ALCOI, 1873: El levantamiento obrero más importante del siglo XIX
El bautismo de sangre del anarquismo español trunca su desarrollo legal cinco años después de aterrizar Fanelli. En la memoria seguía vivo el recuerdo de la Comuna de París y la opinión publicada otorgó a la Internacional ser “el alma del movimiento cantonal”. De ahí la importancia de aclarar qué sucedió en Alcoy.
En este apartado publicamos las conclusiones del trabajo de investigación sobre los llamados Sucesos del Petrolio que tan amablemente nos ha cedido el historiador local, Diego Fernández Vilaplana, el cual puedes leer completo en el siguiente enlace.
Dos años después de la Comuna de París y tan solo cinco tras la llegada de Fanelli a España, estalla en Alcoi el “Petrólio”, entre el 7 y el 12 de julio de 187
Para algunos autores, la primera huelga general de nuestro país. Dirigidos por la Federación Regional Española de la Asociación Internacional de Trabajadores, miles de trabajadores se levantaron en armas, asesinaron al alcalde, se hicieron con el poder del ayuntamiento y extorsionaron a los principales contribuyentes.
Finalmente el ejército entró en la ciudad, sin encontrar resistencia, y el comité de salud pública instaurado por el grupo dirigente de la Internacional en España huyó. Engels dirá que fue “la primera batalla callejera de la Alianza”. Eleuterio Maisonnave, futuro ministro de Gobernación, anunció que “seremos inexorables y aplicaremos con todo rigor las leyes a tan miserables asesinos”, y así fue. La intención de este trabajo no se limita al relato.
“Most of the details of the Alcoy insurrection were not based on incontrovertible evidence”1
Ni en evidencias ni en meros indicios.
Los hechos fueron falseados por la prensa de todo pelaje y por el ministro de Estado, hasta transformar los sucesos en una historia apócrifa, según George Ensenwein, digna de sus intenciones políticas. Quienes procuraron, desde la imparcialidad, hacer un juicio sosegado de los hechos, como Pi i Margall y el diputado Rafael Cervera, fueron tachados de timoratos o directamente de cómplices. El mito nace a raíz de la intervención de Maisonnave en las Cortes el 12 de julio, cuando las tropas de Velarde todavía no han entrado en la ciudad. A su imaginación debemos buena parte de los manidos tópicos que han llegado hasta nuestros días: el protagonismo de los agentes extranjeros, las víctimas quemadas vivas, las violaciones a monjas, la decapitación de guardias civiles, los curas ahorcados en farolas, los concejales arrojados vivos y muertos desde el balcón… y, por supuesto, el martirio del alcalde, asesinado en defensa de la libertad y el orden.
Este fue el inicio de una campaña de prensa donde se vertieron toda clase de calumnias. Hasta ese momento, El Imparcial no había llorado en absoluto el asesinato de Albors, incluso recordó que este fue víctima de una insurrección como la que protagonizó en el pasado: entonces, como ahora, dirá. Pero a la señal de Eleuterio, arrecia con violencia contra unos y ensalza al otro. Después desliza la teoría del diputado electo que encabeza la acción. Y acto seguido acusa a Pi de promover un pacto vergonzoso con los insurrectos en lugar de procurarles un duro escarmiento.
Se trata de una operación elaborada en favor de una fracción del republicanismo, en su viraje político hacia posiciones que más tarde Castelar definirá de orden.
En la prensa conservadora y no afecta, como El Pensamiento Español, la lectura será igualmente desmesurada, esta vez para culpar a la revolución de todos los males, sea esta internacionalista, republicana o Gloriosa. Y contraponer así la tea de Alcoi con el ejército de los cruzados, valientes defensores del augusto príncipe D. Carlos. Lo lamentable es que esta versión tergiversada se convirtiese en oficial por más de un siglo.
En su intento por defenderse, la prensa anarquista alimentó el mito, La Federación presentó a los trabajadores alcoyanos como la punta de lanza de su movimiento, poniéndolos como ejemplo a seguir. Con muestras de solidaridad que llegaron desde todos los rincones de España, e incluso desde Portugal, Italia y Estados Unidos, destacando el fuerte golpe que la sociedad clerical y capitalista había recibido. También Brenan creyó encontrarse ante el germen revolucionario español, en lo que Termes rebajó a la categoría de chispa donde algunos depositaron su esperanza mesiánica.
