La muerte por una diarrea explosiva del hereje que hizo tambalearse al Cristianismo: «Se le salieron los intestinos»
Arrio de Alejandría falleció en el 336 d. C., cuando iba a ser rehabilitado por el emperador Constantino
No tuvo piedad Constantino en el año 325 d. C. Tras el concilio de Nicea, cenit de las diferencias religiosas entre cristianos en el viejo Imperio romano, el emperador fue taxativo: «Si se encuentra algún escrito sobre Arrio, podrá ser arrojado al fuego, por ... lo que no solo se borra la maldad de su enseñanza, sino que no quedará nada para recordarlo». Lo cierto es que tuvo fortuna el mandamás, pues aquel sacerdote tan molesto, el mismo que había vertido ideas contrarias a la trinidad de Dios, falleció poco después. Lo llamativo es que lo hizo de manera súbita y por lo que el historiador Lucas Maestre Molina ha definido como una suerte de diarrea explosiva en su ensayo 'Pequeñas historias que hacen historia' (Luciérnaga).
«Su muerte es una de las más brutales de la historia. Murió envenenado, más precisamente por una diarrea tan fuerte que le hizo evacuar sus propias entrañas en las calles de Constantinopla, en el 336», afirma el autor en su obra. Amargo punto y aparte para un hombre que había dedicado a su vida a demostrar la teoría de que Jesús era hijo de Dios, pero no parte de la Trinidad.
Gresca arriana
Explica el profesor Ignacio de Ribera Martín en 'Atanasio de Alejandría. Discursos contra los arrianos', que Arrió nació alrededor del 256 en Libia y que fue educado por Luciano, uno de los presbíteros –sacerdotes– de Antioquía. Los expertos coinciden en su capacidad de estudio, pero también en que sus ideas sobre el Cristianismo le granjearon no pocos problemas. Aunque fue en un año muy concreto, el 318, ya como presbítero de Alejandría, cuando comenzó a extender una controvertida idea: era imposible que Dios estuviera formado por tres personas diferentes. En la práctica, sostenía que Jesús había sido creado por el Padre y que, por tanto, no era eterno ni parte de la deidad.
Existen pocos textos escritos de su puño y letra; apenas tres misivas enviadas a lo largo de su vida. Sin embargo, en ellas dejó cristalino cuáles eran los principios sobre los que debía sostenerse la que consideraba la verdadera fe. En la carta dirigida a su aliado, Eusebio de Nicomedia, afirmó sin tapujos que «Dios existe, sin principio, antes que el Hijo». «El Hijo no es inengendrado, ni, en ningún sentido, es parte del Inengendrado, ni proviene de un cierto sustrato, sino por voluntad y determinación comenzó a existir antes de los tiempos y antes de los siglos, como Dios pleno, Unigénito e inalterable, antes de haber sido engendrado, o creado, o constituido, o establecido, pues no era inengendrado», añadió.
Calaron hondo sus ideas. Con el paso de los años, sus máximas se extendieron en Alejandría y, en el 320, el obispo de la ciudad lideró un sínodo en el que excomulgó a Arrio y a sus partidarios. Pero ya era tarde: las premisas plantadas habían germinado y brotado en parte del Imperio romano. Cinco años después, en el 325, fue el emperador quien se dispuso a poner coto al problema del arrianismo con un golpe seco: la convocatoria de un concilio, el de Nicea, extendido a todas las iglesias de sus dominios. No se puede corroborar que nuestro protagonista participara de forma directa, aunque poco habría cambiado la resolución final.
La conclusión quedó sobre blanco en una misiva, la 'Epístola a los obispos que no han participado en Nicea'. La carta, transmitida por el historiador del siglo IV Eusebio de Cesarea, afirmaba que «todo ha sido estudiado a fondo hasta que, con acuerdo unánime, se ha llegado a una conclusión agradable a Dios que supera cualquier resto de desunión y de duda en la fe». Los trinitarios, adversarios de Arrio, vencieron 'de facto' y 'de iure'. Del texto se infiere que Constantino minusvaloraba el problema arriano; grave error. A pesar de ello, el sacerdote fue desterrado a Iliria con sus seguidores más estrechos. Aunque muerto el perro no se acabó la rabia; más bien se extendió con más fuerza si cabe a través de toda la zona oriental del imperio.
Rara muerte
Según las fuentes cercanas a Atanasio de Alejandría, enemigo acérrimo de los arrianos, nuestro protagonista fue rehabilitado en el 335 por los asistentes al concilio de Tiro. Constantino, cuya hermana sentía simpatía por las nuevas creencias, buscaba por entonces la reunificación definitiva de todos los feligreses, y qué mejor forma que atraer de nuevo a los díscolos. Ese mismo año, escribió una misiva en la que afirmaba haber interrogado en persona a los seguidores de Arrio y haber comprobado, de primera mano, la rectitud de su fe. Así lo explica Gonzalo Fernández, de la Universidad de Alcalá de Henares, en el dossier 'Problemas históricos en torno a la muerte de Arriano'.
Arrio, ya rehabilitado, consideró viajar hasta Alejandría. Sin embargo, el pueblo se levantó contra esta idea. Los constantes ataques contra él habían permeado en la sociedad. La solución vino de la mano de uno de los consejeros eclesiásticos del emperador, el mencionado Eusebio de Nicomedia. Este llegó a la conclusión de que la mejor forma de internar al díscolo en la sociedad era organizar una suerte de ceremonia de perdón en Constantinopla. Aunque, en palabras de Fernández, para ello «hubieron de ser vencidas las postreras reticencias de Constantino mediante la nueva rúbrica por parte de Arrio de una profesión de fe y su juramento de que había sido condenado por una doctrina que no era en realidad la suya».
Aquel no fue el final de la pesadilla. «Además, se le arrancaron partes del brazo y del hígado en la efusión de sangre, de modo que murió casi inmediatamente. La escena de esta catástrofe todavía se muestra en Constantinopla, como he dicho, detrás de los escombros de la columnata; y por las personas que pasan señalando con el dedo el lugar, se conserva un recuerdo perpetuo de esta extraordinaria clase de muerte», añadía el cronista. La terrible noticia «se extendió rápidamente por la ciudad y por todo el mundo». En palabras de Atanasio, aquello regocijó al emperador. Al fin, y ya sí, se había marchado el gran enemigo que había provocado que se tambaleara la unidad del Imperio romano.
Y asi es uno de las muertes curiosas y bizarras de uno de los mayores defensores del arrianismo en el Imperio Romano durante la época de Constantino, seguramente la muerte por algún tipo de veneno porque no conozco ninguna enfermedad capaz de sacarte las tripas de una diarrea, debo añadir que los Visigodos peninsulares eran arrianos, hasta la coversiónen el catolicismo de Recaredo, que fue cuando el pueblo hsipanorromano dejo de verlos como una monarquía hostil y extranjera a aceptarlos.