Córcega, otra victoria de la Tribu
Agosto de 2016.
Sisco, un apacible y pequeño pueblo de apenas 700 habitantes.
Una multitud de medio millar se congrega en la calle. Andan a paso decidido, coreando lemas de reivindicación de su territorio. Tienen diferentes ideologías y edades, todos tienen muy claro cual es su casa, quienes son los suyos y quienes los intrusos.
No son manteros africanos en una de sus tradicionales algaradas veraniegas contra la policía y de paso contra cualquier blanquito que pase por ahí. Tampoco musulmanes manchando el lugar en una marcha salafista.
Los magrebíes del pueblo pierden de repente su típica fanfarronería y desdén, corren a esconderse. Las terrazas en las que pasan horas y horas ociosamente disfrutando de los generosos subsidios que extrae el gobierno francés a los bolsillos de los trabajadores, los alrededores de las mezquitas, la esquina del camello y ese parque tomado por una banda de estética swagger que escucha rap…
Todo queda desierto…
Esto es Córcega.
¿Qué ha pasado?
El día anterior, en una cala cercana al pueblo unos turistas sacan unas fotos a una familia de musulmanes bañándose en burkini. Los hombres se percatan y sin mediar palabra alguna van directamente a agredir a los adolescentes. Unos jóvenes locales observan la escena, y lejos de mirar a otro lado o de huir como se estila en las progretizadas sociedades de Europa occidental, salen decididos a su defensa. No cuentan con que los musulmanes sacarían unos curiosos complementos de baño que llevaban consigo: hachas y un arpón. Los jóvenes son apalizados y agredidos.
A los ojos occidentales les parecería que iba a acabar como siempre: musulmanes riéndose y solo una tímida nota de prensa local haciéndose eco de otro caso aislado.
Se equivocarían.
Esto es Córcega.
Arabi fora
Esta acción iba a desencadenar una reacción popular, a la mediterránea, con todos los engranajes tribales poniendose en marcha: los padres de los agredidos acuden a la escena, uno de ellos agredido en el tórax con el arpón. El boca a boca se extende como la pólvora y decenas de hombres bajan a la playa. ”Estaba en un bar, a 30 minutos de Sisco, y recibí un mensaje de texto. ”Jóvenes están siendo atacados con un cuchillo por una banda”. Me subí al coche y me fui a la playa.
En Córcega cuando atacan a un corso, atacan a todos”, comentaba Manuel, un vecino de la localidad.
Los árabes tratan de mantener un perfil bajo y pasar desapercibidos. Se dan cuenta de que esa aura protectora que les permite crecerse e imponerse, nutrida de la cobardía de los infieles y de lo políticamente correcto, no funciona
Delante de ellos tienen a un pueblo entero. En la cabeza de la manifestación se ven banderas corsas, con su cabeza de sarraceno decapitado, símbolo heráldico tomado del escudo del antiguo Reino de Aragón, el mismo que siglos atrás tuvo presencia aquí y que tanta pelea dio al invasor musulmán. Se oye al unísono “Arabi fora!” (árabes fuera)
Son corsos, están enfadados y se dirigen hacia el gueto islámico, solo la intervención de un gran contingente de antidisturbios y el uso de gases lacrimógenos logra pararlos.
Se escucha Allahu Akbar, estamos en nuestra casa por parte de unos y ¡A las armas, estamos en nuestra tierra! por parte de otros. Lo que se disputa va más allá de una simple pelea, se trata de una lucha por el territorio, por ver quien es el dominante y quien el dominado. Hay varios heridos, entre ellos una mujer corsa embarazada. Prenden fuego a los coches de los agresores y la policía se despliega, helicóptero incluído, para impedir que uno de ellos sea linchado. El resto corren a refugiarse en sus casas, en el mismo barrio al que la multitud se dirige para buscarles.
Esto no es una reacción novedosa. El pasado 25 de diciembre de 2015 un camión de bomberos fue atacado en la capital, Ajaccio, por jóvenes magrebíes cuando apagaban un fuego en un barrio de mayoría islámica, una acción más que habitual en toda Francian. En esta isla tiene una reacción (y consecuencias) diferentes: los vecinos corsos en represalia intentaron linchar a los culpables. Poco después, una carnicería halal fue ametralleada y una sala de rezos acabó siendo pasto de las llamas. Unos salafistas, al ser rechazados incluso por una mezquita del lugar por su radicalismo, optaron por rezar en una playa cercana, sin poder acabar sus plegarias: tuvieron que huir, después de las amenazas de los habitantes del lugar.
Los corsos saben lo que ocurre en los barrios de la Francia continental. Son conscientes de que en muchos de ellos el Estado no existe, y que son las bandas callejeras y los imanes salafistas los que han tomado su lugar e imponen su ley, sin que siquiera la policía se digne a entrar. Del riesgo que corren bomberos, ambulancias o carteros que entren en su territorio. De la bravuconería y agresividad con la que se mueven en las ciudades, en las que los ciudadanos franceses apartan la mirada, agachan la cabeza y se cambian de acerca a su paso para evitar ser robados, agredidos o violados, como si fueran los súbditos de un ejército ocupante y sin que nadie se atreva a plantarles cara.
Y han decidido que no van a tolerar eso en su isla.
Esto es Córcega.
Las etiquetas con las que los progres tratan de desmoralizarles, como xenófobos, racistas o islamófobos, no tienen ningún efecto en ellos. Su fuerte consciencia identitaria y lazos de apoyo étnico son mucho más fuertes que la amenaza del “qué dirán”.
Este sentimiento comunitarista de “si nos tocan a uno, nos tocan a todos” es la mejor garantía de que los musulmanes van a pensárselo dos veces antes de actuar como en otras partes de Europa. Van a tener claro que no están enfrente de simplemente un grupo de individuos desarraigados, acobardados y sin ningún nexo de unión, sino de un Pueblo en mayúsculas, cohesionado y dispuesto a reivindicar cada centímetro de su tierra y responder en su defensa.
El fracaso de la ideología progre-globalista ha quedado patente. La política de multiculturalismo oficial, apaciguamiento, concesiones, tolerancia al intolerable, paguiteo, pianos y banderas en el Facebook en cada atentado ha demostrado ser incapaz de resolver nada, al contrario, es apagar al fuego con gasolina.
El islam lo tiene cada vez más incómodo en esta pequeña isla, y hoy especialmente en Sisco. Su alcalde ha optado por prohibir el uso del burkini después de los últimos incidentes.
Una vez más, la Tribu se impone al Globalismo.
Porque esto, es Córcega.