Sin embargo, los hechos son más prosaicos y tienen su origen en “una manifestación pacífica de trabajadores en demanda de sus reivindicaciones dispersada a tiros”2.
Sus consecuencias sí serán trascendentales. La disidencia marxista de la Nueva Federación de Madrid en carta dirigida al Consejo General de la Internacional, posiblemente en la pluma de Pablo Iglesias, así lo advertía: “Condenó a sus componentes a todo el odio y a todas las persecuciones que lleva consigo un alzamiento popular que se inicia de un modo vergonzoso y fracasa”3.
De ahí el duro juicio de Engels.
El capítulo de la insurrección de Alcoi no termina con la persecución de sus autores, ni con la miseria de los trabajadores alcoyanos. Sus efectos fueron devastadores para el conjunto el movimiento anarquista español. El 10 de enero de 1874, al tiempo que Pavía aplastaba las últimas defensas del cantón cartaginés, el gobierno militar decretaba la disolución de la AIT. La dureza de las leyes y el miedo contribuyeron a debilitar a la FRE. Muchas organizaciones obreras la abandonan y los centros internacionalistas echan el cierre, acosados por la policía. Pero renacería.
Así como el levantamiento cantonal contribuyó a debilitar la tambaleante República, que termina al mismo tiempo que el último cantón. Del mismo modo, la huelga general de Alcoi puso fin a la vida pública de la Federación Regional Española. En 1886 la Comisión Federal de la nueva FTRE, con muchas menos atribuciones, volvió a instalarse en la ciudad4, sin Francisco Tomás y con Indalecio Cuadrado como secretario. Este termina emigrando a Argentina en 1888, tras escribir sus cartas “A mis amigos de Alcoi”5, renegando de sus antiguos camaradas.
Las sublevaciones cantonales y la insurrección internacionalista acentuaron la distancia entre federales y anarquistas, entre los pronunciamientos republicanos y la revolución proletaria. En adelante, la lucha de los trabajadores estará marcada por las organizaciones exclusivamente obreras. Pero me detengo un instante en los antecedentes antes de adentrarme en el debate sobre obrerismo y republicanismo.
¿POR QUE ALCOY?
Ya hemos comprobado profusamente que las condiciones de vida eran extremas, la Comisión de Reformas Sociales dio buena cuenta de ellas. Jornadas laborales que podían prologarse hasta las 18 horas, en el caso de los tejedores, por salarios diarios de 12 a 16 reales.
Una situación de sobreexplotación sostenida gracias a la existencia de un enorme ejército proletario de reserva, alimentado por los trabajadores del campo migrantes de las poblaciones vecinas y el empleo de los niños y las mujeres. Los niños desde los seis años y las niñas a partir de los ocho, trabajaban las mismas horas que los adultos por un jornal medio de 0’75 céntimos. Y todo esto, en una ciudad superpoblada, donde se veían obligados a vivir en habitaciones de tan malísimas condiciones que parecían pocilgas. Hogares caros y de pequeño tamaño donde les esperaba un sustento escaso y de pésica calidad: “Para la alimentación del obrero solo quedan sustancias insuficientes y le importa un bledo el que haya trichina y filoxera”.
En esas circunstancia, las promesas de la Internacional cayeron en un campo abonado: “Asóciate, obrero alcoyano, que esa es tu salvación. (…) Si abusan de tí, en la sociedad, si no hoy, más adelante hallarás justicia”7.
En 1870, dos tejedores de Alcoi acudieron al Congreso fundacional de la FRE de la AIT, tres años después la ciudad albergaba la sede de la Comisión Federal y agrupaba a 2.591 afiliados. No es que la propaganda operase el milagro en una población mayoritariamente analfabeta, pero “la edición de obras de pensamiento o de contenido social encontraron un lector no muy extenso pero suficiente, fiel y renovado”8.
El acierto de Fombuena, Albarracín y Francisco Tomás, fue enlazar la organización y su doctrina con la experiencia organizativa de unos trabajadores que acumulaban una larga historia de lucha. Desde la lejana resistencia luddita de 1821 hasta la huelga masiva de 1856, duramente reprimida por la Milicia Nacional de Agustín Albors, la toma de conciencia de clase fue ininterrumpida.
