Viene de #391
Día 3. 24 de diciembre de 2010. Ciudad de Cuauhtemoc, Chihuahua.
Regreso a la carretera deseando no tener muchos zombies en el camino. Como ayer, hay varios vehículos abandonados en la cuneta. La desesperación nos hace a todos peores conductores. A falta de 30 Km. para llegar a Cuauhtemoc me he encontrado un choque múltiple y he tenido que pasar despacio entre los coches. Vi a los fallecidos dentro de sus asientos y también otros fuera que salieron despedidos. La mayoría eran un amasijo de huesos roídos. Los no-muertos se habían dado un festín con los heridos que no pudieron escapar a su hambre. Los que murieron en el acto no tenían aspecto de haber sido devorados, al menos por mandíbulas humanas. Los no-muertos sólo comen a humanos vivos, no carroña. A su modo de ver las cosas, no son realmente caníbales.
Llego por fin a Cuauhtemoc y el espectáculo es desesperanzador: la ciudad tiene incendios por todas partes, todas las tiendas han sido saqueadas, cadáveres por doquier. Es mucho peor que en Chihuahua. Da la impresión de que un mayor porcentaje de la población se infectó y en menos tiempo. Conduzco despacio, casi al ralentí. No es que quiera recrearme en la dantesca escena, pero debo evitar hacer ruido. Ha de haber varios muertos vivientes en la ciudad y si me oyen se me echarán encima. Hasta ahora el éxito de mi supervivencia ha sido el sigilo y no voy a estropearlo ahora.
Cuauhtemoc es conocida por ser una ciudad que tiene a las mujeres más bonitas del estado de Chihuahua, por ser hogar de minorías étnicas como los indios Tarahumara o los sectáreos Menonitas, exportar muchas manzanas, y sobre todo por sus afamadas botas vaqueras. Y precisamente el pavimento está lleno de botas, botas y más botas desperdigadas. ¡Ojala fueran manzanas! No he desayunado todavía y ya estoy algo harto de la comida para gato.
Veo de repente en la lejanía una figura que camina. Paro el coche de golpe y doy un pequeño chirrido. "¡Mierda!", grito. Espero a que la figura se gire hacia mi y empiece a chillar, pero esto no sucede. Parece una mujer, una chica. Arrastra algo, pero no distingo qué es. Se deja caer de rodillas en el suelo. Nunca antes había visto algo así en un muerto viviente. Siempre caminan buscándonos para comernos, no dan síntomas de fatiga como ella acaba de hacer. "¿Será que...?" Avanzo despacio pero preparado para salir a toda velocidad por si estoy equivocado y me delata. Pero no he errado, es una chica de unos 25 años y está armada con un "cuerno del chivo", como aquí llaman al Ak-47.
Me detengo a unos cinco metros de ella y salgo del coche. Ella ni me mira aunque le hable. Parece en estado de shock. Me acerco con cuidado, ella no me va a morder, pero es mejor no sobresaltar a alguien con un cuerno del chivo entre las manos. No reacciona cuando le quito despacio el arma y la ayudo a incorporarse de vuelta al coche. Definitivamente está conmocionada. Sus ropas, manos y cara están llenas de sangre ajena. No tenía marcas de mordiscos o arañazos, ni fiebre o sudores pero... ¿y si estaba infectada? Tal vez estaba recién portando el virus Solanum o como se llame.
Por otra parte no puedo abandonarla sin estar seguro, no soy tan hijo de puta. Y si se recupera tal vez sepa de algún sitio donde quede gente del ejército defendiendo una plaza, o donde encontrar comida y ayuda. Además, hecho en falta alguien con quien conversar; me alegra enormemente el hecho de no estar solo y encima gracias a una chica que si se quita toda esa sangre y restos de vísceras es guapa sin dudas.
Decido que lo mejor será esposarla por si acaso y estar atento si empieza a tener fiebre. Cuando sea evidente que es una infectada, patada y tú quédate en la cuneta que yo sigo mi camino. Traigo del maletero unas cuerdas elásticas para sujetar carga y apenas voy a empezar a amarrarla la oigo susurrar: "a-agua" ¡Dios! ¡Está deshidrata! ¿Cómo no me di cuenta? Saco el camelback y le ofrezco. Empieza a chupar como si no hubiera bebido algo en la vida. Tras un minuto así, le ofrezco una lata de comida de gato. Lo mira con expresión de no saber si dar las gracias o rechazarlo. "No está tan mala. No tengo más para darte, lo siento". Asiente con la cabeza y en otro minuto se come el "especial sabor a pato" de Whiskas.
- Mi nombre es Rafael. ¿Cómo te llamas?
- Laura Michaella, pero todos me dicen Lau. - su voz sonaba ronca y desganada, pero se estaba ya recuperando del shock.
- ¿Sabes de algún sitio donde estemos más seguros, o donde hayan huido los demás?
- La gente... Yo... ¿qué, qué día estamos?
- 24 de diciembre.
- Llevo ya aquí diez días encerrada. Nos acompañaban a mi hermano y a mi cinco escoltas de El Paso al rancho de mi padre, en las afueras de Batopilas. Cuando pasamos por Chihuahua la gente se estaba marchando a la sierra, como nosotros. Pero al llegar aquí todo estaba peor. La ciudad entera eran infectados rabiosos. Se tiraban a los carros hasta hacernos chocar y luego... luego se comían a la gente - dijo estallando en lágrimas.
- ¿Quedan por aquí infectados? ¿Qué hacías fuera entonces?
- No aguantaba más. Hacía dos días que no oía nada y salí de la casa en que me encerré, allí estaba -señaló a una vivienda de dos pisos con un enorme Hummer estrellado en ella-. No he comido nada y solo he bebido lo justo del grifo hasta que se cortó el agua. Iba ya a pegarme un tiro si esas cosas me capturaban.
