Oviedo, 22 de Diciembre de 2010
7:40 a.m.
Pensamiento del dia: Si Dios existe, nos ha abandonado.
Hace ya quince dias que salí de Sevilla con el último convoy de refugiados y llegué a Oviedo. Cuando me presenté voluntario como recluta hace casi un mes, no me podía imaginar que la humanidad estaría a punto de desaparecer. He podido hacerme con un par de cuadernos y tres bolis que he encontrado durante el registro de un instituto, así que para desahogarme te usaré como diario. Me han pasado muchas cosas desde que empezó toda esta mierda, pero creo que mi vida no le va a importar un carajo a nadie, así que voy a escribir tan solo desde el mes de Noviembre hasta el dia de hoy. Hoy tengo un ratito libre hasta que comience mi servicio, así que intentaré contarte, con todos los detalles que recuerde, lo que me pasó hasta llegar a Oviedo.
El último recuerdo feliz que vagamente guardo en mi memoría es el abrazo que me dio mi padre al montarme en el autobús que conducía a la base de Tablada y su: ten cuidado. Mi padre... No he vuelto a verle desde entonces; apenas recuerdo el sonido de su voz... Rezo a Dios para encontrarmelo sano y salvo.
La Base Aerea de Tablada (más tarde llamada "Base Tablada 1", se había convertido en la principal base militar de Andalucia. En Sevilla estaba el Cuartel General de la Fuerza Terrestre y la Comandancia General de la Guardia Civil. Así que, prácticamente, Sevilla era una base en sí misma a la que habia llegado la Brigada de Infantería Mecanizada "Guzmán el Bueno" y el Grupo de Regulares nº3 de Ceuta, puesto que el Gobierno consideraba más importante asegurar el puerto comercial de Sevilla que las vidas de los ceutís.
Al llegar por primera vez a la base, me encontré con un espectáculo que distaba mucho a lo que yo me había imaginado. Los discursos del Rey y los carteles del ejército en los que decían cosas como PROTEGE A LA RAZA HUMANA, ALISTATE A LAS FUERZAS ARMADAS, SE UN HEROE! me habían lavado el cerebro completamente. Pensaba que esto sería facil: que iríamos montados en helicópteros y que los destrozariamos desde el aire sin tener que acercarnos a esos... monstruos. No pensé que si buscaban desesperadamente nuevos reclutas era porque apenas quedaban helicopteros, ni hombres que los pilotasen... Muchos habían huído, desertado, o se habían volado la tapa de los sesos con su arma.
Me dí cuenta de la escasez de fuerzas al llegar a la base: nada más bajar me dieron un petate, un uniforme, un par de botas, un 45 y un subfusil con tres cargadores. Nos dijeron: cuando veais algo que corre hacia vosotros y no responde al "alto!": dispara. Tuve que preguntarle a uno de los centinelas como usar las armas que me habían dado, y en vez de recibir un comentario despectivo o una burla, el pobre diablo me sonrio y me estuvo explicando como montar y desmontar mis armas, como limpiarlas, cargarlas... Él me dio el mejor consejo que he recibidido hasta ahora: guardate siempre una bala para tí. Murió a los dias en un "accidente" en la base: un recluta que volvía de una incursión había perdido la cabeza y amenazaba con suicidarse, pero antes de reventarse el craneo se llevo por delante a tres desgraciados, entre los que estaba el pobre centinela.
Los dos primeros dias como orgulloso miembro de las Fuerzas Armadas fueron bien: patrullas en BMR, controles de carretera, y muchas fotos para luego subirlas a Facebook. Hice buenas migas con los demás chavales de mi unidad. Algunos eramos de la misma promoción de la carrera y nos conocíamos las caras, eso ayudó a que se creasen lazos de amistad muy pronto. No debimos hacerlo.