Precisamente Pelletes ostentaba la alcaldía en 1873, culminando así una larga carrera política cimentada en sus lazos familiares más que en su dudosa preparación intelectual. Una vida pública durante la que conoció prisión, exilio y destierro, pero de la que también obtuvo pingües beneficios económicos. Tampoco dudó en echar mano de las armas, tomar rehenes, exigirles rescate e, incluso, amenazar con fusilarlos cuando le fueron mal dadas. Casualmente es en 1873 cuando la familia construye su suntuoso palacete, un hermoso edificio situado en el centro de la ciudad. En un casco urbano de pequeñas dimensiones donde amos y obreros convivían a diario para hacer más evidente la división de clases.
Podemos imaginar a un Albors cansado de disputas políticas, pues consta su intento de dimisión ante el gobernador civil poco antes de la revuelta. Aislado de sus antiguos compañeros, con los que tuvo agrias disputas por su ambigua posición durante las horas que precedieron al fusilamiento de Froilán Carvajal. Y que vio como los Voluntarios de la República, a quienes armó, le abandonaban cuando realmente los necesitaba.
El PETROLIO
Por mucho que se repita, no hubo plan preconcebido. La prueba está en que una vez abatidos los defensores y tomado el poder “the Federal Commission did not seem to have a clear idea as to what it should do next”9.
Además de apagar los incendios y retribuir a los obreros en huelga con lo que habían obtenido de los rehenes, la labor del comité de salud pública se limitó a mandar comisiones para parlamentar con Velarde. Este, tras prometer una amnistía, entró en la ciudad sin ningún problema.
Tampoco se produjo ninguna intervención extranjera, ni la manipulación de los incautos trabajadores locales por la mala fe de los líderes internacionalistas. Aunque Juan Botella Asensi, quien fuese ministro nada menos que de Justicia, lo continuase creyendo a pies juntillas en 1914: “Abusando de la buena fe de los trabajadores que creían estar a las puertas del paraíso, pidieron la jornada de ocho horas y dos reales diarios de aumento”
Pero existen pruebas en el sumario de la actitud moderada y conciliadora de Albarracín, declaraciones que no parten precisamente de sus compañeros. A las puertas de la huelga general, cuando un tal Vilaplana fue violentado en la asamblea de trabajadores acusado de soplón y amenazado con ser fusilado, Albarracín se interpuso ante la posible agresión para impedir que la situación pasara a mayores. También conservamos testimonios de víctimas que fueron socorridas cuando intentaron quemar sus viviendas. Un testigo de la acusación relató que cuando salió a la calle a pedir auxilio porque ardía la puerta de su casa, fue el jefe Albarracín quien se acercó personalmente a protegerle.
En realidad, en una ciudad de tamaño medio, a la fuerza debían conocerse casi todos y no es difícil encontrar alegatos sorprendentes, de padres que fueron rehenes de los internacionalistas mientras sus hijos participaban activamente en la insurrección. Un procesado reconoció en la barricada al hijo del sujeto que Fombuena mandó conducir a la cárcel con anterioridad, el vástago también andaba en armas. O viviendas donde no requisaron dinero ni armas sencillamente porque el servicio intercedió por sus amos. Tras penetrar 10 ó 12 hombres armados en la casa la sirvienta les advirtió que su amo era bueno con los pobres y los insurrectos se retiraron sin quitar cosa alguna ni hacer daño de otra clase.
Encontramos connivencia entre rehenes que les piden a sus carceleros que vayan a buscarles comida a casa o internacionalistas que procuran la seguridad de sus vecinos ofreciéndoles un paso seguro a través de las barricadas que custodian. También el caso contrario, trabajadores que aprovecharon las circunstancias para atentar contra las propiedades de sus antiguos patronos que les despidieron. De otra manera habría que interpretar la declaración del capitán de la guardia civil que intentó absolver al asaltante que la salvó la vida a cambio de un reloj de oro. Y más difíciles de explicar resultan las circunstancias por las que Tomás Maestre, número dos de Albors y nuevo alcalde tras la revuelta, contrató a varios de los principales acusados como guardias municipales, e incluso los mantuvo en el puesto cuando ya contaba con guardias civiles de refuerzo.
Así se entiende, que los ochenta mayores contribuyentes de Alcoi se dirigieran al Gobierno para pedir clemencia con los amotinados, culpando al ayuntamiento de haber mandado hacer armas contra el pueblo trabajador que pedía pacíficamente su destitución. Posiblemente lo hiciesen coaccionados, pero poco tiempo después algunos se desplazaron a Madrid para hacerle idéntico planteamiento al ejecutivo.