- ¿Tus escoltas y hermano?
- Muertos. Murieron mientras me escondía.
- ¿Por qué te escoltaban? ¿Eres hija de un político o alguien importante?
- Mi padre es Heriberto Duarte, ¿te suena?
¡Joder que si me sonaba! ¡La cabeza visible del clan de narcos de Batopilas! Siempre me llamó la atención esa "familia" porque compartía apellido con ellos.
- Él te pagará bien si me llevas a su rancho.
- Me temo que el dinero es lo que menos importa ya en el mundo.
- Es un hombre generoso y cuenta con un pequeño ejército. Te acogerá en el rancho y estarás allí a salvo.
La idea de mezclarme con narcos, el cáncer de México, no me agradaba nada. Gente muy peligrosa que de una mala mirada te pueden dejar fulminado. Pero por otra parte, el mundo ya no era el mismo y solo iban a sobrevivir los más fuertes y afortunados. Sabía que estos jefecillos del narco tenían en la sierra auténticas mansiones de lujo bien guardadas por sicarios con sus cuernos del chivo. Si a eso contamos que están en sitios de difícil acceso, era muy probable que estuvieran bien protegidos de ataques de no-muertos, si es que alguno llegaba hasta allí.
- Iremos de momento a Creel y una vez allí veremos que hacemos. Si las cosas en ese pueblo no están bien, seguimos hasta Batopilas.
- ¡Cuidado! ¡Atrás!
Laura cogió el Ak-47 y disparó a menos de un palmo de mi cara. Unos podridos de atrás cayeron al suelo pero solo uno no se levantó de nuevo. Subí al coche y arranqué a toda velocidad. Los disparos alertaron a todos los demás, que empezaron a salir de todas partes. Algunos corrían mucho, parecían recién infectados. Otros en cambio ya llevaban así más de una semana y tenían sus facultades locomotoras totalmente arruinadas. Esquivé a los que pude y otros salieron despedidos por los aires como en el Carmageddon. Pero eran demasiados, toda la puta ciudad eran ya zombies y salían en oleadas a la calle principal por donde un Tsuru gris plata corría desesperado por escapar de ese infierno putrefacto.
- ¡Son demasiados! ¡Nos están frenando!
- ¡Calla y conduce!
El parabrisas llegó a estar cegado de sangre y restos de carne descompuesta. Dos muertos vivientes se agarraron al capó y escalaron al parabrisas tapando por completo la visión. Es entonces cuando Laura vació el cargador dejándonos sin parabrisas ni zombies. Justo sucedió esto saliendo de la ciudad, cuando perdí el control del coche y caímos a la cuneta. Perdí el sentido unos minutos. Lo recobré con Laura tirándome del brazo para sacarme del habitáculo.
- ¡Vienen hacia aquí! ¡Pon algo de tu parte y muévete!
Sentí un dolor muy agudo en la cadera, pero logré arrastrarme fuera con ayuda de Laura y apoyándome en ella seguimos por la carretera. Una ola de carne podrida nos seguía a menos de 100 metros, y a otros 50 por delante había un camión de repartir tanques de gas. Me pareció una distancia eterna. Llegamos justo cuando escuchaba los rugidos a nuestras espaldas. Laura abrió la puerta y una pequeña niña infectada chilló al verla, más asustada que agresiva. Se echó sobre mi recién encontrada compañera cayendo yo también al suelo al perder el apoyo. La pequeña zombie trataba de morder y arañarla, pero Laura la tenía agarrada por las muñecas y la mantenía a duras penas a raya. Aún no sé como pude levantarme tan rápido, agarrar al monstruito y empujarlo contra el camión, para antes de recuperarse cerrar de golpe la puerta aplastando su cabeza como un huevo. Los gritos de los mayores se escuchaban ya a menos de 30 metros.
- ¡Súbele! -gritó mientras se ponía al volante, pero yo apenas podía andar hasta la otra puerta, así que me colgué a la caja de carga y sin llegar a estar dentro Laura arrancó a toda la velocidad que podía ese viejo trasto.
Al caer dentro de la caja, percibí que no fui el único; tres no-muertos recientes, de los aún rápidos y ágiles, estaban agarrados con las piernas colgando. Tiré uno de los depósitos grandes con la suerte de hacer carambola, librándonos así de nuestros perseguidores. Un kilómetro más adelante paró el camión para dejarme entrar en la cabina.
- ¿Estás bien? ¿No te mordió la niña?
- No, no; estoy bien. ¿Cómo te encuentras?
- Vivo, porque muerto no debe doler tanto. No sé si me he roto algo.
- Mi padre tiene un médico y dispensario...
- Sí -interrumpí-, en el rancho; ya sé. Tu padre tiene de todo. Pero preferiría estar rodeado de militares en un sitio bien protegido. No te lo tomes a mal, pero hasta hace mes y medio, el mayor problema de este país era gente como tu familia.
Laura se quedó callada. Le molestó mi inoportuno comentario, pero ya estaba tan harto y cansado que no era capaz de medir mis palabras a esas alturas.
- Mira, vamos de momento a Creel a ver si se ha organizado algo o encontramos alguien que nos cuente donde hay un punto de rescate. Luego allí vemos si nos separamos o seguimos a donde tú vas, ¿de acuerdo?
- Órale. Me queda una pistola, ¿sabes usarla? Porque como dispares como conduzcas, nos parten la madre bien prontito ?dijo mientras dejaba el arma en el salpicadero.
- Nunca se me dieron bien los videojuegos de carreras. Con los Shooter en cambio sí tengo más práctica.
- ¿Mande?
- Nada, que yo la guardo mientras tu conduces.
Por lo menos esa NocheBuena no iba a cenar solo.