Esto es una gilipollez que escribí anoche en mi blog. He pensado que una vez que ya lo tenía escrito allí, quería ponerlo aquí, para ver si estais de acuerdo o no. Es un poco largo, no mucho la verdad.
Yo no soy ningún casanova, dios me libre, pero sí que tengo una teoría clara, aunque no siempre tiene porque cumplirse. Normalmente un chico entra a un local por la noche, sube la mirada lentamente y hace un rastreo de las chicas que le puedan interesar. Una vez localizado su objetivo, se acerca a él y le pregunta: “oye perdona ¿tienes fuego?”. La verdad es que conozco poca gente que pueda sacar una conversación en condiciones con sólo hacer esa pregunta, porque enlazar con un tema que no sea el color del mechero es un caso de estudio, aunque bueno, como no fumo, no me pararé ahora en esas cuestiones. Pero volvamos a lo nuestro y dejemos el mechero a un lado. Como decía, de ese simple encuentro puede perfectamente surgir una relación, porque al principio todo es maravilloso: mariposas en el estómago, sonrisitas por aquí, sonrisitas por allá y es fácil llevar la situación. Ahora, la cosa cambia cuando vas descubriendo que esa persona tiene pocas cosas en común contigo, y ahí es donde voy a relatar mi teoría, aunque muchos no estarán de acuerdo con esto:
Cuando se comienza una relación, cualquier plan es bueno y no es monótono. Desde ir al parque a echar alpiste a las palomas hasta comer pipas en un banco. Y es que comer pipas en un banco es un gran plan para una tarde de sol. La parejita feliz en su banco, hablando, contándose cosas, riendo… mientras pelan y comen sus pipas. Todo es felicidad, la pareja lleva poco tiempo junta y no hay nada como estar juntos sin hacer nada más que eso, estar juntos.
Poco a poco hay que ir haciendo más cosas, nuevos planes e intentar no caer en la temida rutina. Surgen los primeros conflictos: “es que yo quiero ir a la concentración de Tuning del sábado por la noche”… “¡no!, el sábado por la noche ponen la última película de Woody Allen y vamos al cine”. En el principio de los principios, la enamorada pareja se pondrá de acuerdo para compartir los planes e ir primero a un sitio y luego a otro. Pasa el tiempo y se disponen a ir de viaje, pongamos por ejemplo a Londres. Ya me lo veo, el plan de uno es: “dios Londres, allí que nos vamos todos los días de fiesta y por el día a dormir, la noche tiene que ser brutal… ¿Quién quiere tragarse la mierda esa del museo británico?”, mientras por otro lado “ya tengo pensado todo lo que vamos a hacer: mira nos levantamos temprano y vamos a ver Hyde Park, después vamos a…”
Surgen los primeros roces, ya ha pasado un tiempo en la relación y las mariposillas y la pasión, logicamente, no es la misma. Es ahí cuando entra el factor de tener cosas en común, más o menos pensamientos parecidos. Volvamos a nuestro banco pues, el de las pipas. Nos sentamos con nuestra pareja y nos disponemos a pasar una tarde como hace ya un tiempo atrás, conversando y comiendo pipas a la par. Efectivamente, ya los dos se conocen, no hay mucho que preguntarse de ellos y han descubierto que no tienen mucho en común. Operación Triunfo no se emite y tampoco Gran Hermano, no hay de que hablar, aunque siempre se puede cotillear de otras relaciones y marujear.
En fin… no surge esa conversación al son de las pipas, esa chispa, esos temas improvisados y no buscados. Esta es mi teoría: Si el comer pipas sigue siendo un gran plan para una tarde de sábado soleado, bienvenido/a a mi vida.