Me he dado cuenta de que la esperanza casi nunca va ligada a la razón; está privada de sensatez, creo que nace del instinto KTDN(
Si, es casualidad y solo te acuerdas de haberlo mirado cuando te salen números chachis. Y si, le pasa a todo el mundo, no eres especial ni el centro de una conspiración interplanetaria
Es un truco de tu mente, son cifras curiosas que hacen que focalice su atención con mayor intensidad dandole más importancia de la que tiene.
Lo mio con las 22:22 y 13:37 es una relación de amor.
O Aliens, quien sabe.
Eso le pasaba a una tía ""lejana"" mía, no la veíamos demasiado, pero en las dos últimos cenas de Navidad en las que coincidimos nos lo contó, dijo que siempre se encontraba o 11:11 o 22:22 o cosas así, dice que se estaba incluso obsesionando y estuvo una época sin reloj ni móvil, a los pocos meses la encontraron muerta sin aparentes signos de violencia, y los médicos dijeron que no era un paro cardiaco. Así que ándate con cuidado.
#1 Las personas creen ver cosas en todas partes, la condición humana es así, buscan señales en todos sitios, buscan el destino o el azar cuando lo que hay son causas y efectos, quizás una persona que no esté tan pendiente de un reloj nunca tendrá el pensamiento que tu tienes.
No hay señal, no hay nada que te esté hablando, avisando o amenazando.
No, no es casualidad, sólo lo miras cuando salen números chachis. Y no, no le pasa a todo el mundo, eres especial y el centro de una conspiración interplanetaria.
Había vuelto a mirar el mismo reloj de cuco cuyo péndulo se deslizaba formando una parábola de cuchillo que desgajaba la garganta del aire y del espacio. Allí estaba: los cuatro pesados dígitos en forma de columnas trajanas que anunciaban la derrota personal como las vividas en Rumanía a lo largo de los siglos, amén; las cuatro lanzas que rezaban, apuntando al cielo, cuatro perfectas salves, ordenadas y dispuestas para mantener la paz mundial. Allí estaban: las 11:11. ¿Qué misterio escondían? ¿Qué encerraba esa caterva minoritaria de cómputos alongados? ¿Qué designio divino había colocado las horas de forma que el tiempo manipulaba un reloj analógico para mostrar dos pares de cifras digitales que practicaban el amor unidas por dos puntos? ¿Qué locura insensata se estaba atreviendo a jugar con la ordenación matemática de un concepto inventado por el hombre con el fin de medir las vueltas que el sol daba al mundo y después las vueltas que el mundo daba al sol para al final darse cuenta de que la relatividad lo destruye todo y no quedan sino migajas de pastelitos redondos en las barbas de algún dios vago? Cuando miró un segundo después comprendió el horror: las 12:12. Su pensamiento se apabulló ante la imposibilidad racional de que el reloj hubiera avanzado tanto tiempo objetivo delante de unos ojos regidos por un universo temporal subjetivo. Destrucción y muerte. Le temblaban los dientes al compás del segundero. ¡Qué desafección por la vida! La cadena agridulce que había seguido hasta plantarse delante del reloj-de-cuco-digital-pero-analógico, o quizás analógicamente-digital, se había cerrado entorno a su cuello y la asfixiaba hasta el punto de atarla a las tinieblas. Cerró los ojos. No quería volver a contemplar cuatro dígitos macabros nacidos de la mano ininocente de Baal. Sentía pavor. Pavor, no por el tiempo, sino por la materialización del tiempo en un cuarteto de dígitos perfectamente dispuestos formando dos pareados iguales. Ojalá el reloj marcara las 12:13. Fíjese que un solo cómputo tiene la admirable habilidad de despejar el vacío de tinieblas que se extiende cuando en realidad de un 3 hay un 2. Y para colmo, si habría los ojos, igual se encontraba con el diablesco número del 1313. Eso sí, separado por dos puntitos que indican la separación entre horas y minutos, es decir, entre dos puntitos fronterizos que atajan dos realidades imaginadas, pero que rigen el comportamiento de una raza entera, es decir, entre dos opresores que funcionan como uno, porque aunque dos puntos, es decir, dos entidades, funcionaban como una sola entidad y, por tanto, hay que tomarlos como algo único. Serían entonces las 13:13. Con sus puntitos. Quién sabe si ese no era el cómputo final de la Muerte, ese cómputo que tratado de alguna manera, es decir, manipulado a conciencia por un ser supremo, no obedecía a alguna razón matemática de esas que aterrorizan a los estudiantes de bachillerato, tales como el número de Avogadro o ese que se encubre con mantón dorado como una virgen o un torero. Y, por supuesto, menos mal que aún quedaban unos cuantos dobletes de dígitos iguales hasta llegar al peor de todos, al nefasto, al irreductible número que correspondía al señalamiento de la medianoche. Las 00:00. Si bien aún queda por explicar la conversión de los clásicos números romanos del reloj de cuco (pero universal) en números digitales de un bochornoso color rojo, sí que está claro que es fácil admitir que esa turba de ceros, esa combinación de elipsis no muy perfectas, pero aún así perfectas si salvamos distancias, se asemejan a cuatro ojos diabólicos que observan y permanecen a la espera de algún movimiento ajeno, quién sabe si con el fin de regodearse en el placer de un vicio voyeurístico e insano y quién sabe si al finalizar su orgía visual y antes de que desaparezcan de la faz de la tierra al marcar el reloj las, agradecidas para algunos, 00:01, no imploran cánticos goliardescos como el Carmina Burana y brindan con un champán mohoso y ennegrecido en honor del marqués de Sade. Quién sabe lo que harán esos dígitos doppelgangers cuando el reloj marca otras horas azarosas que ningún interés tienen para nuestras mentes malignas.