El 28 de Noviembre a las 6:30 de la mañana, justo antes de que se produjese el cambio de guardia, el sargento Sánchez entró en la tienda en la que dormiamos Javier, Rafa, Ale, Mariconi (se llamaba Ignacio Sanchez Marioni, pero se le quedó el apodo "Mariconi". Algún dia te diré por qué), tres tipos más que habían llegado de complemento, y yo. Nos despertó a voces y nos mandó vestirnos, alimentarnos, armarnos y formar en quince minutos en el parque móvil. Estabamos ilusionados. Aunque no nos había dicho el motivo de la orden (aprendí pronto que un superior no debe darte explicaciones nunca), sabíamos perfectamente que iba a ser nuestra primera incursión en campo de mierda. Llamábamos así a las zonas de acceso restringido por infección porque olía una peste increíble. Teníamos una coña entre nosotros y era que nuestra tienda era un pequeño "campo de mierda" debido a los peos que nos tirábamos después de cenar.
A las 6:50 estabamos montados en el BMR-M1 del teniente Ricardo Salvatierra. Íbamos jodidamente apretados, como siempre. Pero por la mañana, recién levantado, todo se te hace más incomodo. Durante el trayecto el sargento nos fue dando detalles de la misión: nos íbamos a la Macarena. Zona que, en principio, estaba limpia porque la Ronda de Tamarguillo y demás era un sector sin infectados. Al parecer, una tia había mordido a una cajera, y luego ya te sabes el resto de la canción.
En definitiva: habían cerrado el supermercado con gente dentro, y los superiores querían que fuesemos a comprobar si quedaban supervivientes, y de ser así, sacarlos de ahí. Nos habían ordenado ir cargados de munición, pero ligeros de equipo por si había que salir por piernas, así que dejamos hasta los cascos: sombrerito y p'alante.
Habían dos furgonetas de la Policía y un coche de la Guardia Civil cortando el acceso al Carrefour, pero no había ni Dios allí. El sargento llamó a la base para confirmar la hora de la llamada del mando de la Policía: habían informado por última vez a las 6:20 de la mañana, tras estar toda la noche vigilando el recinto. A las 7:15 no había ni un alma allí. Total, el sargento dijo: entramos, miramos y nos volvemos. Nada de gilipoyeces u os morderé yo mismo en la garganta. Quiero que me de tiempo a desayunar".
Aún no había salido el sol, y hacia un frio de cojones. Tuvimos reventar la cerradura de la puerta principal para poder levantar la persiana. Al entrar, olía mal, muy mal. Pero no parecía haber nada ni nadie por ahí. Caminamos sin hacer ruido hasta la sección de frutas y verduras, y allí empezamos a ver manchas de sangre; mal asunto. El sargento nos dijo que mantuviesemos la calma, no estabamos nerviosos: de hecho, nos sentiamos como si estuviesemos de caza. Pensabamos: Tenemos armas, antes de que se nos acerquen están muertos.
Esa mañana cambió mi forma de ver las cosas.
Al cabo de siete u ocho minutos, tuvimos un primer contacto: era una vieja de unos cincuenta años, de esas que van a comprar todas las mañanas, y a misa después de comprar. Estaba cubierta de sangre seca y andaba a duras penas, como si fuese a caerse en cualquier momento. Me impactó mucho la expresión de su cara: inexpresiva. Era un ser humano, al que no le quedaba ni una gota de vida por sus venas. Ale se rió de su forma de andar y empezó a imitarla. Nos reimos a carcajada limpia (puta inexperiencia) y el sargento nos mandó callar y empezó a echarnos la boca por comportarnos como niñatos en "terreno hostil". Cuando nos quisimos dar cuenta, el bicho ese se le había subido a la espalda y le mordia la mejila derecha. Estábamos petrificados. No sabíamos qué hacer, Javier salió corriendo y el sargento gritaba : "¡quitádmela de encima por el amor de Dios!, ¡me va a matar!". Consiguió tirarla al suelo, y le vació un cargador entero en la cabeza. Perdía muchísima sangre, tenía la oreja derecha y la mejilla arrancaja de cuajo. Empezó a ponerse blanco y se cayó al suelo incapaz de sostenerse en pie. Empezamos a oir gritos y un sonido de gente corriendo por el pasillo que se acercaba hasta nuestra posición. Lo último que nos dijo el sargento fue que cogiesemos su radio y saliesemos de ahí.
Después se desmayó.
Tardamos bastante tiempo en darnos cuenta de lo que estabamos viviendo. No fuimos conscientes de lo que había pasado hasta que vimos a unos treinta metros a varios monstruos de esos corriendo hacia nosotros como locos.
