[Voy a pasar a contaros una historia totalmente real acaecida a un vecino del pueblo y que bien podría servir como base para un buen libro. El protagonista era un chico de mi edad, con el que he tenido el placer de compartir clase y algunos momentos (sin llegar a haber sido amigos, propiamente dicho) y que, lamentablemente, ha tenido un aciago final. Me he abstenido asimismo de poner nombres reales a la misma, como respeto a sus desafortunados protagonistas.
Juan, desde pequeño, siempre destacó por ser una persona extrovertida. Tenía una personalidad arrolladora y era el típico que se llevaba bien con todo el mundo. En clase, todos los maestros destacaban que era un chico bastante más maduro de lo que su edad representaba en cuanto a cáracter, trato y actos, pero, en el fondo, también bastante frágil.
Ya en los primeros pasos de la pubertad, su vida dio un giro inesperado cuando empezó a sentir cosas 'diferentes' por una compañera de clase a la que siempre había visto y tratado dentro de la normalidad. El interés que fue mostrando en Sonia (esa compañera) se vio de inmediato correspondido. Tenían 11 años y la flecha de Querubín les atraveso de llenó el corazón, una flecha que les cambiaría por siempre la vida.
Desde ese bonito día, los dos fueron inseparables. Sin ser novios en el sentido completo de la palabra, porque a esa edad no habían descubierto aún la sexualidad y la atracción era más cariñosa que pasional, los dos empezaron a crear un mundo propio, repleto de amor y confianza. Juan, con el resto de las personas, siguió comportándose como siempre, abierto y dichoso, pero cuando estaba con ella o simplemente la miraba, su ser radiaba una onda especial que hacía ver que todo lo que sentía por ella, aun siendo un chaval, era verdadero.
Pasaron los años y con ellos se fueron sucediendo muchos cambios físicos en la pareja, pero ninguno a nivel emocional. Del colegio al instituto de secundaria; del instituto de secundaria al instituto de bachillerato, los dos se llevaban todas las horas posibles juntos, ya fuera en clase, estudiando en casa o divirtiéndose en la calle. Era una relación sana, transparente, de verdad, de esas que, en multitud de ocasiones, causan mucha envidia (también sana). Era tan modélica que parecía de mentira, idea que uno desechaba cuando les veía mirarse a los ojos. Era amor puro y duro, de esos que se viven una vez en la vida si acaso.
Al acabar el instituto, Juan y Sonia decidieron dar el paso de estudiar en la universidad. Alquilaron un piso (con el apoyo de sus familias, lógicamente, ya que no trabajaban) y se fueron a vivir juntos. Aun de estudiantes, iba a ser el paso más importante que habían dado hasta ese momento en sus vidas. Iban a descubrir lo que era la vida en pareja, en común; iban a descubrir si su relación también soportaría los envites de la convivencia. Y así parecía ser durante los dos primeros años viviendo juntos.
Una mañana de un día cualquiera la cosa se torció para nunca volver a enderezarse de nuevo. Sonia llevaba días encontrándose mal anímicamente, achacándole ese malestar a una entrada de gripe. No tenía los síntomas de una gripe en sí, pero, ¿qué otra cosa podía ser? Habían seguido entonces haciendo su vida con la mayor normalidad posible hasta que, esa mañana, Sonia se desvaneció. Juan llegó poco después a casa y la encontró tendida en el suelo, con el rostro descompuesto. Intentó reanimarla como buenamente pudo y, de forma inmediata, llamó una ambulancia. Pocos minutos después, los servicios de emergencia se hallaban en el piso, llevándosela en camilla. Tenían que hacerle algunas pruebas.
Sonia permaneció ingresada en el hospital hasta que las pruebas llegaron al día siguiente. Lo que nunca se pudo haber imaginado se hacía realidad: su cabeza albergaba un severo tumor y había que intervenirle lo antes posible.
La intervención quirúrgica se llevaría a cabo pocas horas después y, pese a los deseos incontenibles de Juan, ésta no salió bien. No pudieron extirpárselo completamente sin dañar zonas sensibles del cerebelo. La recaída fulminante de Sonia era cuestión de días.
Y, para mal, no se equivocaron los médicos. Apenas dos semanas después, Sonia dormiría para nunca más despertar. Juan lloró hasta la extenuación. No podía creerse lo que había pasado.