Por otro lado, en una proclama anarquista de 1914 titulada “El 73 de Alcoy ACLARANDO”, en respuesta a la Vindicatoria de Albors de Botella Asensi, Los invencibles firmantes aseguran que se acordó
“por los fabricantes y la autoridad en reunión secreta, prepararse todos armados debidamente, a fin de obligar a los huelguistas por la fuerza a que volvieran al trabajo”.
No aclararemos este extremo con los datos disponibles, pero no parece aventurado pensar que la opinión de los amos no fue unánime, la mayoría distantes políticamente del republicanismo de Pelletes, y se retrajeron tras comprobar la actitud de unos y otros.
EL SUMARIO
Tan pronto como les fue posible reponerse y controlar la situación, los nuevos munícipes se pusieron manos a la obra y redactaron una “Relación de la Alcaldía” en la que dejaron constancia de algunos hechos, de sus suposiciones y de gran cantidad de conjeturas públicas. Base documental que sirvió para la detención y procesamiento de cientos de trabajadores. Los tenientes de alcalde (Juan Moltó, Antonio Cabrera y Francisco Albero) junto al secretario del ayuntamiento (Vicente Seguí) ejercieron de Torquemadas cuando el juez les propuso declarar.
Ya hemos visto, y no insistiré, buenos ejemplos de un proceso judicial plagado de irregulares con 717 procesados (incluidos los 287 encarcelados y los 56 huidos), en el que los acusados no tuvieron derecho a defensa hasta años después. Cuando Agustín Sardà se hizo cargo del proceso se puso en evidencia que no se trataba de averiguar la verdad ni de castigar a los culpables.
Lejos de identificar a los responsables de los delitos, el sumario deja al descubierto una caza de brujas donde el mero hecho de ser internacionalista o haber participado en la huelga es razón suficiente para ser acusado, procesado y encarcelado. Se trataba de dar un escarmiento a una población rebelde e impedir que “el fuego de la revolución pueda cebarse para extenderse después”12.
Seguramente, una justicia más selectiva habría identificado con facilidad a los responsables de los asesinatos, pero no existió ninguna voluntad. Se prefirió tener en prisión durante cinco años a un acusado por complicidad en tentativa de disparo o sencillamente por su mala conducta, atestiguada por secretos delatores. El juez instructor que se hace cargo de la causa en 1882 recomienda el sobreseimiento total, trasdescribir una causa aberrante que ni siquiera ha sido capaz de encontrar suficiente prueba para que, llegado el día del fallo, se les pueda condenar a ninguno de ellos. La justicia no llegó a esclarecer los hechos porque nunca fue este su propósito.
Es curioso que al primero a quien se concede amnistía, en 1874, sea un tal Francisco Gisbert Pérez Moneder. Aunque inicialmente se le acusa como jefe de un grupo de internacionalistas, poco después se aclara que solo era administrador del local donde la federación alcoyana realizaba sus reuniones. Sin embargo, en sus declaraciones Gisbert admite que aunque no era federado asistió a la reunión del 7 de julio en que se decidió la huelga general e, incluso sugirió “apoderarse de los burgueses, exigiéndoles dineros y, si no los daban, fusilarlos”.
A esto se opusieron Albarracín, Fombuena, Tomás y otros que insistieron en que aquella era un huelga general por cuestiones laborales. El preso era hermano del diputado provincial Camilo Gisbert Pérez, que lo fue desde 1871, vocal secretario de esta administración desde marzo de 1873 y miembro del Ateneo de Madrid desde 1876. No es difícil imaginarlo bien relacionado para evitar el presidio de su familiar, cuando dependía en exclusiva de la gracia del monarca.
La Internacional asumió toda la responsabilidad y se esforzó por marcar distancias con el movimiento cantonal. La insurrección obrera frente a los intereses políticos mezquinos, se desgañitaron Francisco Tomás y todos los miembros de la Comisión en repetir hasta la saciedad. Pero no es menos cierto que de Bocairent se desplazaron 22 voluntarios por orden del alcalde republicano.
Así que no parece descabellado sugerir la hipótesis de la doble militancia de muchos federados, también en Alcoi. Existen más indicios: las peripecias del hermano del diputado provincial, las insinuaciones de Aura Boronat desde el púlpito parlamentario y los testimonios que apuntan a la traición de un republicano, que algunos han confundido con el propio Albors. También parte de la prensa republicana lo interpretó así: “Las escenas internacionalistas de Alcoy [..] prólogo de la insurrección cantonal”.
