Paqui, la protagonista de este vídeo corto es una señora de 41 años que ha pasado por varias relaciones y malos tratos.
Su primer hijo, fruto del desate hormonal de la pubertad, nació cuando apenas había cumplido 16 años. El padre quedó en el anonimato tras producirse un mutis general en la familia quienes preferían no conocer la procedencia del susodicho.
Desde entonces Paqui tuvo que posponer sus estudios obligatorios (a los que nunca volvió) y decir adiós a sus compañeros de cuarto de ESO. Sin mirar atrás se embarcó en una aventura que solo un porcentaje pequeño de la gente de nuestro mundo vive: criar a un niño siendo aún una niña.
Por culpa del embarazo perdió su figura. Ella nunca fue de hacer deporte y jugaba con el as de que mientras se es joven, la carne es tersa y la gravedad necesita años para afectar en la turgencia de los senos. Esto quedó en el pasado. Ahora nuestra querida era un botijo desfigurado, un jarrón de barro hecho por las manos del aprendiz del alfarero, una naranja que se ha quedado demasiado tiempo al sol, su cuerpo era un accidente y ya nadie de su edad la miraría con ojos de deseo.
Con ese bombo se esfumaron todos sus sueños de ser modelo de bikinis, de bailar ballet o de ser la señorita potentorra que anuncia, ligera de ropa, las virtudes de alguna inmovilizaría de mala muerte de la provincia de Huelva. Paqui tampoco aspiraba a mucho más y eso lo hacía aun más catastrófico.
Su vida se empezaba a tornar negra, pero no tenía tiempo de mirar al abismo. Corría un sprint contra sí misma donde al llegar a la meta traería al mundo a un ser vivo que dependería de ella completamente.
El nacimiento de su primer hijo le cambio la vida. La hizo madurar, la hizo sufrir, la hizo entender por qué estamos en este mundo más allá de para llevar minifaldas... también empezó a ver el lado positivo de todo esto: al menos le habían crecido las tetas.
Cuando se estabilizó el asunto y los abuelos pudieron empezar a hacerse cargo de la criatura, Paqui encontró trabajo en un Dialprix que acababan de inaugurar en el centro. Se le daba genial hornear las roscas de crema bien temprano, le había cogido el truco al horno viejo de pan que habían instalado.
Una día se le acercó uno de los feligreses de aquél super de barrio y le preguntó "Disculpa ¿vais a sacar más barras de cuarto?"
Paqui sintió algo por dentro al ver la cara de aquél señor y las mariposas comenzaron a revolotear dentro de su estomago. Casi sentía lo mismo que cuando le ofreció su flor al Jonny. Casi, porque el primer amor es inigualable.
Con una voz profunda y varonil, enamoró a Paqui de forma subliminal. La tenía en el bote sin haber tirado siquiera las redes del amor.
El era físicamente poco agraciado. Blandía una barba desaliñada que parecía postiza, la piel de su entrecejo estaba seca y se descascarillaba fruto de rascarse constantemente, con marcas claras de haber sufrido un acné severo en su juventud. Era bajito y rechoncho, apenas le sacaba medio palmo de altura y se notaba como la alopecia cabalgaba para hacer justicia de toda el área parietal de su cráneo. Tenía 24 años, dos más que ella.
Paqui respondió nerviosa y lo demás es historia. A los 5 meses se fueron a vivir juntos.
De su relación con Felipe nació su segundo hijo. Esta vez, con la figura del padre presente, todo cambiaba.
Gracias a su sueldo de cajera y a las chapuzas que hacía Felipe iban saliendo adelante. Él no tenía estudios y siempre había subsistido de lo que le daban sus padres. La mitad se lo gastaba en alcohol, la otra mitad en caprichos banales. Gracias a los padres de ella iban tirando. No estaban muy contentos con el nuevo fichaje pero ya no les quedaba otra que remar en el mismo sentido.
Juntos vivieron felices mientras los niños crecían hasta que una noche Felipe llegó borracho a casa. Le hizo un butrón a la puerta del dormitorio, tiró el litro de cerveza medio vacío que llevaba en la mano y le gritó a su mujer "¡¡HE GANADO EL BINGO ESPECIAL!!".
Mientras Paqui se frotaba los ojos tratando de ubicarse entre el susto y el sueño, Felipe tarareaba el himno del Real Madrid y daba saltitos haciendo que sonaran las monedas sueltas de los bolsillos de su chándal.
Le preguntó a qué se debía el alboroto y Felipe le explicó que había ganado 2000€ del bingo especial para darse cuenta, poco después, que había perdido el cartón ganador y no podía cobrarlo al día siguiente.