Durante los dos días que tardó el traslado del cuerpo al pueblo para ser enterrado, Juan permaneció en el piso de estudiante que tenía alquilado con ella solo, aislado, sin querer el más mínimo contacto con el mundo exterior a esas puertas. Se desconoce qué haría en él además de llorar y preguntarse una y mil veces 'por qué', pero tampoco es complicado adivinar cómo se sentiría y la de cantidad de recuerdos, pensamientos y sensaciones que le pasarían por la cabeza.
Un par de días después, enterraron el cuerpo de Sonia. A Juan se le encontró absorto, como fuera de sí y sin más lágrimas que verter. Cuando todos los asistentes abandonaron el cementerio, él se quedó solo, tendido sobre una de las aceras frente a la lápida de Sonia, sin comer ni beber. Simplemente tendido mirándola. Así pasó toda la tarde hasta que el ujier del camposanto le pidió que se fuera, que iba a cerrar. Juan salió y esperó fuera hasta que cerró la verja, para luego saltársela y pasar toda la noche tendido en la misma postura, mirando el lecho donde descansarían eternamente los restos de su amada.
Pasaron los días y Juan fue pasando, a su vez, los días y las noches tendido ante ella, frente la atónita mirada de los eventuales transeuntes del cementerio y del ujier del mismo, que no hacían más que sentir pena por él y le ofrecían ayuda y alimento. Juan no mediaba palabra. Seguía ausente.
Tras unas semanas, la vida de Juan pareció volver a la normalidad. Volvió a la capital para retomar los estudios, pero todo terminaría siendo una cortina de humo. Juan se pasaría los días en el piso, sin salir, y había ocasiones en las que sí lo hacía, pero para no volver en días. Por el pueblo y el cementerio no se le veía, por lo que quedaba en paradero desconocido durante días paulatinamente. La familia muchas veces se temió lo peor y mandaba a la policía a buscarle. La mayoría de las veces aparecía por su propio pie en el piso y, en una ocasión, la policía lo encontró deambulando por un parque próximo. Estos le recomendaron que visitase a un especialista que le ayudara, pero Juan desatendería toda recomendación.
Fueron pasando las semanas, y los meses, y los presagios de familia y amigos se cumplirían cuando Juan empezó a hacer devaneos con las drogas. Siempre había sido un chico sano y alejado de todo vicio, pero pareció encontrar amparo en las drogas para evadirse así del abismo en el que se encontraba sin saber que éste le hundiría más. Volvería a desaparecer para llevarse, de nuevo, días fuera de casa, y sus más allegados ya no sabían qué hacer. Estaba fuera de control.
Juan abandonó los estudios y, por tanto, el piso para volver a su pueblo. Con el paso del tiempo, seguiría siendo la misma alma en pena desde que murió su novia, sólo que con un aspecto mucho peor. No negaba una tenue sonrisa a sus conocidos, a través de la cual se percibía que, en lo más profundo de él, seguía siendo la persona que siempre fue. Y, a pesar de que se drogaba, jamás atracó ni amenazó a nadie. Llevaba una mala vida pero seguía siendo fiel a sus principios.
Ahora relato en primera persona: Tras años viéndolo muy de vez en cuando y notando que iba de mal en peor, me entero ayer que falleció a sus 27 años. Según el informe del forense, la causa es el suicidio, posiblemente por medio de la ingesta de pastillas. Con él, encontraron una breve misiva, escrita y firmada con su debilitado puño y letra, en la que ponía algo así:
Lo siento. No he podido aguantar más.
Por fin me reencontraré con ella.
Parece de película o de historia emo, pero no es así. Es la pura realidad. Y siento algo contradictorio, porque me da pena que haya fallecido pero, al mismo tiempo, intento ponerme en su piel. Demostró que, al morir ella, él también lo hizo, y que aguantó como pudo sin éxito.
Habrá quien hubiera actuado de otra forma, pasado página lo antes posible o añorar sin llegar a ese extremo, y serían decisiones igualmente válidas a la suya. Pero lo que parece indudable es que ella lo era todo para él.
Saludos, y espero no haberos aburrido. Ojalá la historia hubiese tenido otro desenlace.