Me he topado con un artículo maravilloso que deberíais leer todos, especialmente #13, para que borre de su mente el espantoso artículo que enlazó. El estudio en cuestión se titula Cuerpos heteronormativos porno y polvos plásticos, y es de un tal Climent Formoso Araujo. Se puede localizar fácilmente por la red. En él analiza la industria, lo que tra y tal, y hace clasificaciones y pone fotos y habla de su historia y da detalles. Está muy muy bien. Pongo algunos fragmentos.
El porno es cuerpo, o quizá sólo genitalidad espasmódica. También es movimiento, fluidos, rugidos y gestualidad, cuando se trata de porno en formato de películas. Los detractores de la pornografía (tanto estéticos como moralistas, obviando a los abolicionistas y otros pornóbofos más o menos explícitos) la califican de exposición reduccionista y procaz. Los argumentos más recurrentes remiten a la muerte del deseo y la cosificación (reificación) del cuerpo y la sexualidad femenina. Sin duda alguna, la pornografía heterosexual es androcéntrica. Y también es una tecnología de género que escenifica la violencia machista de nuestro modelo sexual dominante (Guasch, 1993, 2000, 2003, 2004). La industria porno hegemónica –orientada al deseo masculino- también lo es. (...) La pornografía introduce aspectos de redistribución de poder sexual en los imaginarios y practicas de las relaciones sexuales que ahondan en la crisis de la masculinidad y aportan –a pesar de todo– un plus de emancipación (más allá de la amplia panoplia de tesis victimistas y feministas) y de poder a las mujeres. Es decir, cómo también –o fundamentalmente– la iconografía porno retroalimenta la crisis de los géneros, sobrecargando la angustia hedonista sexual en términos modernos (número,tamaño, fuerza, tracción, repetición) de los varones.
La principal tesis sobre el porno desde la disciplina sociológica consiste en considerarlo un reflejo del modelo sexual heterosexual dominante o hegemónico en occidente. El porno heterosexual viene a ser un espejo convexo de las características que modelan el imaginario sexual hetero. Óscar Guasch y Raquel Osborne (1998) elaboran un corpus de elementos ideales presentes en el modelo de regulación del deseo erótico hegemónico (el hetero) atribuyéndole los siguientes aspectos: adultista, misógino, sexista, homófobo, interpretador de la sexualidad femenina en clave masculina, prescriptor del sexo vainilla, coitocéntrico, basado en el amor romántico y defensor de la pareja estable. Sin entrar en cada una de las carácterizaciones, el porno hetero en formato películas cumple y exhacerba algunas más que otras: a) es adultista con tintes teens (la presencia de lolitas o actrices con aspecto adolescente atribuye un plus de atracción erótica al producto. Y los señores y señoras de edad avanzada generalmente hacen el papel de voyeurs); b) es misógino (entre otras cosas, a los papeles femeninos se les atribuyen un estado de disponibilidad sexual permanente, y con frecuencia, hay escenas de humillaciones ritualizadas, como por ejemplo la eyaculación facial. También las escenas lésbicas pueden considerarse de lesbianismo para hombres); c) es hipercoitocéntrico (la centralidad narrativo-representativa del porno heterosexual consiste en eso: hombres penetrators que literalmente taladran a sus partenaires aprovechando cualquier abertura corporal de aquellas); d) es homófobo (los hombres no suelen mantener contacto físico entre sí, a menos que compartan felación o penetración en un recipiente-coctelera femenina); e) interpretan la sexualidad de las mujeres en clave masculina (Ellas gozan vistiendo descocadamente, provocando, haciendo felaciones larguísimas, y disfrutando enormemente con tanto empuje y dilatación vaginal y anal). f) Defiende la pareja estable (La gran mayoría de escenas de películas porno heterosexual son chicochica y cuando existe alguna trama narrativa el papel del tercero o más elementos es un complemento del placer entre dos, o ensoñaciones de uno/una con un “cuerpo en ausencia” que se ensueña).
Ahora los dispositivos de poder (en sus discursos sobre la sexualidad normal y saludable, en las prácticas visibilizadas, en las pedagogías de lo satisfactorio) no son sólo instancias de castración del deseo erótico sino redes de gestión (también productivas, en los sentidos de novedad, de producto y de imaginario) de la(s) sexualidad(es). La pornografía se inscribe entonces en los procesos de disciplinamiento y configuración de los ejercicios de desarrollo de los deseos eróticos heteronormalizados. (...) En realidad la pornografía de masas (la hetesexual) explicita los repertorios de plenitud erótico-sexual de las parejas heteroxesuales con ganas de intensificar sus desgastados instantes de intimidad coital, bien añadiendo algún elemento de innovación postural-libidinoso en el que proyectarse, bien incorporando personajes y situaciones que transgredan el orbe hegemónico de las relaciones coitales de pareja romántica (un dildo, un negro, un voyeur, una amiga, etc).
La fragmentación (Segmentación de planos. Los planos clínicos o Medical shot15) narrativa del porno para Deleuze supondría una apertura despersonalizada desde la que reconstruir los sentidos privados, mutables y des-sujetados de la experiencia erótico-sexual de cada individuo. En lenguaje Deleuziano, un plano clínico es el paradigma del erotismo desterritorializado sobre el que cada contemplación elabora su línea de fuga pulsional, en singular derrotero del deseo errabundo que ya no busca referente unificado (persona) ni performatividad (acercamiento, contacto o maneras con la “parte no separada de sexo”).
En lugar de representar, el cine porno “reproduce”; el enorme carácter vicarial, voyeurístico, scoptofílico del porno se resumiría en: “la gente disfruta viendo a otra gente hacer bien aquello que a ellos les gustaría hacer”; la carrera de las actrices no suele durar más de tres años, lo que puede significar un agotamiento doble: obsolescencia del deseo masculino y cansancio/ enorme rentabilidad económica de las actrices que pueden rodar entre 60 y 80 películas al año. (...) El porno es exacerbación del individualismo y un ejemplo de cómo el consumidor audiovisual del Siglo XXI acepta su alienación.