Me encantaría poder decir que te acostumbras a que la gente muera (o se vaya en este caso). Yo nunca lo hice. Tampoco quiero. Cada vez que alguien que quiero muere me desgarra por dentro. Pero no quiero que "no importe". No quiero que sea algo que pasa sin más. Mis cicatrices son testamento del amor y la relación que tuve por y para con esa persona. Y si la cicatriz es profunda, también lo fue el amor. Que así sea. Las cicatrices son un testamento a la vida.
Las cicatrices son el testamento de que puedo amar profundamente, vivir profundamente, ser cortado o incluso removido, y testimonio de que me puedo curar y continuar viviendo, continuar amando. El tejido cicatrizado es más fuerte de lo que el tejido original fue. Las cicatrices son un testamento de la vida. Las cicatrices son feas sólo para la gente que no puede ver.
En cuanto al dolor, te darás cuenta que viene en olas. Cuando el barco se acaba de hundir te estás ahogando, con los escombros alrededor de ti. Todo lo que flota a tu alrededor te recordará lo hermoso y magnificente que era ese barco, y lo que ya no será. Todo lo que puedes hacer es flotar. Encontrarás algún escombro en el que te podrás mantener a flote por algún tiempo. Quizás es algo físico. Quizás un recuerdo feliz o una fotografía. Quizás es otra persona que también está flotando. Durante un tiempo lo único que puedes hacer es flotar. Permanecer vivo.
Al comienzo, las olas miden cien metros de altura y caen sobre ti sin piedad alguna. Vienen cada diez segundos y no te dan tiempo ni a respirar. Todo lo que puedes hacer es aguantar y flotar. Después de un tiempo, quizás semanas, quizás meses, te darás cuenta que las olas siguen midiendo cien metros, pero cada vez tardan más en venir. Cuando llegan aún te destrozan y te acaban. Pero entre medio, puedes respirar, todavía funcionas. Nunca sabes que disparará el dolor, puede ser una canción, una foto, una calle, el olor de un vaso de café. Puede ser cualquier cosa, y entonces vuelve la ola golpeándote. Pero entre ola y ola, hay vida. En algún punto durante el camino, y esto es diferente cada uno, te darás cuenta de que las olas ahora miden 80 metros, o 50. Y aunque sigan viniendo, tardan más en llegar. Ahora puedes verlas venir, un aniversario, un cumpleaños, navidad, o aterrizando en el aeropuerto. Puedes verlas venir, en mayor medida, prepararte.
Y cuando caigan sobre ti, sabes que de alguna manera, de nuevo, volverás a salir al otro lado. Mojado, escupiendo el agua, todavía sosteniéndote con algún recuerdo, pero saldrás.
Toma el consejo de alguien mayor, las olas nunca paran de venir, y de alguna manera tampoco quieres que dejen de hacerlo. Pero aprendes que eres capaz de sobrevivirlas, y que otras olas vendrán.