Ayer escuché a la gran actriz Ana García Obregón (actriz en la vida real quiero decir) confesar lo siguiente: Que hace unos años, cuando salía con el príncipe Alberto, la invitaron a un baile o una fiesta que se celebraba en el palacio real monegasco, y el caso es que allí fue ella, divina con su vestidito nuevo y su canesú, pero sin sus lentillas, que se las había olvidado en Madrid, así que lo veía todo borroso, no distinguía bien las caras, por lo que al ver a un tipo que tenía el pelo blanco y muchas medallas en su chaqueta, Anita Obregón pensó que se trataba del príncipe Rainiero, por lo que cogió y le hizo una reverencia...Solo que no se trataba del príncipe Rainiero, sino del PORTERO de palacio...Imagínate la vergüenza que pasé, confesó Ana: ¡Le hice una reverencia al portero! Alberto, tirado por el suelo, se tronchaba...Está claro que para Ana y para mí el término "vergüenza" tiene significados diametralmente opuestos. Para mí lo que sería, y es, y será siempre una verguenza, es hacerle una reverencia a esos, como digo en uno de mis versos, "hijos de puta que gobiernan nuestras vidas"...Eso sí que es una vergüenza...Lo otro, hacerle una reverencia a un portero, es decir, a un trabajador, me parece, sencillamente, un acto de justicia, que se convierte en pura poesía si quien hace la reverencia es una capulla del calibre de Anita...
(http://davidgonzalezpoeta.blogspot.com/2007/03/reverencias.html)
Cada vez me cae mejor este tío. Y ana Obregón nunca me cayó muy bien.