Disparamos varias rafagas que hicieron que se cayesen al suelo, pero volvieron a levantarse. Nos dimos media vuelta y corrimos como nunca lo habíamos hecho. Nunca he sido de rezar, pero durante ese minuto y medio que duró nuestra huida, recuerdo haber rezado todas las oraciones que me habían enseñado en el colegio con doce años. Cuando nos acercabamos a la puerta, oimos disparos y supusimos que era Javier. Fueron dos rafagas largas, y luego solo se oyeron los gritos de los infectados que venían tras nosotros.
El artillero del BMR al vernos correr así, con la radio de campaña en mi mano, se montó en la ametralladora y empezó a disparar en cuanto salimos de su linea de fuego. No hizo falta decir nada, dio la orden de acelerar y nos sacaron de allí. Por radio informamos de lo que había sucedido, y no recibimos ninguna respuesta. ¿Se había jodido la radio?, demasiada casualidad... A medida que avanzabamos, veíamos gente que salía despavorida de sus pisos. Vimos algunos infectados saliendo de ellas y el artillero empezó a disparar ráfagas abatiendo a varios de ellos. Casi atropellamos a varias personas, pero en cambio, nos llevamos por delante a sus perseguidores. Al llegar a la base entendimos por qué no respondían: el barrio de los Remedios, que estaba al lado de la base, era un hervidero de infectados, y estos se acercaban a la base. Todo hombre que habia en la base estaba empuñando un arma y se había subido a los muros para contener la invasión. Gracias a Dios vieron el blindado acercarse y abrieron las puertas el tiempo suficiente para que nos diese tiempo a entrar.
No dormí en tres dias.
El dia 3 de Diciembre se dio, por televisión, la orden de evacuar todas las ciudades del Sur y Centro del pais. Fue la última vez que se emitió por televisión.
Al parecer, el Ejército del Aire y lo que quedaba de La Legión, habian conseguido crear cuatro rutas de escape que cruzaban todo el país. Con controles cada diez kilómetros y patrullas aereas constantes. Me presenté en la sala de operaciones, delante del Teniente Coronel y todo su Estado Mayor y le pedí casi de rodillas licencia para ir a buscar a mi padre, asegurarme de que estaba bien y llevarle hasta uno de los autobuses que habian fletado para la evacuación.
Me dijo que "dada la escasez de efectivos, no podemos prescindir de ningún miembro" y que la evacuación era cosa de la Policía, Protección Civil y la Guardia Civil y que nuestra labor era contener la amenaza hasta que se evacuase a toda la ciudad. Antes de que terminase el dia, el bravo Teniente Coronel y toda su panda de viejos maricones habían sido trasladados en helicoptero a no sé donde.
Habiendome cagado en sus muertos y en los que le quedaban vivos, me las ingenié para convencer a un grupo que salía de patrulla hacia el Aljarafe de que me dejasen cerca de Tomares, para ir andando yo hasta el pueblo. Como no cabíamos en el BMR, me subí en la parte de arriba.
Subí andando por la cuesta del Hotel Alcora hasta llegar a mi urbanización. A mi paso no ví a nadie. Eso me animó por una parte y me desalentó por otra: mi padré habia conseguido huir o lo habian matado ya. Llegué hasta la puerta de mi casa, y, como siempre: lo bordé, no había cogido las llaves de la puerta. Llamé al timbre y no hubo respuesta. El coche de mi padre (como el de la mayoria de vecinos) estaba ahí. Disparé a la cerradura y entré. Estaba anocheciendo y no había ninguna luz encendida. Eso era muy raro en mi padre. Registré la casa y no le encontré. Ni a él, ni a su maleta de viaje. Buena señal pensé. Se había dejado las llaves del coche en el recibidor, así que lo cogí y volví a la base no sin atropellar a seis hijos de puta que se me cruzaron en el camino. Los muy imbéciles no conocen las putas leyes de la física... Cuando llegué, me encontre a los camiones siendo cargados de armas, provisiones y munición, y haciendo los preparativos para largarnos de ahí. Al parecer se iba a adelantar nuestra retirada.