REPUBLICANOS E INTERNACIONALES
Quizás Alcoi no fuese, como pretendía el secretario del exterior de la Comisión Federal, una excepción y también aquí republicanismo y obrerismo se confundían en sus aspiraciones.
Para algunos autores la participación de la Internacional en el movimiento cantonal es evidente y no solo a título individual, como pretendía el mallorquín.
González Morago mandó una carta a la federación belga de la AIT, el 6 de julio, donde afirmaba que en varias localidades “acordaron emplear todos los medios revolucionarios para hacer realidad las ilusiones de una República Social”18.
Pronto se debieron sentir decepcionados, aunque el proceso de separación no fue lineal. En 1861, en un manifiesto al pueblo español firmado por el Comité Central de la Internacional en Ginebra, Marx recomendó a los trabajadores españoles que hiciesen por hacer llegar la República Federal: “Única forma de gobierno que, transitoriamente y como medio de llegar a una organización social basada en la justicia, ofrece verdaderas garantías de libertad popular”.
Liberales y republicanos se disputaron desde el Sexenio liderar las aspiraciones de las clases popular, en liza con el discurso apolítico que pretendía reforzar la autonomía del sindicalismo obrero. Fue la dura represión ejercida por los gobiernos de Salmerón y especialmente de Castelar la que terminó por decantar la balanza. Es en ese momento, cuando el partido republicano había demostrado que “no aspira a la destrucción de ningún privilegio ni monopolio”, como les reprochaba con frustración Anselmo Lorenzo.
Los masones de Alcoi, con tono didáctico y paternalista, se lo intentarán hacer entender a los revoltosos poco después de la insurrección:
“Debéis comprender que cuanto los amos poseen lo han adquirido y lo conservan dentro de las leyes, leyes tal vez injustas, porque hay leyes injustas, pero leyes que hay que acatar y respetar sus efectos mientras subsistan como tales”.
El PARTEAGUAS
“Los obreros españoles ya no confiarán más en la política”, sostienen algunos autores. Será la ruptura definitiva entre el republicanismo y el obrerismo, tras convertirse los trabajadores en las principales víctimas de la República. Otros autores matizan: “En parte, solo en parte”.
Vuelvo a Hobsbawm cuando dice que en la España del XIX fracaso la revolución social, pero también lo hizo el capitalismo. No parece aventurado asegurar que la Ley de Bases Arancelarias, promulgada el 12 de julio de 1869, que abría las puertas al librecambismo, supuso un duro golpe a las condiciones de vida de los obreros industriales. Los grupos empresariales de la periferia (Cataluña, Málaga, Sevilla, Valladolid, Béjar, Alcoi,…), donde se producía el incipiente desarrollo industrial, no tenían capacidad suficiente para influir en la actuación de los dirigentes.
Los partidarios de desmontar la política proteccionista, tal y como nos recuerda Fontana, veían con recelo ese germen revolucionario que se abriga en los talleres que algún día sería de fatales consecuencias para los pueblos manufactureros. En sede parlamentaria Martínez de la Rosa, líder moderado, dejaba bien claro en 1850 que el triunfo del comunismo no era posible en nuestro país porque en España
“la industria está poco desarrollada (…) la población es rústica, carece de estos grandes centros de producción y de consumo, y no siente estas necesidades ficticias, que asaltan a los habitantes de las grandes ciudades”24
En 1873 pudieron comprobar lo errados que estaban al pensar que “las malas doctrinas que sublevan a las clases inferiores, no están difundidas, por fortuna, como en otras naciones”25. Esta vez las clases inferiores se sublevaron al margen de tutelas. El “Petrólio” dibujó la línea roja que dividió definitivamente en clases la sociedad española. Como antes lo había hecho, salvando las distancias, la Revolución de 1848 en Francia.
El “Petrólio” es un parteaguas, como dice Lida, en la historia del anarquismo en España. La Internacional resistió sin hundirse la persecución de Salmerón y la más enérgica de Castelar, pero “cayó al fin, deshecha, en 1874, a los golpes de la oligarquía militar que derribó a la República”26.
La dictadura de Serrano ilegalizó por decreto la sección obreras el 10 de enero, en abril del 74 la disolución era completa. Pero llevaban tiempo preparándose para vivir a la sombra hasta volver a la luz en 1881. Es el momento en que entró en escena la propaganda por el hecho, con dispares interpretaciones. Aunque la estrategia legalista volvió a imponerse, a pesar de la represión, porque nunca dejó de ser mayoritaria en el seno del anarquismo español.
