El dato como unidad cuantitativa de información: Si preguntamos a un
moderno: “¿Estás bien informado?”. Él –después de decir sí o no- argumentará su
respuesta con una serie de datos. Por lo tanto, la información se configura con
datos, unidades cuantitativas de información con los que trafica el massmedia.
Cuando el hombre moderno enciende la televisión o abre un periódico, lo que
está haciendo es abrir el canal de transmisión de datos del Establishment directo
hacia su cerebro, que será el responsable de tratar (o en un lenguaje
informático, “procesar”) esos datos. La pregunta más natural y espontánea que
se hará el ser humano al identificar esa unidad de información, será: ¿Esos datos
son ciertos o son falsos? Sin embargo, resulta curioso comprobar que incluso esta
cuestión resultaría irrelevante para la exitosa maquinaria informativa global. En
principio, estos datos no tienen por qué ser falsos, de hecho, serán ciertos en la
mayoría de las veces. Generalmente, los medios de información ya no necesitan
modificar o trampear los datos (eso no quiere decir que en ocasiones
determinadas, los modifiquen, los trampeen, o incluso los inventan). Existe la
“desinformación”, sin duda, pero el Establishment recurre a ella con menos
frecuencia de lo que podría parecer. Por norma general, los datos que circulan
en la “red de la información” son ciertos, y no necesitan distorsionarse para
cumplir su satánico cometido. Y siendo así, ¿Por qué esa sucesión de datos más o
menos ciertos, no expresan de ninguna forma una verdad, sino más bien todo lo
contrario, una pobre versión oficial de los hechos malintencionadamente
trampeada? Todo responde a una esquizofrénica ley matemática exacta: datos
ciertos, más otros datos ciertos, más otros datos ciertos; es igual a una verdad
informativa. Cuantos más datos haya en la suma, más verdadera será la verdad.
Aunque la capacidad de procesar datos no pueda tratar semejante cantidad de
datos, cuantos más datos, más irrefutable será una verdad. Y si dicha capacidad
colapsa, entonces la verdad adquiere la categoría absoluta. Es así de enfermizo.
¿Hay que recordar que esa verdad informativa no supone ser una verdad de
ninguna de sus formas?
Pongamos un ejemplo para hacer entender la maquinaria informativa global. A
un europeo que nunca ha salido del interior de Europa, le enseñamos la foto de
un ornitorrinco. Tras el dato visual, le decimos tres datos: a este bicho le gusta
vivir en agua dulce, pone huevos, y tiene pico de pato. El europeo procesa la
información, y dice: “Le gusta el agua, pone huevos… si tiene pico de pato es un
pato, ¡Es un pato!”. Así, una completa falsedad se ha convertido en verdad
informativa, sólo con una secuencia de datos ciertos. Mientras nos interese –
como informadores- mantener en pie esa verdad, nosotros podemos reforzarla a
través de más datos: este bicho nada muy bien, construye nidos, mide 40
centímetros… Sin embargo, el poder destructivo de la información no sólo
permite mantener una falsedad como verdad a través de datos ciertos, sino que –
en última instancia- permite destruir los principios cognitivos de verdadero y
falso a través de una secuencia indefinida de datos. Ejemplo: tras ofrecer más
datos sobre el ornitorrinco al europeo informado, le damos un dato clave: este
animal es un mamífero. Tras escuchar el dato, el europeo se rasca la cabeza, y
piensa: “Creo que los patos que conozco no hacen eso”; se vuelve a rascar la
cabeza, y dice: “¡Es un pato un poco extraño!”. El europeo continúa escuchando
fascinado datos, datos y más datos sobre el ornitorrinco. Tanto escucha sobre el
ornitorrinco que son los propios patos europeos los que se han vuelto extraños; el
ornitorrinco le es tan familiar que él define su nueva concepción de pato. Tras
horas y horas de una continua secuencia de datos, el europeo sabe lo que ese
bicho come, cuántas horas duerme, cuánto pesa, cuándo se aparea, cuántas crías
tiene, cuántos años vive, cuáles son sus enemigos… y sin embargo, ¡no conoce
nada al ornitorrinco! ¡Nada! No sólo eso: no conoce ni su nombre, ni el ser que
ese animal es; y además lo confunde con un animal completamente diferente…
¡el pato! Si el informador quiere llegar a la última fase del proceso informativo
de control mental, bombardeará la mente del pobre europeo con más y más
datos (algunos ciertos, otros no tanto). La capacidad de procesar información
encontrará su límite con cierto número de datos, y –entonces- la estructura
mental del hombrecito colapsará de tal forma que nunca más podrá saber qué es
qué, ni un pato, ni un ornitorrinco, ni otra cosa. Los datos seguirán en su
memoria; ellos configurarán inútil información sobre una realidad que
desconoce; él dirá “estar informado” con respecto a algún tema… y sin embargo,
su capacidad cognitiva ha estallado en mil pedazos, y el control mental en manos
del informador se habrá hecho ilimitado: si el informador da el dato de que ese
bicho vuela, el europeo lo creerá; si le da el dato de que ese “pato extraño” es
una amenaza para su seguridad, el europeo lo temerá; si le da el dato de que ese
animal es un “enemigo público”, el europeo declarará la guerra a los
ornitorrincos… ¡sin saber lo que son!. Así funciona -grosso modo- el proceso
informativo que sufre todo hombre moderno, con su opinión pública, con sus
preferencias periodísticas, con sus ofertas mediáticas de canales de televisión.
¿Qué es la información? Una larga secuencia de datos alrededor de un abismo de
profunda ignorancia. ¿Qué es un medio de información? El traficante que
comercia con esos datos de los que se sirve la plataforma de control mental
informativa. ¿Y qué es un hombre informado? Un esclavo con la mente bajo total
control de un poder intangible que no puede identificar: la mentira impuesta por
sus amos.
Y sin embargo, aunque cueste trabajo digerirlo, todo esto no sería lo más terrible
que los medios de información pueden perpetuar en el indefenso hombre
moderno. Ya hemos sugerido que –en última instancia- la información aspiraría a
colapsar la capacidad cognitiva del hombre, es decir, destruir intelectualmente
al ser humano. Esa aspiración se ha convertido actualmente en realidad: ya
podemos ver ejércitos de zombis sin ninguna (subrayamos: ninguna)
manifestación de actividad intelectual. Este libro no trata de ciencia-ficción, ni
es futurista; sólo invita al lector a abrir los ojos ante un siempre inmediato
presente: muchos hombres y mujeres modernos (con apariencia “normal”,
caminan por la calle, pagan sus impuestos…) fueron destruidos mentalmente por
la maquinaria informativa global. Y nadie ha dicho nada.