El pasado lunes estaba en casa tirado en frente del televisor, llevaba toda la mañana sin hacer nada saciando mi submental ego con programación basura. De pronto entró mi madre en el salón, con la escopeta, amenazándome con echarme de casa de una vez por todas. "Pero mamá -le dije- si aquí en España los chavales nos largamos de casa a los cuarenta años, debemos respetar la tradición". Amablemente, con suaves palabras y una escoba me hizo entender que si deseaba quedarme en casa hasta los cuarenta lo que tenía que hacer era algo de provecho; así que, decidido y seguro de mí mismo, cual protagonista de serie manga de superación personal, me dispuse a hacer la cama.
Tres cuartos de hora pasé intentado comprender el extraño algoritmo que me permitiría establecer una disposición entre sábanas, colcha y edredón (creo que se escribe así) de tal forma que la cama estuviese en la disposición de acoger mi deforme cuerpo por las noches así como impresionar a los invitados. Durante el proceso me vinieron a la mente varias preguntas que han pasado a ser trascendentales para mí: ¿Por qué hacemos la cama si por la noche la vamos a revolver entera? ¿Por qué los ácaros contruyen civilizaciones en nuestros colchones si saben que van a derrumbarse en intervalos de doce horas? ¿Por qué ya no venden el pirulo de lima limón en los kioskos?
Tras desistir en la tarea de encontrar una respuesta fiel a estas preguntas sin la necesidad de ingresar en alguna secta volví a la cruda realidad. El hombre contra la máquina, el intelecto inferior contra la tirania de las sábanas asesinas. Por suerte, los cuarenta y cinco minutos de deliveración filosófica acabaron por dar sus frutos, había ideado una nueva forma de hacer la cama que ahorraría tiempo y dinero al estado. Me veía patentando la idea, y meses más tarde, rico y famoso, elegido primer ministro, no, qué primer ministro, ¡Presidente de los Estados Unidos! Eufórico, empecé a colocar las sábanas y la colcha, me cronometré varias veces y me di cuenta de que se ahorraba muchísimo tiempo, todo iba viento en popa, cuando de repente mi madre hizo acto de presencia: "Así no se hace" -dijo-.
Entonces lo comprendí, comprendí que estamos manejados por los hilos de alguna oscura conspiración. Todos nuestros progresos están vetados, manipulan los medios de comunicación, lavan el cerebro a nuestros hijos en el colegio y meten sustancias alucinógenas en el pan. El que ni siquiera nos permitan hacer la cama de otra manera diferente a la que dictan las reglas establecidas es algo muy grave. ¿Quién nos ha impuesto esas normas? ¿Cómo hemos llegado a acostumbrarnos a ellas? Un servidor se ha dado cuenta de la gravedad de la situación y os propone que os rebeléis contra todo, pues no sabemos exactamente a lo que nos enfrentamos. Si ya lo dijo el caudillo después del desfile de la Victoria "No nos hagamos ilusiones, el capitalismo judaico que permitía la alianza del gran capital con el marxismo, que sabe tanto de pactos con la revolución antiespañola, no se extirpa en un día y aletea en el fondo de muchas conciencias". De modo que fueron ellos... estoy seguro de que más de uno de los presentes está en el ajo. El atraso español no se produjo debido a la absoluta e incuestionable incompetencia del generalísimo, ni por la abundancia del estraperlo o el estrepitoso fracaso de la autarquía. Señores, ¡desde aquí hago un llamamiento para salvar España! Que no os confundan mis consignas de revolucionario de sofá, el tema es serio y está en nuestro deber el afrontarlo valientemente. Quiero que la próxima vez que os comáis un yogur le echéis sal en lugar de azúcar; subáis la calefacción en verano y os dejés el sueldo en aire acondicionado en invierno; juguéis 15on15 a CPMA y 1on1 a Team Fortrees... Toda lucha es poca, pero cualquier ayuda será estimada. Sólo así nuestra nación volverá a tener personalidad propia y tendrá una verdadera razón de ser.
Interesados en luchar contra la conspiración, alistaos en el perfil de bauer.