La mujer más limpia y pura del mundo no se encuentra entre las cándidas muchachas recién entradas al noviciado de un convento de monjas de clausura. Para encontrar a la mujer más limpia del mundo hay que viajar a África, bajarse en Kenia, internarse en el barrio más miserable y sucio de Nairobi y buscar entre los tugurios de Majengo a una prostituta con 36 años de experiencia en el oficio, la señora Agnes Munyiva, que se ha acostado durante todo este tiempo con unos quince o veinte hombres distintos cada día, en un cuartico alquilado del tamaño de una cama sencilla (dos metros por uno), sobre un colchón de algodón curtido por el sudor y el ajetreo de los cuerpos y del tiempo, y que a pesar de esta vida turbulenta y terrible, que ha matado a centenares de colegas suyas más jóvenes en el mismo barrio y en el mismo oficio, nunca se ha enfermado de sida, la más devastadora de todas las enfermedades de transmisión sexual, que antes tenían el más poético nombre de venéreas.
Los médicos calculan que a lo largo de su vida la señora Munyiva, esta mujer prodigio, se ha acostado sin protección con más de setenta mil hombres (¿algún donjuán podrá competir con esta cifra?), y entre ellos con unos dos mil enfermos de sida, pero su cuerpo sabio y limpio, inmune a la corrupción, no se enferma, y de alguna manera se sabe defender de la infección en este sitio inhóspito de moscas, pantano y podredumbre. Sin haber contraído nunca la enfermedad, Agnes, a los 56 años, sigue adelante con su oficio, lozana como la más virginal de las vestales que mantenían en la antigüedad encendido el fuego sagrado de los divinos templos.