El científico español Francisco Ayala, junto a su mujer Hana Ayala, conservacionista de origen checo. A la derecha, en la parte superior aparecen Kristen Monroe (c) y Virginia Trimble (d). Abajo, Barbara Oakley (c) y Elizabeth Loftus (d).
Virginia Trimble, astrónoma especializada en la evolución de las estrellas y galaxias, aún no se ha recuperado del estupor que le produjo saber que la Universidad de California en Irvine (UCI) había forzado a Francisco Ayala (Madrid, 1934) a dimitir de su cátedra. «Me parece que es parte de toda esta histeria colectiva», dice refiriéndose a la oleada de denuncias que ha provocado el movimiento #MeToo, de la que no se libran ni los muertos. «Esta primavera muchas alumnas se quejaron de que se celebrara el centenario del Nobel de Física, Richard Feynman. Le conocí muy bien en el Instituto de Tecnología de California y no creo que tuviese un trato incorrecto con ninguna mujer».
Tras una «exhaustiva» investigación que ha durado seis meses, la UCI daba por buenas las denuncias de acoso sexual de cuatro mujeres -Michelle Herrera (estudiante de posgrado), Kathleen Treseder (directora del departamento de Biología), Jessica Pratt (profesora ayudante) y Benedicte Shipley (una asistente del decano)- y no sólo despojaba al prestigioso biólogo español de su puesto sino que además anunció que su nombre sería eliminado de la Escuela de Ciencias Biológicas y de la Biblioteca de Ciencias, así como de las becas de posgrado, los programas académicos y las cátedras de investidura. De nada le sirvieron a Ayala los 10 millones de dólares que había donado a la que siempre consideró su alma mater. La Universidad de las Islas Baleares no quiso ser menos y el mismo día que los medios publicaban la noticia, envió un comunicado para explicar que también le retiraría el doctorado honoris causa que le concedió en 2006. Casualmente, en ese centro es catedrático Camilo Cela Conde, coautor junto a Ayala de seis libros y su más firme defensor.
De momento, la prensa no ha tenido acceso al informe de las conclusiones de la investigación universitaria. El propio Ayala, ex sacerdote, resumía con sorprendente tranquilidad al periodista César Coca su contenido. «La acusación de Michelle Herrera fue desestimada enseguida. En cuanto a las tres profesoras, lo que dicen las conclusiones del expediente se resume en tres aspectos. Habla de contacto físico con Treseder, en dos ocasiones. La primera fue con ocasión de una fiesta en la Navidad de 2016. Dice el texto que la cogí del brazo para llevarla hacia un grupo en el que se hablaba de cosas que podían interesarle. Lo corregiré: ese día, a esa hora, yo daba una conferencia en San Diego, a 150 kilómetros. No entiendo cómo pueden situarme en esa fiesta». Respecto al segundo contacto físico, Ayala también se muestra tajante: «Más o menos por esa fecha, yo recomendé a la profesora Treseder a la Academia de Ciencias. Me pidieron que enviara información curricular sobre ella. Fui a su despacho a decírselo y, siempre según el expediente, puse mi mano sobre la suya mientras manejaba el ratón, para guiarla en la pantalla». El resto de las acusaciones siguen una línea similar. «[Según el informe] Le di a la misma profesora sendos besos en las mejillas al llegar a su casa a una cena, en presencia de su marido y mi esposa. Y la tercera es por haber dicho a varias colegas que estaban muy guapas y elegantes y que era un placer estar acompañado por mujeres tan atractivas. Por cierto, también digo a mis colegas varones que van muy elegantes y ninguno me ha denunciado».
La profesora Trimble utiliza un argumento similar para defender a Ayala. «He estado con él en cientos de actos. Y la verdad es que siempre me abrazaba. Pero de la misma forma que a muchas mujeres y, por qué no decirlo, a muchos hombres. Ayala es un buen tipo además de un héroe para la comunidad científica. Era de los pocos que viajaba a los estados conservadores para defender la importancia de que en los colegios públicos se enseñara Teoría de la Evolución. Las últimas fotos que he visto de él no le hacen justicia, pero a su edad sigue estando muy bien y Hana [su mujer desde 1984] es muy atractiva».
No es extraño que Ayala insista en que su esposa es precisamente la más indignada con las acusaciones. Desde el pasado viernes, cuando se filtró el comunicado de la UCI, se ha hecho cargo de su correo electrónico, en el que dice haber recibido numerosas muestras de apoyo. Gran parte provenían de mujeres; entre ellas, Kristen Monroe, Ana Barahona, Lucrecia Burges, Amparo Latorre... Todas, como Trimble, creen la explicación de Ayala: las denunciantes malinterpretaron «sus modales europeos».
"Siéntate en mi regazo"
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Micha Star Liberty, la abogada de las cuatro mujeres, ha descrito en varios medios «los recurrentes acosos» del profesor de 84 años. «Una palmada en la espalda»; «besos en la mejilla, en cada saludo, en cada circunstancia, independientemente de la reacción del lenguaje corporal de las mujeres» y «otras acciones» que la letrada no ha querido especificar.
Respecto al proceso, explica una persona que conoce el centro educativo, la UCI ha aplicado el protocolo de actuación «que tiene establecido para proteger a las víctimas. No se sabe si la denuncia traspasará los muros de la universidad pero, por el momento, el comportamiento descrito en el informe no supone un delito para las leyes de California. Lo que se ha aplicado es una sanción laboral contra él por unos hechos, recogidos en unas normas internas [UCI prohíbe todo tipo de contacto físico], pero que pueden tener diversas interpretaciones». La universidad, dice una de las colaboradoras de Ayala en el Departamento de Biología, habría llevado las cosas al límite: «Habría bastado con decirle que no las volviera a saludar a la europea y punto».