Al mando de las fuerzas se quedó el comandante Pérez. Un tio hecho a la antigua que era el primero en salir de patrulla y el último en volver a la base. Nos convocó en el patio a todos (los que no estabamos de servicio) y nos dijo que, puesto que la infección se había vuelto incontrolable, nos daban ordenes de retirarnos campo a través por una ruta alternativa, ya que la principal estaba colapsada. Nos dijo que él iba a quedarse a intentar proteger a los que quedaban, y que no iba a ordenarle a nadie que se quedase con él. Sorprendentemente, muchos decidimos quedarnos (por no decir que fuimos todos los miembros de la base, salvo los escoltas de los camiones y sus conductores). Quizás lo hicieron por el mismo motivo que yo: ¿Y si mi padre estuviese en uno de esos convoys que necesitan que les cubran el culo?. Otros se, de buena tinta, que lo hicieron al estar hasta arriba de Modafinilo y no sentir nada.
Enviaron a mi unidad junto a dos más a reforzar la seguridad del Aeropuerto, donde se fletaban constantemente aviones con refugiados. Antes de que nos marchasemos para replegarnos, tuve la oportunidad de hablar con un piloto comercial en la cafetería, y si no llega a ser porque hablaba le hubiese disparado al pensar que era un infectado. No he visto más ojeras y una cara más demacrada en mi vida. Llevaba tres dias sin dormir, volando de aquí para allá: llevando refugiados, soldados, "Vips"...
El dia 7, cerramos "Base Tablada 1". Lo que rodeaba al campamento eran cadáveres de infectados en estado de descomposición, así que no echamos mucho de menos ese paraje. Habían perros y alimañas alimentandose de sus restos, lo que provocaría que la infección se propagase ahora entre los animales... Esto es una mierda.
En los camiones llevábamos gente que había venido a refugiarse a la base, y a los que les habíamos dado armas (a los que podían sostenerlas) para ayudar a proteger la base cuando se acercasen monstruitos, que solia suceder cuando un vehículo entraba o salía de la base. Eran como en las películas en las que llega un coche al pueblo con un tipo rico o famoso dentro, y hay niños corriedo detrás con la esperanza de ver quién es y que les dé unas monedas o un autógrafo. Lo mismo solo que ni eran felices e inocentes niños ni querían ver quien es.
Tardamos cuatro dias en llegar, puesto que se nos averió un camión. Ibamos por carreteras forestales, caminos viejos y campo a través. El comandante consiguió que un helicóptero armado nos cubriese cada dia durante seis horas. Lo mandó a hacer labores de reconocimiento, enviandolo varios kilómetros por delante nuestra para que nos avisase si había alguna ruta impracticable o nos topabamos (ya mandaría huevos, en el mismo campo...) con infectados. Salvo ese parón que duró ocho horas, el camino lo hicimos sin problemas. Oviedo parecía que estaba en otra dimensión, otro mundo... Si no fuese por los controles de carretera, y por las patrullas aereas que sobrevolaban la ciudad, cualquiera hubiese dicho que no estamos más jodidos que nunca...
Oviedo está bastante bien fortificado, de hecho, creo que nadie sería capaz de acercarse a más de quince kilómetros de la ciudad y llegar de una sola pieza: artilleria, fuerza aérea, trincheras, bunkeres... Pero hay dos putos problemas: nadie sabe como se origina la infección ni como se propaga. Así que puede que, de repente, tengamos un "¡Sorpresa, estoy infectado!" en el puto centro de la ciudad. Según me han dicho, en E.E.U.U., Washington era un putísimo bunker, y cayó en tres dias al surgir la infección en la mismísima Casa Blanca...
Hay rumores de que es por contacto de fluidos (saliva, sangre...), otros dicen que es un castigo de Dios, una "plaga", y que la desata sobre los pecadores... Sinceramente, no me interésa ni el cómo ni el por qué. Solo se que nadie está a salvo. Que puede que mañana me levante con el gusanillo de comerme el corazón de mi compañero de litera o que él me lo coma a mi. Solo quiero encontrar a mi padre y saber qué está bien.
Voy a ver si me ducho, desayuno algo, y me voy a hacer la ronda, que a las 8:30 me toca guardia en el arsenal. Mañana si eso te contaré que tal me ha ido hoy, si sigo vivo...
Germán.