También supone la divisoria para la historia del liberalismo con la caída del gobierno de Pi i Margall y la sentencia definitiva de la República. Momentos de transición, en palabras del fugaz presidente. Una evolución frustrada, siguiendo a Marx, porque lo viejo no murió en lo nuevo ni lo nuevo surgió de lo viejo.
Pero nos interesa el devenir y el debate en el seno del movimiento obrero. Se inaugura con la represión a la insurrección alcoyana una lucha de clases que desembocará, con el tiempo, en mayores tragedias. No es que antes no se hubiesen aplacado con dureza las protestas obreras, pero en esta ocasión se fue mucho más allá. En Alcoi, lo hemos visto, fueron acusados el 10% de los trabajadores en huelga y encausados por sedición casi la mitad de estos. Los salarios descendieron un veinte por ciento en diez años, los reos padecieron hasta 14 años de reclusión sin que ni siquiera se dictase sentencia.
Más allá de esta hoya valenciana, se deportó de forma masiva a grupos de militantes a colonias en las antípodas. En otras ocasiones, los mismos obreros huyeron de la represión al exilio, especialmente a América Latina (y eso explica el desarrollo del anarquismo en esas latitudes, donde coincidieron con otros compañeros europeos).
Por cierto, según le contó Errico Malatesta a Nettlau, en otoño de 1875 fue protagonista de una divertida anécdota cuando intentó evadir de la cárcel de Cádiz a Charles Alerini, refugiado de la Comuna de Marsella. A Errico “se le dejó entrar en la prisión tan fácilmente como en un hotel”27 y allí pasaba las horas en compañía de presos, también algunos de Alcoi, pero Alerini prefirió permanecer recluido. No sabemos si es unainvención de Malatesta, una licencia de Nettlau o realmente hubo presos alcoyanos en la cárcel de Cádiz, en la misma en la que estuvo Albors años antes.
Sea como fuere, había que cortar de raíz el virus de la insurrección, las culpables eran las malas doctrinas. Ninguna responsabilidad tuvo el alcalde republicano y exdiputado constituyente, que no dudó un segundo en blandir su arma para defender los privilegios de su casta, antes que atender las modestas demandas laborales de los obreros.
Pero los frenos a la industrialización, el programado atraso económico, no obtuvo sus frutos, finalmente el germen revolucionario prendió con fuerza. Tampoco probó su eficiencia la inexorable firmeza de Maisonnave contra los caribes. La campaña propagandística de la prensa nacional e internacional no amedrentó a los internacionalistas. Tras un periodo de clandestinidad, para el que ya estaban preparados, su organización resucitó con mayor fuerza y preparada para actuar desde la venganza si era necesario. En Alcoi costó más rehacerse.
Y volvió a repetirse el esquema: reivindicaciones laborales y fuerte represión sin distinciones. Esta vez ya había partidarios decididos a tomarse la justicia por su mano. Las bombas en el Liceo en 1893 (20 muertos) y en la procesión del Corpus de 1896 (12 fallecidos) son una buena muestra. Y tras ellas más castigos indiscriminados. La justicia no tuvo ningún interés por identificar a los culpables materiales (vuelve a reproducirse el modelo judicial del “Petrólio”). Casi cuatrocientos anarquistas fueron detenidos y cruelmente torturados en la prisión-fortaleza de Montjuïc de diciembre de 1896 a abril de 1897. Esta vez, el martirio en el castillo maldito sí recorrió toda Europa.
Y así hasta la huelga general revolucionaria de 1917, pasando por la Semana Trágica de Barcelona (1909). Si el anarquismo sobrevivió hasta convertirse en hegemónico dentro del movimiento obrero español incluso durante la Segunda República y bien entrada la Guerra Civil (convirtiéndose en una excepción dentro de Europa) es porque los gobernantes siempre interpretaron que el germen eran las ideas y había que erradicarlas de raíz, a palos.
Una vez más y tras unas merecidas vacaciones, os traigo un trocito más de historia, relacionada con los incipientes movimientos obreros del XIX. Generalmente tapada por la ya desconocida Revolución Cantonal, la Revolución del Petroleo de Alcoy supuso el primer movimiento revolucionario en España. Vilipendiado a posteriori, trasnformado su relato e incluso criticado internamente (como no, la rata de Engels). Sin más, otro retazo de esa historia que parece que se empeñan en olvidar a más velocidad que otras partes...