Elizabeth Loftus, matemática y psicóloga, también fue una de las profesoras dispuestas a testificar en favor de Ayala. Loftus, una eminencia en el campo de la psicología cognitiva y autora de un libro de referencia sobre cómo la memoria crea recuerdos falsos, sólo puede relatar un único incidente. Aunque le resta importancia. «Fue en una conferencia en 2015. Otra profesora llegaba tarde y se quejó de que no encontraba sitio. Ayala le dijo en broma que por qué no se sentaba en su regazo. Ella le dijo que le había molestado el comentario y él se disculpó enseguida. Todo esto me parece injusto. Es una auténtica caza de brujas fruto de la histeria. El péndulo está ahora en el feminismo radical pero advierto que volverá con fuerza al otro lado. Hay miles de chicos que después de haber sido expulsados por cuestiones de consentimiento sexual están denunciando a las universidades. Todo esto acabará perjudicando a las mujeres».
Loftus explica que la investigación comenzó a finales de noviembre de 2017. A partir de entonces, impidieron a Ayala el acceso a su despacho. La universidad interrogó a 60 personas. «Estuvieron buscando a alguna chica que dijera que la había acosado y no encontraron nada. Conmigo hablaron dos veces. Y no quisieron interrogar a testigos que yo propuse», explica el propio biólogo. El rector ni siquiera se atrevió a comunicarle en persona las conclusiones. «Me envió un correo electrónico».
Ayala nada pudo aducir pese a que en la universidad se le consideraba como una estrella del rock. Desde aquel día, nadie parece acordarse de que es miembro de la Academia Nacional de Ciencias de EEUU ni de que ha recibido la Medalla Nacional de Ciencia estadounidense y el Premio Templeton (un millón de euros de dotación). Tampoco de que es el autor de una veintena de libros y cientos de artículos en los que trataba de resolver el viejo conflicto entre religión y ciencia. O de sus investigaciones sobre el chagas, la malaria...
Kristen Monroe es politóloga especializada en psicología política y ética. Trabajó con Ayala durante 20 años en el Departamento del Estudios Científicos sobre Ética y Moralidad. «Me parece que las mujeres jóvenes no saben interpretar la vieja caballerosidad. No creo que se trate de un choque cultural sino más bien de algo generacional. Enseño también en Harvard y allí tuve una estudiante que se quedaba sin entrar en clase porque le molestaba que un profesor mayor le aguantara la puerta para cederle el paso. Le tuve que decir que creciera, que al profesor le habían educado en un tiempo en el que este tipo de cortesías era lo habitual». La politóloga se muestra preocupada. «Me parece que los activistas del #MeToo deben reflexionar o convertirán el movimiento en algo político. Soy feminista y me preocupa la igualdad de géneros y erradicar el acoso sexual, pero el trato que se le ha dado a Ayala me plantea dudas sobre si la universidad ha actuado con justicia. Comprendo que es muy difícil denunciar y abogo por que se cree un clima que proteja a las potenciales víctimas. Reconozco que hay sutilezas que pueden molestar a este clima pero también defiendo que se siga un procedimiento con garantías. Es fundamental que la universidad explique la metodología de su investigación y detalle los cargos contra Ayala. Por lo que he podido saber de momento, no dejan de ser ambigüedades. Nadie ha podido ver la pistola humeante y por eso hay tantísima indignación entre el profesorado. Además, la actuación apresurada de la universidad tiene unas consecuencias letales para las mujeres. Los profesores ya no querrán supervisar a las alumnas. [Y mucho menos convertirse en sus mentores]. Se romperá la tradicional armonía entre el profesorado y los estudiantes de posgrado».
Pero no sólo estas profesoras, abejas reinas (privilegiadas en un mundo de hombres en terminología feminista), tienen buenas palabras para Ayala; también las alumnas le defienden. «Estuve alrededor de seis meses como investigadora doctoral invitada en su departamento. Hablamos bastante sobre ciencia, pero también sobre arte, literatura. Incluso nos contamos anécdotas familiares y cosas así». La invitó a un congreso de San Diego. «Es verdad que le gustaba rodearse de gente joven pero jamás le vi comportarse ni conmigo ni con nadie como otra cosa que un perfecto caballero». Otras alumnas secundan estas afirmaciones. «Ni siquiera hacía chistes sexistas ni nada por el estilo».
Rey destronado
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En la Red hay cientos de artículos sobre Barbara Oakley, profesora de Ingeniería en la Universidad de Oackland. No sólo sobre sus investigaciones sino también por los dos millones de personas que siguen sus clases a través Coursera, una plataforma educativa. Oakley tuvo una relación excelente con Ayala durante más de una década. De hecho, el biólogo le prologó su Pathological Altruism, en el que explica cómo las buenas intenciones a veces suelen traducirse en movimientos muy peligrosos. «Dada la situación, parece una ironía. En Estados Unidos está creciendo la desafección a las autoridades académicas porque se están inclinando hacia lo gregario, hacia la masa». ¿Es lo que ha pasado con Ayala? «Es difícil de decir, pero por lo que he leído no hay ninguna prueba concluyente contra él, lo que hace pensar que no existen. Sí, es verdad que están los 60 testigos, pero tanto mis colegas como yo hemos tenido que firmar cosas con las que no estábamos de acuerdo por presiones. La universidad es un mundo igual de mezquino que el resto. Y quitar un rey [como Ayala] deja un importante vacío de poder que alguien querrá ocupar».