Ante la Ley, está plantado el guardián.
Un hombre viene de lejos... Quisiera llegar hasta la Ley, pero el guardian no le permite entrar.
¿Puedo esperar a que se me permita entrar mas adelante? -Es posible, dice el guardian-
El hombre, trata de ver algo por el portón abierto. ¿No le han enseñado que la Ley es accesible para todos?
¡No intentes entrar sin mi autorización! -dice el guardian- ¡Soy muy poderoso! Sin embargo no soy mas que el último de los guardianes. De sala en sala, de puerta en puerta, Cada guardian es mas poderoso que el anterior.
Con permiso del guardian, el hombre se sienta junto a la entrada, y allí espera.... Durante años, espera...
poco a poco, se desprende de todo cuanto que tiene con la esperanza de sobornar al guardian, quien a cada ofrecimiento, le repite: Acepto SÓLAMENTE para que puedas estar seguro de haberlo intentado todo.
Afuerza de acechar continuamente al guardian en el curso de años de espera, el hombre acaba conociendo hasta las pulgas de su cuello de piel... La edad, le hace volver a una segunda infancia, y suplica a las pulgas que interceran en su favor, para que el guardian le deje entrar...
En tinieblas, porque su vista se ha debilitado, entrevé una Luz radiante que se filtra através de las puertas de la Ley, Y ahora, en el umbral de la muerte... Todo se resume para él, en una última pregunta...
Hace una seña al guardian... ¡Eres insaciable! -Le dice éste- ¿Qué mas quieres?
Y el hombre contesta:
Si como está escrito, todo el mundo se esfuerza en alcanzar la Ley, ¿Cómo es posible que nadie mas se haya presentado aquí en el transcurso de tantos años?
Y como el hombre no oye apenas... El guardian le grita al oido:
¡Porque nadie mas que tú hubiera sido admitido!
¡Nadie mas hubiera podido flanquear esa puerta!
Estaba reservada para ti...
Ahora, voy a cerrarla.