Fruto-poseído por la ira arremetió contra todo lo que se tenía de pie en el dormitorio despertando a los niños que dormían en el cuarto de al lado. Cuando no quedaba nada más que voltear la emprendió a golpes contra la indefensa Paqui.
Nuestra protagonista pasó 2 semanas ingresada en cuidados intensivos y Felipe huyó de la escena del crimen.
Al salir del hospital se dio cuenta de que las lesiones graves no eran físicas, sino mentales. Nunca volvió a confiar en un hombre y entró en depresión.
La despidieron del Dialprix porque dejó de atender con una sonrisa a los clientes que demandaban barras de cuarto calientes. Y le dio igual.
Sus hijos eran malos estudiantes. Y le daba igual.
Sus padres lloraban por ella, por su presente y su futuro. Y le daba igual.
Paqui solo quería irse a dormir dentro de una confortable caja de pino.
Ya con 31 años, entre coctel y coctel de ansiolíticos y antidepresivos, descubrió en el cuarto de su hijo una caja de preservativos empezada. Algo se despertó en ella al ver en su hijo reflejada la imagen de su anónimo padre. La malograda encontró en su hijo mayor la motivación necesaria para seguir adelante, porque el amor de una madre es algo tan fuerte que puede vencer problemas de todas las magnitudes posibles. No quería que se repetiría la historia y tomó cartas en el asunto.
Mandó al chaval a vivir con sus abuelos. Les pidió que lo ataran en corto. Y eso hicieron.
Se centró completamente en sacar lo mejor de su vástago menor. Trató de ser la mejor madre posible para ese niño que con solo 8 años ya apuntaba a protagonista de cine kinki.
Consiguió que el pequeño terminara la ESO no sin repetir varios cursos (bendita LOE). Lo animó a matricularse en un grado básico de mecánica.
Paqui, convertida en toda una señora, cumplía 40 años en soledad.
Solía frecuentar un maltrecho bar de barrio de los que ofrecen un billar cojo, ventiladores de techo, baños mixtos mugrientos y quintos fríos por cuatro perras.
Allí conoció una noche a Juan Pedro, un alegre señor cuarentón que trabajaba como conserje en una residencia de ancianos.
Hicieron buenas migas y decidieron juntarse para no estar solos. La crisis de los 40 es una losa difícil de esquivar cuando llevas a cuestas una carga tan pesada como vida.
Juanpe consiguió que contrataran a Paqui de limpiadora en la residencia. La trataba con cariño, era atento y servicial, no quería cometer los errores del pasado. Divorciado sin hijos, solo pedían un poco de roce y cariño.
Un día Juanpe reunió a los hijos de Paqui en un bar y la sorprendió metiendo un anillo en un tarro de cacahuetes. Ella se emocionó tanto que no pudo contener las lágrimas. Había estado con varios hombres pero nunca le habían pedido matrimonio.
Ella aceptó sin pensárselo mucho. Se le escapaba el tren y realmente ya nada podía ir peor.
30 minutos después del emotivo vídeo que gravó su hijo menor, tuvieron que salir pitando al hospital más cercano ya que Paqui no sabía que era alérgica a los frutos secos y se había frotado los ojos para secarse las lágrimas con las mismas mangas que habían tocado el bol de manises.
La glotis se le cerró de tal manera que casi se asfixia. De no ser por la pericia de Juanpe conduciendo a todo gas no llega a contarlo.
Quedó ingresada en planta para monitorizar su recuperación. Estaba sola por la noche, tumbada boca arriba en aquella cama de hospital mientras miraba de reojo el anillo de pedida que ahora tenía en la mano. Una sonrisa se esgrimía en su cara al mismo tiempo que una lágrima se resbalaba por su mejilla. Paqui era feliz.
A la mañana siguiente su primo la llamó por teléfono mientras desayunaba un café con galletas de hospital.
Eran malas noticias: su hijo mayor había vuelto borracho a casa y había matado a sus padres en un ataque de cólera. Al parecer el mayor mantenía una relación incestuosa en secreto con su abuela y fueron descubiertos en el acto razón por la cual el abuelo sacó una escopeta marca Jabalí de 2 cañones y encañonó al muchacho. La amenaza hizo que el zagal respondiera con extrema violencia y nada pudo hacer el físico desgastado de un anciano contra la fuerza de la juventud. El asesino, consciente de lo que había hecho, agarró la escopeta aun cargada, le pegó un tiro a la abuela y luego se suicidó.
Paqui, al enterarse de la tragedia saltó por la ventana del hospital y se quitó la vida.
Juanpe y el hijo menor se enteraron al poco tiempo y lloraron juntos por lo que sucedía.
Años después comenzaron una relación homosexual y ahora se plantean adoptar un camboyano. Ya hay planes de boda.