La liberación de la mujer es un movimiento social por el que debemos felicitarnos. Sin embargo, la búsqueda de la realización laboral (que no personal) de las mujeres parece haber relegado las tareas domésticas al ámbito de las fracasadas o las chachas.
Cualquiera que haya compartido piso con mujeres lo sabrá: son cerdas, muy cerdas. No es que los hombres no lo sean, pero la mujer necesita por norma general una cantidad de complementos, cosméticos e instrumentos varios órdenes de magnitud superior a los hombres, lo que multiplica su desorden. Cuando las mujeres solo tenían que preocuparse de su casa, esto no era problema, pero hoy en día tienen demasiadas parcelas vitales que conquistar, y claro, la mierda se acumula.
La realidad de la mujer joven hoy en día es que ya no considera las tareas domésticas como un trabajo que la dignifique y que ayude a hacer de su hogar un santuario de paz, sino que las entiende como una carga y como trabajo no remunerado. En mi opinión, este cambio de paradigma le resta a la mujer una cantidad considerable de atractivo. Y no porque espere de ellas que me limpien la casa y me cocinen, porque eso ya lo hago yo y con gusto; es que detrás de las tetas, los culos, los ojos o los dientes, lo que de verdad los humanos llevamos escrito en los genes es la atracción por posibles/futuros padres y madres de nuestros hijos, y cualidades como las de saber cocinar, ser resolutivos o hacer las cosas con atención y cariño nos resultan mucho más atrayentes a la larga que el primer vistazo a las tetas.
Así pues, ¿quedan o no amas de casa?