemaire se transformó en un «enemigo público» para una parte de la Francia musulmana (de 5 a 7 millones de franceses musulmanes) y para una parte considerable del islamo izquierdismo, la franja política de izquierda y extrema izquierda que dice «comprender» y comparte, directa o indirectamente, tesis políticas donde el islamismo prolifera desde hace años.
Lamentablemente vemos una vez más cómo parte de la sociedad defiende este tipo de amenazas ante el simple planteamiento del problema de convivencia en términos racionales. Los valores democráticos franceses y sus ciudadanos se ven atacados. Hoy día no puedes decir abiertamente que los sistemas son incompatibles, pues te conviertes en objetivo del radicalismo con el apoyo y la censura del gauchismo.
Didier Lemaire estima que el islamismo está corrompiendo una parte del tejido social de la periferia de algunas grandes ciudades francesas, y comenta el proceso de este modo: «En Trappes y otras ciudades hemos dejado de estar en Francia. En algunas ciudades y algunos barrios hemos dejado de vivir en nuestra República. Ni la libertad de conciencia, ni el uso del cuerpo, ni la igualdad están garantizadas. En Trappes y otras ciudades de la periferia parisina, el comportamiento de los hombres no tiene nada que ver con las costumbres francesas y el arte o las relaciones de la seducción. Si una mujer magrebí se atreve a sentarse en la mesa de un café, donde solo hay hombres, está condenada a soportar observaciones de todo tipo. En la calle, si no va vestida como los hombres piensan que debe hacerlo pueden escupirla o insultarla, si no amenazan con violarla».