Sucedió hace dos semanas:
Ella siempre me mira. Tiene novio pero me mira. Aquel viejo axioma: siempre se van con el guapo ha adquirido en mi vida visos de dogma. Por eso quizá algunas me tacharan de misógino, pero, a efectos prácticos ¿quién está dispuesto a ser un galán para acabar oyendo los crudas palabras de: te veo como un amigo?
Pero ella siempre me mira. Y yo me imagino que le gustan mis ojos y que está dispuesta a tolerar mi leve sobrepeso y que mi culo no sea viril a la manera de Daniel Craig. Intuyo que puede que le gusten mis valores y mi manera de hablar, de decir las cosas, o simplemente, le gusta mirar a la gente a los ojos y yo no soy más que ningun otro. Pero me mira.
Pasa la vida y nada es productivo. El dinero escasea, las viejas utopías se descubren como vacas esteriles y la poca leche que logro ordeñar no da para pagar la deuda de los sueños. Agarras un libro, buscas un trabajo, tienes decenas de conversaciones pero todo queda en agua de borrajas. Con esa insatisfacción comienzas a aceptar que es muy probable que la vida no sea un paraiso y que poner la fe en este lado es una vanidad ya denunciada desde los albores de la reflexión. Pero ella te mira, me mira y todo eso de perder las ganas se desvanece y una duda del tamaño de un pupila se cuela en tu muro de insatisfacción, requebrajandolo.
Ella está ahí, cerca, ahora mismo. Para hacerme el Bogart enciendo un cigarro y me las doy de cínico, de Diogenes en tonel, asceta e indiferente. Puede que ella solo esté esperando por un gesto mio, un asentimiento, una muestra de ternura y la torre acabe siendo tomada. ¿Nunca se oyó aquella feliz noticia, después de muchas vueltas de lagartija, vencido el temor, oir "¿cuanto tiempo pensabas esperar para decirmelo?"?
Pero no sucede nada. Te empecinas en lo mismo, ver subir el sol, añadir otro libro, alimentarte mejor, perder peso y luchar contra las alarmas de futilidad que saltan cuando te esfuerzas y compruebas que nada vale lo que dice valer, que al final todos acabamos descompuestos, que la vida avanza y cuanto más avanza más se revela la farsa; pasas los veinticinco y dices: o me busco una novia o cada día será más dificil llegar a algo serio con nadie.
Ella te mira. ¿Por qué? Tienen un efecto desproporcionado sus ojos, ningun consejo, ninguna noticia, verdad, idea te ha movido nunca tanto como esa mirada en la que tu cifras tanto y cargas tanto mensaje. ¿Y si ella cuando mira no mira? ¿Qué es esto?
Y los años que pesan, la punta afilada de la sabiduría al final conduce al inmovilismo, sabes por experiencia que las relaciones son complicadas y que con toda probabilidad al final acabaran haciendo más daño del placer que prometían, el intelectualismo nos ata con abstracciones por eso aquello de que la fortuna favorece a los audaces; la reflexión es un grillete al que muchos son adeptos, pero, ¿cuantas oportunidades pierde un sabio al día, gracias a su encumbrada sabiduría?
Su novio, el de ella, es un kinki, ha leido menos libros que Paris Hilton y sus gustos se reducen a gimnasio, música cuestionable, ropa de marca y coches. Es cierto, no se puede reducir y generalizar, una persona nunca es un tópico, si se la conoce se acaba viendo algo, puede que por eso, ella, tan linda y tan leida, esté con él, con un hombre de acción. Pero me mira. ¿Es posible que ella vea en mi todo lo que yo he visto?
¿Vale de algo?
Y entonces, mientras suena el viento fuerte, afuera, y las risas en la noche se diluyen como insignificancias, y ves a todo el mundo bailando como automatas, mientras los buitres del negocio observan el reloj esperando al cierre, tomó el trago final de mi copa y me levanto y me encaro hacia ella y la miro a los ojos y le digo: te estoy amando.
Entonces alguien me empuja y acabo fuera del garito rodando por el suelo lleno de colillas, gapos y cerveza, recibiendo hostias en la cara mientras trato de defenderme malamente.
Y entretanto sangro en el suelo, exhausto tras la paliza, veo al novio de ella fuera de sus cabales gesticulando agresivamente, no oigo nada, no entiendo nada.
Pero ella vuelve a mirarme. Ella siempre me mira. Y estoy convencido de que me quiere.