Completa e interesante la información
derivada de los varios artículos dedicados por Levante al asunto, aunque
imprecisa y equívoca en lo relativo a la causa del incendio. Yo estaba allí y
me gustaría precisar la cuestión:
En torno a las 22 horas, o quizás
algo más tarde, mi mujer y yo nos disponíamos a abandonar la ciudad tras haber
pasado en ella una agradable tarde, cuando vimos cómo un camión autobomba de
los bomberos enfrentaba la carretera que asciende hasta el Santuario y el Castell,
lo que nos hizo pensar que era posible que se hubiera dispuesto un castillo de
fuegos artificiales, por lo que decidimos retrasar nuestra partida y seguir al
camión.
Una vez arriba, en el aparcamiento,
me dirigí a los bomberos y les pregunté si se iban a disparar unos fuegos
artificiales, obteniendo lo que en aquel momento juzgué como una peculiar
respuesta: “en efecto, en un rato aquí se va a cometer una enorme
irresponsabilidad”. Evidentemente, les interrogué por la razón de tal contestación,
y ellos me informaron que, en el momento en que se iniciara el espectáculo, el
incendio de la muntanyeta estaba asegurado, y ello debido principalmente a la intensidad
del viento, que por momentos era alta, así como al estado de evidente descuido
en que se encuentra la vegetación de sus laderas. De ello se había informado
repetidamente al señor alcalde, pero este había insistido en su voluntad de
proseguir con el disparo del castillo, desoyendo las recomendaciones de los
bomberos, que aconsejaban la suspensión del evento.
Mientras esto me comentaban, algunos
de sus compañeros se iban distribuyendo, provistos de palmetas con las que poder
atacar las potenciales llamas, por el campo, por la ladera, en tanto que otros
iban disponiendo las mangueras.
De repente se inició el espectáculo
y, dándose cumplimiento a la predicción de los bomberos, al primer estallido se
prendió el campo y, a partir de este momento, a cada nueva palmera, a cada
estallido, aparecían varias nuevas hogueras por todo el monte. Ciertamente, el
riesgo que afrontaban los bomberos, desperdigados por el monte ya de noche, alumbrándose
únicamente con la luz de las linternas que llevaban en sus frentes y por la
procedente de las cada vez más innumerables hogueras, de gran tamaño, era real.
Al poco tiempo, las enormes hogueras inundaban todo el monte y decidimos coger
el coche y bajar a la ciudad.
Estábamos indignados: es
incomprensible cómo el capricho, las veleidades de una o varias personas,
pueden llegar a ser tan irracionales, pueden conllevar tan enorme carga de
irresponsabilidad y negligencia, hasta el punto de llegar a poner en peligro,
sin legítima justificación, la
integridad física de unos trabajadores, los propios bomberos, cuya dedicación
fue evidente, unos trabajadores que arriesgan sus vidas para salvar las de los
demás o los bienes de éstos:, pero este comportamiento sólo debería tener lugar
cuando es imprescindible, pero no para dar satisfacción al antojo de ninguna
persona. Indudablemente, y como bien recoge Levante, también se pusieron en
palpable peligro los bienes y la integridad de ciudadanos de Cullera y también,
aunque en menor proporción, la de algunos visitantes. Por último, se ha
consumado una nueva catástrofe ecológica.
Sólo resta esperar, aunque con el
sentimiento de desconfianza derivado de anteriores experiencias, que alguien
tenga la dignidad de dimitir, así como que se apliquen en toda su extensión las
leyes que procedan, incluso las penales, en caso de que, como todo apunta, haya
tenido lugar la comisión de delitos o faltas, y ello sin olvidar la
responsabilidad personal en orden a la restitución económica de los gastos y
daños generados.
Por cierto, en nuestro viaje de
vuelta a Madrid, hemos podido escuchar por la radio del coche la noticia
relativa a que el presidente de Corea ha dimitido al reconocer sus errores en
la gestión de un naufragio: no hemos podido evitar experimentar un sentimiento
de envidia. Ojala aquí fuera posible ver en alguna ocasión algún gesto de
decencia política.